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El efecto Kamala Harris

Max Cortázar

Max Cortázar

La designación de la senadora Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos trasciende al reconocimiento de la importancia que tienen las minorías en el bienestar de ese país. Su selección representa una bocanada de aire fresco a quienes vemos en la política una práctica útil en la diversidad de intereses e ideologías, la construcción de consensos y la solución de problemas sociales a partir de la mejora progresiva de políticas públicas e instituciones. Si algo han demostrado los altos costos derivados de la pandemia es que, así se trate de la primera potencia del orden mundial, existen pocos factores tan dañinos a la prosperidad de los grupos vulnerables como un poder político basado en la exclusión y la improvisación.

Los estadunidenses tuvieron todo el derecho de expresar en las urnas su molestia con la clase política de Washington, pero han pagado caro los platos rotos de la elección hecha en 2016. La pandemia no sólo descarriló en la percepción pública uno de los escasos logros de la administración Trump —el manejo de la política económica y el empleo—, sino que exhibió el peor de los desempeños gubernamentales frente a la mortalidad del covid-19, el cual registra hoy a más de 167 mil fallecidos y 5.2 millones de contagios confirmados. Con ese nivel de impacto en la salud pública, de poco servirán a Donald Trump, en términos electorales, los paquetes de apoyo a los negocios, en especial cuando, de acuerdo con datos públicos, se han reactivado los puestos de trabajo con salarios altos, pero no los de la base de la clase trabajadora. Condición que amenaza con seguir ampliando la brecha de desigualdad económica y racial de los estadunidenses, al verse las familias de raza blanca más favorecidos.

La mala evaluación de los ciudadanos a la administración Trump agrava la condición del Partido Republicano que, según las más recientes encuestas nacionales, está entre 7 y 11 puntos abajo de la dupla Biden/Harris (WSJ/NPR). Sin embargo, el régimen de la polarización se niega a perder la reelección, así sea a partir de decisiones que bien podrían definirse fraudulentas o de sabotaje, como la determinación del Presidente de bloquear los fondos requeridos para la adecuada operación del servicio postal, la cual permitiría el traslado, en tiempo, de los votos emitidos mediante correspondencia.

Por estas razones, la selección de la senadora Harris puede ser considerada como el más reciente eslabón del intento por regresarle el decoro a la política estadunidense. Primero, fue la conducción de un proceso interno que terminó por desplazar alternativas igualmente polarizantes y populistas, como las promovidas por el senador Bernie Sanders. Después, con la declinación de otros liderazgos a sus aspiraciones presidenciales para impulsar —de manera anticipada— la fortaleza de la candidatura presidencial Joe Biden en vez de tener que esperar hasta la realización de la convención nacional, evitando el consecuente desgaste de una competencia larga. Finalmente, con la elección de la legisladora como compañera de fórmula electoral, que dio por terminada las presiones de optar por alguien afín a las corrientes partidistas más extremas.

La llegada de la senadora Harris es una victoria de la política porque la californiana no guarda la máxima confianza del círculo de colaboradores cercano de Biden. Su dura crítica al expresidente durante los debates demócratas lastimó los lazos de interlocución, pero ambos lados saben que se necesitan para aumentar las posibilidades de triunfo en las elecciones de noviembre. Además, Joe Biden aprendió bien la lección del pragmatismo en la mancuerna establecida con Barack Obama. Así como en 2008 sabía que su respaldo era esencial para que el primer afroamericano llegara a la Casa Blanca, en el presente ha sido consiente de que su tránsito a la presidencia de Estados Unidos depende, en gran medida, de sumar a su lucha a las minorías que se sienten desplazadas por el régimen actual.

Son estos equilibrios y procesos los que inspiran detrás de la nominación de Kamala Harris. No sólo por ser mujer, afroamericana y de orígenes migrantes; sino porque la fórmula con Joe Biden es símbolo de que es posible el retorno a la política del diálogo, el consenso y la inclusión, así como que ésta puede ser exitosa.

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