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Los extremos y el péndulo

Luis F. Lozano Olivares

Luis F. Lozano Olivares

Avvocato del Diavolo

Algo ha pasado en las sociedades occidentales que nos está forzando a los extremos de las cosas y estamos perdiendo el centro. Esta situación, estimado lector, nos hace caer en muchas contradicciones que, además, pasan desapercibidas en este mundo de redes sociales. Una posible explicación de lo anterior es la mala combinación de la libertad sin sentido común, las redes sociales y el simplismo, que, en exceso, lleva a la imbecilidad pura y dura.

El primer fenómeno se da en la política. Durante los años 80 y 90, en los países democráticos y decentes del mundo se gobernaba en el centro. Políticos y partidos políticos debatían y concertaban posturas en el centro. Primero, porque no tenían la presión social que existe hoy en las redes sociales y había más privacidad profesional, atendiendo a la metáfora de cómo se hacen las salchichas. Lo segundo es que podían mostrarse como civilizados, logrando acuerdos que impactaban a la mayoría. O, tercero, permitía al más listo ponerse en el centro, robando agenda al partido opuesto, como fue el caso de Thatcher.

Casos exitosos del centralismo como estrategia política hay muchísimos. En Estados Unidos, las alas radicales que hoy manejan la agenda de los partidos Demócrata y Republicano estaban marginadas por las posturas centristas de, virtualmente, todos los candidatos hasta Bush II. En España, el PSOE y el PP se apoyaban en lo fundamental, al tiempo que se turnaban la presidencia de España.

Las redes sociales han potenciado el radicalismo en todas las vertientes. Se discute en el extremo y se descalifica al opuesto, a menudo coincidiendo conceptualmente en temas opuestos. ¿Quién iba a pensar que la izquierda europea defiende a estados autocráticos que merman las libertades de las mujeres, como es el caso de Irán? ¿Quién iba a pensar que la izquierda latinoamericana y la derecha radical americana coinciden en defender a Putin y su invasión genocida a Ucrania?

La semana pasada, la política más hábil de España, Isabel Díaz Ayuso, recibió de su universidad, la Complutense de Madrid, un reconocimiento como alumna ilustre. El espectáculo de los autodefinidos de izquierda fue lamentable, le gritaron de todo, incluyendo asesina. Otra alumna subió al estrado a llamarla fascista y que la universidad no debía recibir a todos (contrario al propio concepto de universidad, la antifascista siendo fascista), la izquierda limitando la libertad y apropiándose de espacios de todos (no es el único caso, como bien saben en la UNAM). El candidato socialista que contenderá con Ayuso dijo que el haber asistido a su alma mater fue una provocación. Otra líder de izquierda feminista (ojo con esto) la criticó por llevar la falda muy corta.

Los movimientos de izquierda (la decente, no la castrista y guevarista) fueron cruciales en el siglo XX, ya que nacieron para defender la pluralidad y la libertad de los débiles y desposeídos. Hoy, las sociedades de Occidente disfrutan todas las libertades por las que luchó la izquierda el siglo pasado, pero siguiendo la naturaleza humana, ahora hemos lanzado el péndulo hacia el otro lado.

Hemos perdido el norte, pero, peor aún, hemos caído en un círculo vicioso en el que el radicalismo propio alimenta al radicalismo del adversario, encumbrando a oportunistas y aventureros que dicen lo que esos radicales quieren escuchar. Los partidos políticos de hoy en día que sólo piensan en la victoria electoral, a toda costa, empoderan a personajes que entregan lo que la gente quiere oír sin importar la conexión con la realidad. Todo lo anterior con las redes sociales como bocina de la estupidez y el simplismo.

Se ve difícil regresar al centrismo como estrategia política porque nos hemos excedido en la libertad, al punto de que los extremos piensan que tienen la libertad de coartar la libertad. Una feminista condenando la libertad de otra mujer por haber escogido el largo de una falda… no me lo explico.

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