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La moral actual

Luis F. Lozano Olivares

Luis F. Lozano Olivares

Avvocato del Diavolo

El dramático e injustificable asesinato de George Floyd ha generado un movimiento social importante para atacar la violencia racial imperante hacia la población estadunidense de color. Los datos de agresión policiaca contra ciertos grupos minoritarios de la sociedad estadunidense son condenables y atacables por donde se le mire. La policía en Estados Unidos ha confundido la fuerza excesiva con la eficacia; nada más lejos de la realidad. La reacción social frente a este evento es entendible en cuanto a la movilización social generada, pero también ha traído sus excesos.

El buenismo occidental, protegido y disfrazado de progresismo, está perdiendo la brújula de lo que se busca. Uno de los fines de las civilizaciones occidentales en democracias liberales es el proteger los derechos de las minorías para intentar garantizar sus libertades, así como las mismas oportunidades. Aunque todavía existen miles de prejuicios que hay que eliminar, tampoco es admisible que unos derechos pasen por encima de los otros.

Hay de todo. Desde publicaciones que indican que la heterosexualidad es un invento del occidente hasta la práctica de juzgar con la moral actual hechos del pasado. Así, la propia Gran Bretaña ha tenido que tomar medidas para proteger la estatua del “mejor británico de todos”, Winston Churchill. Lo anterior por un comentario racista que se le atribuye asumiendo que la raza blanca era superior a otras.

Seguramente en la época en la que vivía Churchill había una idea de la igualdad racial muy distinta a la que existe hoy (con la cual no estamos de acuerdo). Juzgarlo por eso y no por la defensa de Europa frente a Hitler es un ejercicio insensato y peligroso. Es tanto como aceptar que toda figura histórica debe ser analizada en todos los días de su vida para ver si merece el reconocimiento de pureza que exige la moral actual. Lo mismo pasa con las estatuas de Colón, contra las que ha habido un especial empeño; aunque la razón es un poco más turbia, como culpable de la llegada de los europeos.

Si vamos a tomar banderas del buenismo que, además, protege a otras figuras como el Che, Fidel o Stalin, para tirar figuras históricas, nos van a quedar pocas. La historia de la humanidad antigua está llena de guerras, conquistas y de pueblos dominados. Así fue y así llegamos aquí. No hay rey, general, emperador que se salve del dedo flamígero del buenismo actual. Nos queda defender la historia, entendiéndola con sentido común y pensando que, por definición, el ser humano es imperfecto y cada uno tendrá sus cosas, que no deben borrar las grandes acciones de la historia.

Me gustó mucho la posición del presidente Macron anunciando empatía con la causa, pero que el Estado francés defenderá su historia y sus estatuas.

El buenismo occidental es como una serpiente que se come la cola. Muy pocas veces el péndulo de las libertades y derechos se queda en el centro. Siempre hay grupos que lo empujan desde un extremo y hacia el otro. Como un ejemplo paralelo a esto, está la crítica que ha hecho Arturo Pérez Reverte a los musulmanes que planean ataques terroristas contra el Occidente que los acogió, los alimentó y les garantizó su libertad religiosa. Al final, las libertades y derechos que Occidente garantiza se convierten en su propio riesgo.

¿Cómo podemos garantizar las libertades de Occidente sin llegar al atropello del buenismo? ¿Cómo evitar que el buenismo se convierta en una dictadura que oprime a otras minorías para defender las suyas? No es un juego fácil, porque el buenismo tiene una generación joven y simplona que absorbe las demandas fáciles sin reflexión alguna.

Los políticos, principalmente los que se asumen progresistas, se aprovechan de la situación, al punto de convencer a dichas generaciones de que las instituciones encargadas de defender a las minorías no sirven.

Sigo convencido de que las democracias liberales modernas, donde la gente vive o se desarrolla para llegar a una vida de bienestar y libertades, no ha sabido comunicar su éxito, mientras que los contrarios lo hacen con agilidad y simpleza. El enemigo está dentro.

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