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Lo insostenible

Yuriria Sierra

Yuriria Sierra

Nudo gordiano

“En cumplimiento de mis funciones, que juré frente al pueblo, de respetar y hacer respetar la independencia, la soberanía y la paz de la República, he decidido romper relaciones diplomáticas con el gobierno imperialista de Estados Unidos. ¡Se van de Venezuela!...”, así fue como Nicolás Maduro rompió relaciones con EU. Aunque esto lo dijo momentos después de que tanto éste y más de una decena de países desconocieran su gobierno y tendieran la mano a Juan Guaidó, jurado como interino. Decenas de países que se le adelantaron. Tal como lo hicieron millones de venezolanos que salieron a las calles —una vez más, ¡pobre pueblo que no ceja!— en varios puntos del país, organizados pese a la represión que caracterizó al gobierno venezolano desde los años de Hugo Chávez. Ciudadanos que defendieron a su país de Maduro, quien acaba de iniciar un segundo mandato tras una elección a modo, que incluso instauró su propia Asamblea, que ha sido capaz de detener a opositores, de violar los derechos humanos más elementales. Nicolás Maduro: el que habla con pájaros y viaja en el tiempo. Al que no le importa la hiperinflación ni la fotografía de sus propios policías escarbando en la basura buscando algo, lo que sea, para llevarse a la boca y aplacar el hambre.

Ese que ha nacionalizado medios para que los medios le aplaudan. Ese que convirtió a una de las naciones más ricas de la región, en la pedigüeña, en la rota por dentro y en todas sus esquinas. Venezuela, la de Chávez y Maduro, ésa que pasó de ser uno de los pozos petroleros del mundo, a sembradío de coca y fábrica del narco, eje que enloda y ensangrenta el nombre del pobre Simón Bolívar.

Y hoy casi un continente entero en su contra. Canadá, Brasil, Colombia, Guatemala, Perú, Costa Rica, Argentina, Paraguay, Chile. Casi, porque hubo quienes se expresaron a su favor, como Cuba y Bolivia. Ambos países respaldaron a su “hermano revolucionario”. Tal como lo hicieron Turquía y Rusia, dos países donde, al igual que en Venezuela, hay amplia documentación de las constantes violaciones a los derechos humanos.

Por eso importa la postura de México, por eso era necesario que nuestro país decidiera cuál era el camino, cuando nuestros vecinos continentales anunciaban su rechazo a un régimen como el venezolano, ¿de qué lado se colocaría México? Más cuando hace apenas un par de semanas se ofreció como mediador, no sólo para el conflicto de Venezuela, también para Nicaragua. Tras varias horas y desvaríos de algunos integrantes del gobierno de México, quienes expresaron que aún se reconocía a Maduro como presidente, se matizó el mensaje: México, como Uruguay, se pronunció en favor del diálogo. El tema es que, aunque éste se realice, el conflicto venezolano tiene ya un largo historial de vidas perdidas.

México tiene que lanzar ya su proyecto de mediación, porque de otra forma quedará como un gobierno alcahuete de uno de los mandatarios que quedará con peor registro en la historia reciente de la humanidad. Una gran parte de la Unión Europea también optó por la sutileza, y aunque no dio su respaldo al gobierno de Maduro, como se hizo de este lado del Atlántico, tampoco extendió su apoyo a Juan Guaidó (básicamente porque la UE debe construir los consensos entre todos los países que la componen antes de emitir postura). Constitucionalmente, Guaidó hizo lo que le tocaba y lo que le toca para dar paso a una transición democrática. La urgente. Lo otro es sencillamente insostenible.

La gran amenaza hoy es la respuesta de Maduro, no sólo por el rompimiento de relaciones con EU, sino porque el gobierno de Trump reiteró que todas las alternativas están puestas sobre la mesa, para ayudar a Venezuela a terminar con el régimen de Maduro. Desde el diálogo, hoy ya prácticamente descartado, hasta ¿la intervención? Por eso importa que México fije una postura que vaya mucho más allá de la sutileza. La Doctrina Estrada no tiene cabida en una coyuntura en que los derechos humanos de millones de personas han sido constantemente violentados. Así lo decía su spot de campaña: hoy, la realidad le exige al gobierno si quiere o no estar del “lado correcto de la Historia”.

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