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¿Ahora sí, el Ingreso Básico Universal?

Cecilia Soto

Cecilia Soto

Se podría decir que es justicia poética: más y más voces se pronuncian a favor del Ingreso Básico Universal (IBU), el eje principal de la campaña electoral de Por México al Frente en 2018. No sólo en México: recientemente el papa Francisco se preguntó: “Tal vez sea el tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que se realizan…”. Jim O’Neill, el exministro de Finanzas del Reino Unido, exdirectivo de Goldman Sachs y formulador del concepto de países BRIC, admitió lo siguiente: “Necesitamos algún tipo de ingreso para todos nuestros ciudadanos… Hasta hace poco no tenía ninguna simpatía por ideas como ésta, pero a raíz del coronavirus he cambiado de opinión”. Una carta firmada internacionalmente por más de mil académicos y políticos pide la implementación de un “IBU de emergencia”. Y, en México, la Coparmex pide un salario solidario. Una carta firmada por miles de adherentes en Change se pronuncia también por un ingreso emergente.

Aunque resulta reconfortante que se reconozca a diestra y siniestra que la propuesta a favor del IBU fue la más avanzada de la campaña de 2018, la que sí representaba una transformación radical a la vez que sensata, en vez de la ensalada de transferencias electoreras que ofrece el actual gobierno, vale la pena que repasemos qué es el Ingreso Básico Universal. El IBU tiene cinco características:

1.  Es una transferencia mensual, regular y permanente.

2.  Se entrega a los individuos y no a las familias.

3.  Se transfiere en efectivo, por los medios bancarios y/o digitales a la mano, sin indicaciones sobre el uso que se le deba dar. Es decir, no se entrega en especie ni por medio de vouchers con un destino preestablecido.

4.  Es universal. Ello quiere decir que se entrega a todos los ciudadanos residentes en un país mayores de 18 años, sin contraprestación alguna, es decir, a cambio de nada.

5.  Es incondicional, esto quiere decir que se entrega independientemente de si la persona trabaja o no o de si quiere hacerlo. Independiente también de su condición económica.

No es de extrañar que al comprobar la naturaleza extraordinaria de la crisis que se avecina y que ya ha desempleado a cerca de 700 mil mexicanos en el último mes, se recuerde también la naturaleza extraordinaria del IBU. La propuesta piensa “fuera de la caja”, una caja delimitada por las cifras presentes de nuestras miserias fiscal y presupuestaria, ejemplificada en forma cristalina por las propuestas austericidas emanadas de Palacio Nacional.

El IBU parte de un paradigma opuesto. No cuánto tengo, sino cuánto necesito tener para garantizar, como dice una tesis extraordinaria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, un “mínimo vital”: todo ciudadano o ciudadana por el hecho de serlo tienen derecho a una vida digna, a vivir sin incertidumbre sobre la satisfacción de sus necesidades básicas y yo, el Estado, debo garantizar esto. ¿Qué puedo hacer para lograrlo?

Si volvemos a la definición estricta del IBU coincidiremos en que las propuestas que plantean un ingreso de emergencia para millones de mexicanos en situación precaria no es un IBU. No es permanente, pues se plantea por el periodo de la crisis, ni universal, pues es sólo para un grupo de ciudadanos muy vulnerables, ni incondicional, porque se debe haber perdido el empleo o la imposibilidad de ejercer una actividad económica. Pero se acerca, comparte la idea de que puede recibirse un ingreso independientemente de la condición laboral, lo que representa, quizá, el salto mental más importante, pues rompe con aquel precepto bíblico que castigó a Adán y Eva con aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

Es verdad que no es el momento del Ingreso Básico Universal, tal como lo definimos quienes luchamos por su implementación desde hace años, pero estamos cada vez más cerca. No sólo en tiempo, sino en ensayos de formas universalizantes de ingreso, protección generalizada, cada vez con menos contraprestaciones o francamente sin condiciones. Ante la doble crisis sanitaria-económica y las dificultades prácticas por las condiciones precarias en las que sobreviven millones de ciudadanos/as, debemos implementar un ingreso de emergencia, debemos de pagar a unos 11 millones de mexicanos para que se queden en casa y puedan seguir garantizando su alimentación, salud y sobrevivencia. Y alcanza. La prioridad no es Dos Bocas: la prioridad son ellos y ellas, los niños y niñas que perderán peso y talla por comer menos. La prioridad tampoco es mantener cierta proporción deuda/PIB, tenemos espacio para aumentarla con prudencia. La prioridad es la salud y el ingreso de todas y todos los mexicanos. Se puede.

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