Democracia no son sólo elecciones libres
La Marcha por nuestra democracia celebrada el día de ayer, según los organizadores, en más de cien ciudades en México y el extranjero, y que abarrotó el Zócalo de la Ciudad de México, y el mensaje de Lorenzo Córdova nos recordó algo sobre lo que la mayoría de las ...
La Marcha por nuestra democracia celebrada el día de ayer, según los organizadores, en más de cien ciudades en México y el extranjero, y que abarrotó el Zócalo de la Ciudad de México, y el mensaje de Lorenzo Córdova nos recordó algo sobre lo que la mayoría de las y los ciudadanos mexicanos no solemos reflexionar: la calidad de nuestra democracia. Y es que todos sabemos que la democracia se trata de poder elegir a nuestros gobernantes, pero, más allá de los círculos de politólogos que estudian y miden qué tan buena, regular o mala es una democracia, los demás, de poco o nada nos enteramos.
Lorenzo recordó que por más de treinta años se han construido las instituciones y procedimientos que han permitido la celebración de elecciones libres, la primera y más básica condición para que un régimen pueda considerarse democrático y la razón de una lucha de varias generaciones de mexicanos de todas las ideologías políticas que trabajaron para terminar con una época de siete décadas en las que hubo un partido hegemónico que siempre ganaba unas elecciones que no eran más que una simulación, y se logró. Se logró a tal grado que México ha sido ejemplo en el mundo de cómo organizar elecciones libres, pero resulta que, como se dijo ayer, “democracia no son sólo elecciones libres”.
La calidad de la democracia se mide de diversas formas: qué tan diversificado o concentrado está el poder; si hay contrapesos entre instituciones que ejercen el poder y qué tan efectivos son; si las minorías políticas y poblacionales están o no representadas ante las instituciones públicas y qué tanta capacidad de incidir tienen; si la libertad de expresión y de prensa son respetadas y los medios de comunicación son libres de investigar y documentar la verdad; si el Poder Judicial es profesional, independiente e imparcial; si la ley cuenta con mecanismos efectivos para hacerla valer por parte de cualquier persona, ya sea política o no, etcétera.
Uno de los reportes que mide la calidad de las democracias en el mundo es el Democracy Index de la Unidad de Inteligencia de The Economist, cuya más reciente edición reporta para México la caída de una posición al pasar del lugar 89 en 2022 al 90 en 2023 de entre 167 países, con una calificación general de 5.14 de 10, 6.92 en la medición de procesos electorales y pluralismo, 4.64 en funcionamiento del gobierno, 6.67 en participación política, un 1.88 en cultura política y un 5.59 en libertades civiles. El explicar qué se califica en cada rubro es materia para otras columnas, pero lo que está claro es que nuestra democracia tiene mucho que mejorar en todos los aspectos y que en todos los reportes que miden a la democracia mexicana, incluido éste, se ha documentado una tendencia a la baja durante los últimos años.
Ese deterioro de nuestra democracia, expresado, por ejemplo, en amenazas a libertades y derechos tan básicos como el opinar de forma distinta a quienes hoy detentan el poder, sufrido no sólo por adversarios políticos, sino por comunicadores y ciudadanos en general, ha sido documentado por lo registrado por los reportes, pero, sobre todo, lo hemos vivido y presenciado todas y todos y eso ha sido la razón tanto de la primera marcha en defensa del INE como de la Marcha por nuestra democracia de ayer. Ambas han ayudado a visibilizar la necesidad de hablar no sólo sobre elecciones libres en México —como se ha hizo por varias décadas antes de las primeras alternancias de partidos en el gobierno—, sino sobre de qué calidad es nuestra democracia, más allá de las urnas, y sobre cómo esto nos afecta en la vida cotidiana.
Defender lo ganado, y exigir no sólo que pare el deterioro, sino una mejoría en nuestra democracia, como se dijo ayer desde el templete ante los miles y miles de ciudadanos que alzaban su voz en el Zócalo, es tarea de todas y todos: se trata de votar, sí, pero, sobre todo, de comprometernos a ser ciudadanos de tiempo completo.
Politóloga e internacionalista.
Expresidenta de la Cámara de Diputados
