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En la hoguera de la deshumanización

Raúl Cremoux

Raúl Cremoux

Otros ángulos

Los romanos distinguían dos formas de barbarie: una dura a la que llamaron ferocitas, encarnada por los pueblos destructores, y una blanda, la vanitas, con la que caracterizaban a la barbarie de la ignorancia, ineptitud, manipulación y decadencia. En esta última anclaba la fascinación del pequeño frente al grande, sin importar cuán cruel y ruin pudiera ser. De hecho se nutría del embeleso de la plebe ante el déspota.

Enfrentar la dolorosísima muerte de seres paupérrimos que venciendo todo tipo de obstáculos, finalmente fueron vencidos por el Instituto Nacional de Migración y sus tentáculos desde la cúspide de poder, ofreciendo la excusa de que ellos mismos se buscaron esa muerte, nos habla de una inocultable falta de sensibilidad y una bolsa repleta de ineptitud, mañosidades y deshonestidad intelectual.

¿Cuándo y en qué nivel se rompió la cadena de responsabilidades en nuestro país? Nunca tuvimos la experiencia de los duces sobre los venecianos que imponían un mandato articulado en una ley suprema cuando anunciaban a un nuevo funcionario: “Páguenle bien en ducados de oro, pero si roba o se equivoca, ¡cuélguenlo!”

Imaginemos la aplicación de esta medida en nuestro territorio. Seguramente tendríamos más funcionarios colgados que los más de 150 mil muertos y desaparecidos en los últimos decenios, especialmente en los cuatro años y medio de la trillada transformación.

“¡Carajo! ¿Qué más tiene que pasar?”, exclamó furioso el senador sin partido político cuando subió ante los micrófonos y cámaras del Senado para abordar la muerte de los migrantes en Ciudad Juárez. Se sabía, como millones de mexicanos indignado, al mismo tiempo que impotente.

Con una articulación diferente, pero con una sorpresa, mezcla de indignación y cólera, lo reflejaron las crónicas de diversos diarios del mundo: Clarín, en Argentina; El País, en España; Houston Chronicle, Los Ángeles Times, The Washington Post y The New York Times, en EU; Le Monde y Le Fígaro, en Francia; El Tiempo, en Colombia; The Guardian, en Inglaterra; La Repubblica, en Italia, y otros en países tan lejanos como el Asahi Shimbum y Nihon Keizai en Japón. A estos diarios hay que agregar los principales informativos de radio y televisión en al menos 21 países.

¿Prensa amarillista o profesionales de la información?

Lo vemos con absoluta claridad, en la génesis del poder, se crean las reglas, pero éstas no son para él, son para los demás, para quienes no estamos en el círculo de los poderosos. Así, en la delirante confusión de mostrarse todos los días y hacerse escuchar, se cree que lo que se dice es verdad a pesar de ser mentira, se piensa y esto es lo más grave, que decir es fabricar y transformar.

La discreción siempre ha sido una cualidad de lo más apreciada en los gobernantes y cuando se le pierde, el rigor en la palabra deja una estela de risotadas y chascarrillos en lugar de apego a la palabra. Se dejan de lado las virtudes de la coherencia y se desnaturaliza la razón lógica.

Eso es lo que hoy vivimos, y no hay posibilidades de cambiarlo.

 

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