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MX Express: Sobre las muertes de Miguel Miramón y Tomás Mejía

El 19 de junio de 1867 fueron fusilados el emperador Maximiliano y dos de sus más cercanos generales. Y si bien al cadáver del archiduque le deparaba un camino tortuoso de regreso a Austria, ¿qué sucedió con los cuerpos de los dos militares mexicanos?

Leopoldo Silberman | 09-08-2017

CIUDAD DE MÉXICO.

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El 19 de junio de 1867, en el cerro de las Campanas a las afueras de la ciudad de Querétaro, fueron fusilados el emperador Maximiliano y dos de sus más cercanos generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía. Y si bien el destino le deparaba un camino tortuoso de regreso a Austria al cadáver del archiduque, vale la pena también recordar qué habría de suceder con los cuerpos de los dos militares mexicanos.

Pues resulta, señoras y señores, que las familias de los acaecidos recibieron los cuerpos a las pocas horas de la muerte. La viuda de Miramón, Concepción Lombardo, regresaba de San Luis Potosí (a donde había viajado con el fin de tratar de convencer a Juárez de suspender el fusilamiento) cuando le entregaron el cuerpo. Según ella misma cuenta en sus memorias, se hospedó en la casa de su hermano Alberto y su cuñada Naborita, que vivían en Querétaro, y esperó a que le llevaran los restos de su marido, así como los efectos personales de éste. Al poco tiempo el cuerpo fue trasladado a la capital del país donde se le daría sepultura en el Panteón de San Fernando, en la misma tumba que ocupaban doña Carmen Tarelo, madre de Miramón, así como Joaquín, su hermano, quien también había sido fusilado. Un dato curioso, por cierto, es que en la tumba sólo aparezca el nombre de Miguel Miramón y que, además, sea el único que no se encuentre actualmente enterrado ahí. Exiliada en Europa con el apoyo de la familia Habsburgo, Concha Lombardo viajó a México en 1872 al enterarse que Benito Juárez había fallecido y lo habían enterrado a tan sólo unos pasos de la tumba de su esposo. Indignada, la viuda ordenó la inhumación de los restos y los trasladó a la catedral de Puebla, donde actualmente permanecen. Se sabe también que aprovechó dicho traslado para entregar el corazón de su marido, que llevaba consigo en una caja, y que éste permaneciera en el mismo entierro.

Caso distinto el de Tomás Mejía: su cadáver fue entregado a la viuda, quien lo trasladó a la Ciudad de México. Habiendo pasado semanas del fusilamiento, el general Mariano Escobedo (sitiador de Querétaro y enemigo personal de Mejía) solicitó a Benito Juárez el permiso para enterrar el cuerpo del general conservador quien, se supo entonces, permanecía en la casa de la viuda. Al ser una familia de pocos recursos, la señora Mejía no tenía dinero ni para el entierro así que lo dejó ahí, sentado en una silla, con un cirio… Se sabe que Juárez se negó a que fuera Escobedo quien pagara el entierro y fue él mismo quien cubrió los gastos. En una tumba sencilla, también en el Panteón de San Fernando, el general Mejía encontró la paz.

Todavía hoy hay quienes visitan ambas tumbas, año tras año, para dejar un ramo de flores…

 

Facebook: Leopoldo Silberman

Twitter: @polo_silberman

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