Por qué los asesinos en masa cometen tales maldades

Por David Brooksc.2022 The New York Times Company Nunca voy a superar el hecho de que nuestra sociedad parece producir un flujo constante de hombres jóvenes que creen que es heroico asesinar a personas inocentes. Leo sus historias. Veo los estudios sociológicos. Trato ...

Por David Brooks

c.2022 The New York Times Company

Nunca voy a superar el hecho de que nuestra sociedad parece producir un flujo constante de hombres jóvenes que creen que es heroico asesinar a personas inocentes. Leo sus historias. Veo los estudios sociológicos. Trato de entender el camino que los ha llevado a su comportamiento malvado.

Lo más común que se dice de los asesinos en masa es que tienen problemas mentales, pero a veces eso no es del todo cierto. Esto se ha estudiado de diversas maneras. A la mayoría de los asesinos masivos no se les ha diagnosticado una enfer­medad mental. En general, son las circunstancias que los hacen cometer esos actos y no una enfermedad subyacente.

El punto de partida más certero es con algo que George Bernard Shaw escribió hace muchos años: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino ser indiferente a ellos: ésa es la esencia de la inhumanidad”.

Estos jóvenes muchas veces son fantasmas. Muchas veces experimentaron algún trauma en su primera infancia, como abuso o acoso extremo. En la escuela, nadie los conoce. Los rechazan. Luego, sus maestros o vecinos los recuerdan como retraídos y distantes. Por lo general, no tienen habilidades so­ciales. Se endurecen en su soledad. Alguien que conocía a un asesino en masa dijo a la revista GQ: “Él era callado, al punto de incomodar, al punto de ser extraño. De verdad, muy raro”. Los humanos sólo se dan cuenta de cuánto ansían el reconoci­miento del mundo cuando no lo tienen y, como no lo obtienen, se sumergen en sí mismos.

Los estresores se acumulan: les va mal en la escuela, les va mal en el trabajo, tienen encuentros humillantes con otros. Se siente vergonzoso ser tan indigno de la atención humana. Nos vemos como otros nos ven y, cuando nadie nos ve, nuestro sen­tido del ser se desintegra. No están bien equipados para lidiar con su dolor.

Muchos consideran suicidarse. Esto es impor­tante. El asesinato en masa muchas veces es una forma de suicidio y puede considerarse algo pa­recido. En su desesperación, varios parecen tener una especie de crisis de identidad. ¿Es mi culpa o del mundo? ¿Soy un perdedor o ellos son los per­dedores? Y aquí es donde el victimismo se con­vierte en villanía. Los que se hacen asesinos en masa deciden que son Superman y que el mundo está lleno de hormigas. Deciden suicidarse de una manera que, egoístamente, les dará lo que más an­sían: ser conocidos, ser reconocidos, ser famosos.

Elaboran una narrativa en la que ellos son el héroe. El mundo es malo y ellos se enfrentarán a él. Los negros/ judíos/mujeres nos están destruyendo y ellos les devolverán el golpe. Estas narrativas alimentadas por internet tienen un po­der excitante: los hacen sentir justos, fuertes e importantes. Las personas cuyas vidas se están hundiendo en el caos se aferran a cualquier historia en blanco y negro que les dé un propósito. Por supuesto que las narrativas son pura demencia maliciosa. “La soledad ofusca”, escribió Giovanni Frazzetto en su libro Together, Closer. “Se convierte en un filtro engañoso por el que podemos vernos a nosotros mismos, a otros, al mundo”.

Las armas parecen tener también algún tipo de efecto psico­lógico. Para las personas que se han sentido impotentes toda la vida, las armas parecen proporcionar una sensación de poder casi narcótica. Tal vez sea el placer que sienten al posar con sus armas lo que lleva a algunos de ellos al límite. Las armas son como serpientes en los árboles que les susurran.

A estas alturas, su imagen de las relaciones humanas ideales es enfermiza. No es amigo-amigo. Es celebridad-fanático. La única forma de compañía humana que pueden imaginar es la de ellos mismos transmitida en una pantalla y la de las multitudes sin rostro que la miran y la repostean.

Empiezan a tramar su embestida, que es una representación teatral. Quieren que sea lo más espectacular posible. Muchos no son sigilosos. Se lo cuentan a la gente. Publican videos. Pero in­cluso, en el último momento, especialmente entre los más jóvenes, suele haber un llamado de auxi­lio a última hora. Quieren que alguien les diga: no tienes que hacer esto.

El artículo más impactante que leí mientras in­vestigaba para esta columna fue escrito por Tom Junod para Esquire, en 2014. Entrevistó a un joven que, según los fiscales, se propuso cometer un tiro­teo masivo, pero fue atrapado antes de que pudiera empezar (el hombre se declaró culpable de robo de vehículos y cumplió condena por ello).

Cuando salió de la cárcel, miró su antiguo anua­rio de la preparatoria y se sorprendió. Sus com­pañeros de clase lo habían firmado y le proponían reunirse durante el verano. La gente le tendía la mano, pero él había sido demasiado egocéntrico para verlo.

El día que se dispuso a salir armado con pistolas, municiones y un machete, no quería hacerlo. Era como un deber doloroso. Le dijo a Junod: “Quería que me prestaran atención. Si alguien se hubiera acercado a mí y me hubiera dicho: no tienes que hacer esto, te aceptamos, me habría derrumbado y me habría rendido”.

Estas cosas son malvadas, pero no inevitables.

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