Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Fischer, dueño del tiempo

23 de Abril de 2021

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De no ser por esa acción súbita, inesperada, jugada de ajedrecista de decisiones fulgurantes y audaces de Alfredo Checa Curi, difícilmente podríamos haber llegado a Belgrado. En aquel momento a 60 km de Belgrado se desarrollaba la guerra, la cual marcó la transformación y destino de Bobby Fischer; el héroe, ícono de los Estados Unidos en 1972 durante la Guerra Fría, a un paria y perseguido por el Departamento del Tesoro de los EU que le impuso cárcel y una multa de diez millones de dólares por haber desobedecido la orden de no jugar su match contra Boris Spassky en Yugoeslavia.

Bobby Fischer fue un lobo solitario que abrevó y se nutrió con los conocimientos de los grandes maestros de la URSS. La naturaleza de su ajedrez es ruso, procede de la práxis rusa. Aprendió el lenguaje ruso para entender directamente la estrategia y la técnica de los rusos.

Cuando fue amenazado por el Departamento del Tesoro, Fischer se presentó ante los medios de comunicación y escupió en el papel oficial. Era individualista, un extraordinario genio, que se dio cuenta de su brillante talento y de su papel trascendente en la historia universal del ajedrez. Un genio es un ser diferente que sabe por encima de todo el valor, significado, trascendencia del tiempo, de su tiempo. Como un Miguel Ángel o un Beethoven sólo vivió y se entregó a su arte. Seguro de su talento y de sí mismo abrió las puertas de la inmortalidad.

El Bobby Fischer que conocí en el hotel International City de Belgrado era el genio de Estocolmo 1962; un niño noble, egoísta; el adolescente que a los 14 años ganó el Nacional de EU de 1958; el que a sus 15 años se convirtió en el GM más precoz de la historia; el que ganó el Nacional de 1963 con 11 victorias en 11 juegos; el de la partida del siglo contra Donald Byrne; el del match del Siglo de 1972 contra Boris Spassky; el de la reacción en la segunda fase de la II Copa Piatigorsky. Sus ojos, de inmensa profundidad; como la de aquel jaguar que vi en las inmediaciones de Palenque, Chiapas, de ojos esmeralda con la majestad y misterio de la selva lacandona.

Conocí a Fischer por Alfredo Checa Curi, mecenas del ajedrez mexicano, hombre de profundo respeto al ser humano. Apoyó a Marcel Sisniega y a otros ajedrecistas. Patrocinó el Interzonal de 1987 en el hotel Montetaxco. Con los recuerdos veo la imagen de su agraciada esposa Toni, de rostro semejante a Kim Novak. La última vez que vi a Fischer fue al descender por el caracol de una escalera metálica en el hotel IC. El estaba sentado en el centro de un conjunto de sofás de reluciente negro. El lobo solitario agitó su diestra para saludarme amistosamente. Solo y en su soledad. Una imagen que podría haber sido captada por el artista Helmuth Newton. Solo, el Fischer solitario de siempre.

 

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