Pasan los años y empeoramos

Otra vez estamos en la Campaña Únete, promovida por Naciones Unidas, que implica 16 días de activismo contra la violencia de género. Comprende del 25 de noviembre, Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer, hasta el 10 de diciembre, Día ...

Otra vez estamos en la Campaña Únete, promovida por Naciones Unidas, que implica 16 días de activismo contra la violencia de género. Comprende del 25 de noviembre, Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer, hasta el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos.

¿Cuál es la novedad? ¡Que estamos peor! Ni todas las campañas de difusión ni los avances legislativos han logrado mejorar la condición de vida de millones de mujeres alrededor del mundo. Se calcula que, a nivel global, 736 millones de mujeres —casi una de cada tres— han sido víctimas de violencia física y/o sexual al menos una vez en su vida. En lugar de disminuir la violencia, en 2022 se registró la cifra global más alta de homicidios contra mujeres y niñas: 89 mil feminicidios. ¡245 muertes diarias!

Lo más trágico de esta violación generalizada de derechos humanos es que el 55% de los perpetradores son del entorno cercano de la víctima, familiares, parejas o exparejas de la víctima. Ni hablar de los niveles de impunidad en países como el nuestro porque la cifra es superior al 90% de los casos. ¿Qué es lo que sucede? Que normalizamos la violencia contra las mujeres, que es parte del cotidiano cultural en un sistema patriarcal que sigue considerándonos como un accesorio más o un ser vivo, pero con menos derechos que cualquier hombre.

En otras ocasiones, el problema radica en que tenemos tan enraizado en el sistema las agresiones sistemáticas y transmitidas generacionalmente que no somos capaces de identificarlas o las justificamos cual si fuera un tema menor, ejemplo de ello es la prevaleciente incapacidad de denunciar las violaciones sexuales dentro del vínculo matrimonial o concubinato; son miles de millones de personas que siguen considerando las relaciones sexuales un “deber”.

Desde las instituciones educativas deberían promover de manera inmediata la capacidad de identificar todos los tipos de violencia: violencia física, maltrato psicológico, violación conyugal, feminicidio, violación, actos sexuales forzados, insinuaciones sexuales no deseadas, abuso sexual infantil, matrimonio forzado, acecho, acoso callejero, acoso cibernético, mutilación genital y matrimonio infantil.

Igual de relevante resulta identificar la violencia sutil y los micromachismos, que son todas esas manifestaciones que pasamos desapercibidas o a las que estamos acostumbradas por nuestro entorno cultural. Debemos ser capaces de dilucidar que los ataques de celos, el control del dinero, la prohibición de actividades o relaciones sociales y la supervisión de llamadas o redes sociales no son un signo de amor, es enfermedad pura y una alarma para próxima violencia física. Tenemos que ser capaces de denunciar y exigir que se cierre la brecha salarial y el techo de cristal; y también es trabajo nuestro no permitir que en el día a día los hombres asuman que las mujeres tenemos la responsabilidad de las labores domésticas, tratarnos como niñas o darnos instrucciones o castigos o desacreditar nuestras opiniones. Todas y cada una de estas manifestaciones son violencia y son inaceptables.

Es urgente ser conscientes de los sesgos y prejuicios, promover la corresponsabilidad, aprender a identificar la violencia y llamar las cosas por su nombre. Es el primer paso a una vida libre.

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