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La carga llamada López-Gatell

Max Cortázar

Max Cortázar

Los mexicanos lamentamos profundamente que los más de 60 mil fallecidos ocasionados por la enfermedad covid-19 (conceptualizados bajo el “escenario muy catastrófico” por el subsecretario Hugo López-Gatell en febrero pasado) no representen la magnitud total del efecto de la pandemia en el territorio nacional, sino la fotografía de un registro que seguirá cobrando varios cientos de vidas en las siguientes semanas y meses. Muchas de ellas provocadas por las contradicciones e inconsistencias en la estrategia de vocería y política pública definida desde el escritorio del mismo funcionario federal.

De acuerdo con The Institute for Health Metrics and Evaluation, centro independiente de investigación en salud de la Universidad de Washington, México podría alcanzar entre 121 mil y 177 mil fallecimientos el próximo primero de diciembre. Proyección que parece consistente con la alerta sobre nuestro país que mantiene el Centers for Disease Control and Prevention, la cual define como nivel 3 porque —a diferencia de las actitudes públicas y expresiones mediáticas del subsecretario— esta organización especializada del Departamento de Salud de Estados Unidos sigue identificando riesgos altos a la salud por covid-19 en México, así como recursos hospitalarios limitados para aquellas personas que requieran atención médica por contagio de SARS-CoV-2. En el mismo sentido va la Organización Mundial de la Salud, al asegurar que la magnitud de la pandemia está subestimada por la autoridad mexicana, dada la baja aplicación de pruebas. Con esto último, el subsecretario simula ante la opinión pública que la epidemia va a la baja, cuando, en los hechos, se encuentra fuera de control.

La realidad nacional y la gravedad de los análisis internacionales antes referidos son botones que muestran la carencia de un liderazgo técnico en una de las pandemias más severas que la humanidad tenga memoria en su historia reciente. Al subsecretario López-Gatell siempre le ha gustado más la política que la ciencia, pero, a diferencia de 2009, ahora provoca costos significativos en vidas de las personas y tranquilidad de los hogares, como producto del manejo poco esmerado que da a la pandemia por la que atravesamos. Es difícil encontrar otro referente de perfil técnico en el mundo que prefiera confrontarse con las empresas, en vez de concentrar su atención en la población vulnerable.

Cierto es que, ante un fenómeno inédito como éste, en las semanas iniciales existe poca claridad sobre las acciones más adecuadas para enfrentarlo. Sin embargo, con el avance de la pandemia se identifican mejores prácticas médicas y sociales que permiten rectificar decisiones de política, así como movilizar mejor a los ciudadanos para reducir mortalidad y exposición de contagio. En especial cuando nuestro continente fue uno de las últimos en resultar afectados, por lo que ya se contaba con la experiencia ganada en las regiones de Asia y Europa.

A nivel estatal, destaca como ejemplo Nueva York. Entidad que en abril fue considerada el epicentro de la pandemia en Norteamérica y que, como consecuencia del creciente aislamiento social, el uso generalizado de la mascarilla, la aplicación masiva de pruebas, el seguimiento de casos positivos, la cautelosa reapertura de actividades económicas y la destacada comunicación ejercida por quien lidera la estrategia, en este caso el gobernador Andrew Cuomo, hoy presenta indicadores de reconocimiento público. Entre ellos, registra por dos semanas consecutivas una tasa de infección menor al 1%, así como una hospitalización total por covid-19 de tan sólo 472 pacientes.

A nivel nacional también hay ejemplos. Japón tiene una población muy similar a la nuestra, pero, a pesar de su alta concentración de personas y de su cercanía con el brote original de coronavirus ocurrido en China, contabiliza apenas poco más de mil fallecimientos. Esto, en términos comparativos con México, representa el 0.019% de las pérdidas de vida que miles de nuestros hogares han lamentado.

Fueron muchas las coyunturas donde el responsable gubernamental de coordinar los esfuerzos, el subsecretario Hugo López-Gatell, tuvo la oportunidad de rectificar una serie de decisiones que, en contraste con la evolución de la realidad nacional y las políticas públicas instrumentadas en otras regiones del mundo, se veían a todas luces contrarias al sentido común.

Como muestras, decretó el fin de la jornada de sana distancia tan sólo para, cuatro semanas después, ver duplicado el número de fallecimientos, en una espiral hasta ahora incontenible; estableció una vocería caracterizada por la incongruencia incapaz de movilizar a la población y a las autoridades de manera efectiva a favor de la salud; nunca quiso establecer una cooperación con gobernadores y se prestó —como denunció el gobernador de Jalisco— al manejo político del semáforo epidemiológico; fracasó su “modelo centinela” porque aseguró que serviría para contabilizar los casos de contagio grave, pero el Registro Nacional de Población y el exceso de mortalidad dan constancia de que sus números no cuadran; además de negarse a promover el uso de cubrebocas, práctica que ha comprobado reducir el contagio. Peor aún, al comienzo de la crisis aseguró que México había aprendido de los errores cometidos por otros países y que aquí nunca pasaría lo mismo, cuando la tragedia es muy grande.

No se entiende cómo ante tanta mentira e ineficiencia le amplíen al subsecretario la estructura orgánica bajo su cargo.

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