Silva Herzog, redactor de la expropiación petrolera

Se cumplen hoy 30 años del deceso del intelectual, historiador y economista; funcionario por siete lustros, se le ubica como una voz crítica y polémica de la Revolución

thumb
Ver galería
thumb
Ver galería
thumb
Ver galería

CIUDAD DE MÉXICO, 13 de marzo.- En los últimos años de su vida, Jesús Silva Herzog no veía sino sombras y, pese a ello, su mundo nunca dejó de estar iluminado por los libros. Escribió más de tres decenas de ellos en 93 años y, al final, en la intimidad de su casa, pedía a sus hijos y nietos que por favor le leyeran más.

Hoy se cumplen 30 años de la muerte de Silva Herzog, historiador, intelectual, periodista, poeta, embajador, funcionario público y economista. Es quizá esta última, entre sus muchas facetas, en la que trabajó de manera más afanosa y comprometida.

Fue una de las personas más importantes en la misión de otorgar un sitio universitario a la economía —participó en la creación la Escuela Nacional de Economía— reconocida como disciplina, y se empeñó en verla desde una perspectiva moral como producto de sus influencias marxistas.

Nunca se resignó a que la disciplina se limitara a la estadística o a la descripción fría de hechos, desde el desapego de la realidad. Estudioso profundo de la historia del pensamiento económico, siempre sostuvo la necesidad de adaptar el análisis económico al medio institucional y físico donde se aplica.

“Concedo singular importancia al factor geográfico en el desarrollo de los pueblos. Las herramientas del economista también deberían ser la geografía y las ciencias sociales”.

El móvil del economista —escribió en un texto que nombró Homilía para futuros economistas— no debe ser su propio enriquecimiento, porque entonces se transformaría, descendiendo a un simple y vulgar mercader. Debe ser investigador social, vasallo de la verdad y misionero en la noble cruzada por mejorar las condiciones materiales de la vida de las grandes masas desnutridas y harapientas.

En 1937, Silva Herzog elaboró, a petición del entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río, el dictamen que dio fundamento a la expropiación petrolera. Rechazó sobornos y en sus conclusiones criticó que las compañías que explotaban el petróleo jamás realizaran una sola obra de beneficio social, y demostró que las empresas, en realidad, no eran mexicanas, sino subsidiarias de consorcios extranjeros.

“Silva Herzog abrazó un proyecto civilizador popular, indigenista, antiimperialista, estatista y modernizador de la economía. Su proyecto partía de los ideales de la Revolución para ir más allá en la construcción de un socialismo democrático”, opina  Georgina Naufal Tuena, profesora de Ciencias Políticas de la UNAM.

Cree que el hombre, quien gustaba autocalificarse como un intelectual político o como un político con ideas, se opondría, conforme a su pensamiento, a cualquier reforma que estuviera en contra del interés nacional.

Ha sido “uno de los más grandes políticos humanistas de México”, ha dicho Enrique González Pedrero, quizá el último ideólogo del PRI.

Revolución y crítica

Silva Herzog nació en San Luis Potosí en noviembre de 1892. A los 13 años comenzó a escribir versos y desde muy joven padeció una enfermedad visual que le impidió terminar la secundaria. Vivió en Estados Unidos entre 1910 y 1912, y a su regreso se involucró en la Revolución.

“El 26 de septiembre de 1914 al atardecer llegamos a la convención de Aguascalientes Eulalio Gutiérrez, dos oficiales de Estado Mayor y yo”, narra Silva Herzog en sus Memorias. Era reportero del diario Redención.

Las revoluciones —escribió años después— son movimientos populares violentos que  llegan cuando se agotan los esfuerzos pacíficos para transformar las estructuras políticas y sociales. La revoluciones, cuando son de verdad, mezclan el bien y el mal, los ideales y el crimen.

Antes de cumplir 20 años empezó a estudiar economía política. Leía a Carlos Marx y a Adam Smith, y en esos años obtuvo en la Tesorería de San Luis Potosí su primer empleo en una trayectoria de más de siete lustros en el servicio público, que lo llevaría a ser embajador ante la Unión Soviética; oficial mayor y subsecretario de la Secretaría de Educación; gerente de la Distribuidora de Petróleos Mexicanos  y fundador de la Oficina de Estudios de Ferrocarriles Nacionales.

En 1930 ingresó al Partido Nacional Revolucionario (PNR) y una década después se alzó como una voz crítica y polémica, al denunciar la crisis política y moral de la Revolución. De su incursión en la URSS como representante del gobierno mexicano regresó con más dudas de las que tenía cuando se fue. Tuvo una especie de desencanto del proyecto marxista.

“La crisis de la Revolución Mexicana —escribió en un ensayo—­ es de una extraordinaria virulencia y es, ante todo, digámoslo de una vez mil veces, una crisis moral con escasos precedentes en la historia del hombre.

“Sólo será posible superar esa crisis siendo leales a los principios de la Revolución y a su impulso generoso, castigando con decisión y sin miramientos a los prevaricadores, a los logreros del movimiento revolucionario.

Leopoldo Solís escribió sobre Silva Herzog que “ejerció la crítica como sinónimo de patriotismo. Sus meditaciones fueron hijas del amor a México”; como el ensayista y escritor, Solís formó parte del Colegio Nacional.

Lecturas de familia

En sus últimos años, los ojos enfermos de Jesús Silva Herzog sólo percibían sombras, pero su presencia era la misma: el hombre imponente, alto y grueso como árbol frondoso; la voz cavernosa. En ese tiempo final, todos sus hijos y algunos nietos se sentaron junto a él con un libro en las manos.

Jesús, el hijo, fue mucho tiempo los ojos de su padre y le leyó los libros que ya no podía ver.

Aportación cultural

Jesús Silva Herzog era un hombre imponente. Alto y grueso como un árbol frondoso, la voz grave, era una presencia poderosa. Intelectual político o político con ideas, desde muy joven —quizá desde cuando vivió en Nueva York con un tío en 1910— se interesó en el mundo y en la cultura. Uno de sus más grandes legados fue la publicación durante siete décadas de la revista Cuadernos americanos.

     Un día de febrero de 1941, León Felipe, a quien había conocido ocho años atrás, llegó a verlo con los poetas Bernardo Ortiz y Juan Larrea. Le pidieron ayuda para continuar la España peregrina, una revista de intelectuales españoles arrojados por el facismo.

     Les propuso dejar de publicarla y embarcarse en una nueva aventura, “pero ni ellos ni yo teníamos dinero”, recuerda Silva Herzog en sus Memorias. En lugar de un gran mecenas reunió a muchos mecenitas y juntó 30 mil pesos, incluida la aportación de dos empresarios que encontró en la sala de espera del secretario de Hacienda, a quienes preguntó: “¿Ustedes qué han hecho por la cultura en México?” Fue Alfonso Reyes quien bautizó la revista.

     Desde muy pequeño tuve contacto con Cuadernos americanos, recordó Jesús Silva Herzog Flores, uno de sus hijos, en el 70 aniversario de la publicación. “En los libreros de mi casa resaltaban los volúmenes de la revista, con sus hojas de diferente color en cada portada”.

     “No ha sido una revista de cenáculo”, dijo Silva Herzog  al cumplirse 25 años de la publicación. En ella habían publicado casi mil autores: José Carner, José Gaos, Manuel Sánchez Sarto, Max Aub y Adolfo Sánchez Vázquez, por España; Luis Villoro, Isidro Fabela, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez y Silva Herzog, por México; de otros países latinoamericanos: Benjamín Carrión, Rómulo Gallegos, Raúl Roa, Ezequiel Martínez, Luis Cardoza y Aragón y Andrés Eloy Blanco.

     Silva Herzog Flores define Cuadernos americanos como una revista plural, abierta, progresista y con una convicción latinoamericana que en la Segunda Guerra Mundial tomó partido contra el totalitarismo y el fascismo.

     “Mi padre sirvió a la revista como le gustaba decir: con un interés desinteresado. Resaltan tres contribuciones: formar a decenas de economistas en el amor a México y la honorabilidad; Cuadernos americanos y su participación en la expropiación petrolera”.

Temas: