Un símbolo de libertad; sus combates abajo del ring

Cassius Clay se convirtió en Muhammad Ali, el hombre que agitó a la sociedad de su tiempo y tuvo un impacto clave en la cultura estadunidense

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WASHINGTON, 22 de abril de 1967.- “Cassius Clay muestra la publicación Muhammad Speaks. Clay, que prefiere que lo llamen Muhammad Ali, fue citado por el ejército el 28 de abril, pero asegura que irá a prisión antes de hacer el servicio militar”. Foto: Archivo Excélsior
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CIUDAD DE MÉXICO.

El 26 de febrero de 1964, horas después de que conquistara el título mundial de los pesos pesados contra Sonny Liston, Cassius Clay confirmó que se había unido a la Nación del Islam, el movimiento musulmán negro con voluntades socio-políticas surgido en Estados Unidos, y pronto adoptaría el nombre de Muhammad Ali. Dos años después, Herbert Muhammad, hijo de Elijah Muhammad, el fundador de la Nación del Islam, se convirtió en el representante del campeón. De ahí que en abril de 1967 ambos tuvieran un problema. Como Ali se negó a enrolarse en el ejército estadunidense para combatir en la guerra de Vietnam, le retiraron la licencia de boxeo y lo despojaron de sus títulos.

“Fue Herbert Muhammad quien, durante el período en que se me prohibió boxear, indicó la conveniencia de que comenzara a escribir esta autobiografía”, anota Ali en El más grande. Mi propia historia (Editorial Noguer, Barcelona, 1976).

“En los Estados Unidos me habían prohibido el ejercicio de la única profesión para la que estoy verdaderamente preparado y me habían quitado el pasaporte para que no pudiera practicarla en otro país. Cuando acudí por vez primera a la editorial Random House para hablar acerca de este libro, había grandes posibilidades de que el boxeo fuera para mí sólo una cosa del pasado y de que tuviera que terminar el libro en la cárcel.”

Ver arriba del ring a Cassius Clay o a Muhammad Ali representó un lujo. El hombre tuvo un impacto con las personalidades de la cultura estadunidense de la época. El cantante Frank Sinatra asistía a sus peleas. Miles Davis, el trompetista que revolucionó el jazz y que superó su adicción a las drogas gracias a la práctica del boxeo, emulaba sus movimientos en el Gleason’s Gym de Nueva York. El artista pop Andy Warhol le dedicó serigrafías que se exhiben en museos y galerías alrededor del mundo.

The Beatles, The Jackson 5 y Elvis Presley tuvieron encuentros históricos con él.

Sin embargo, Ali tenía un compromiso muy serio con su religión, con su raza y con la sociedad norteamericana, siempre en el radar del resto del planeta.

Escritores como Norman Mailer, Gay Talese o George Plimpton nunca le perdieron la pista y le dedicaron grandes piezas de periodismo que son objeto de estudios universitarios, pero fue el filósofo británico Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura de 1950, quien lo marcó tras una oportuna carta: “En los meses venideros los gobernantes de Washington van a tratar de perjudicarlo a usted por todos los medios a su alcance, pero usted sabe, estoy seguro, que ha hablado en nombre de su pueblo y en el de todos los oprimidos del mundo que desafían valerosamente el poder norteamericano. Tratarán de hundirlo porque usted es el símbolo de una fuerza que no pueden aniquilar, es decir: la conciencia, ya despierta, de un pueblo entero resuelto a no seguir siendo diezmado por el miedo y la opresión. Puede usted contar con todo mi apoyo”.

Ali recibió la misiva el día que le retiraron el pasaporte.   

Entre héroes y villanos, victorias y fracasos, la figura de Muhammad Ali se alza sobre las grandes estrellas deportivas del siglo XX, pues su coraje trascendió sus propias peleas. Ali fue el atleta que agitó a la sociedad de su tiempo. Fue un símbolo de libertad.

Hacia 1930, recuerda el historiador Eric Hobsbawm, “la industria del entretenimiento, junto con la del deporte, eran de las pocas carreras en las que ejercían los negros”, pero en los 60 se atizó la lumbre de la lucha por los derechos de los afroamericanos, y Ali, bravucón empedernido, fue un decidido protagonista de ese combate abajo del ring. Aprovechó su celebridad para una causa en la que creía ciegamente.

Como relató Norman Mailer, “Ali es el mayor ego de toda Norteamérica. Y es también la encarnación de la inteligencia humana más inmediata que se haya visto hasta hoy. Ali es el espíritu mismo del siglo XX, el príncipe del hombre de masas. El príncipe de los medios”.

Ali es el campeón mundial de las emociones sociales.