Desmoronamiento

En la zona arqueológica de Ihuatzio, en Michoacán, se registró hace unos días el derrumbe parcial de su basamento

Cada sitio arqueológico en pie es un baluarte de la cultura que se niega a morir, un rompecabezas de nuestra identidad que, sin importar sus pigmentos, su pintura mural o sus decorados, nos fascinan, brindan conocimiento y nos conectan con el pasado. Por desgracia, esas huellas dactilares son la memoria de algo que aún no hemos asimilado y, por ello, a todos nos interesa preservarlas y nos preocupa que el cambio climático acelere su destrucción.

Uno de los ejemplos más recientes de ese deterioro lo conocimos con el desmoronamiento de la Pirámide de la Serpiente Emplumada, en Teotihuacan, a la que se adaptará una cubierta para protegerla de humedad, lluvia y viento, junto con una restauración que retire los elementos dañinos de intervenciones anteriores. A este proyecto en proceso, se ha dicho, se destinarán 50 millones de pesos y lo recibirá a medio camino la administración de Claudia Curiel, quien deberá poner atención al caso para garantizar que el proyecto cumpla con su cometido y se concluya en diciembre próximo, como

se prometió.

Otro ejemplo ocurrió hace unos días, en la zona arqueológica de Ihuatzio, en Michoacán, con el derrumbe parcial de su basamento, a partir de una combinación de tres elementos letales: sequía extrema, grietas no atendidas y lluvias intensas, que, al parecer, han impactado en todo el sitio.

Pero eso no es todo. Ayer, la restauradora Inés del Ángel Mejía Martínez, que participó en la 35 Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia (FILAH), relató aspectos preocupantes en los sitios de la cultura maya, asentados en la zona oriental de Quintana Roo —en Tulum, Tancah, Muyil y Kohunlich—, que cuentan con recursos del Tren Maya y de Promeza y aún así enfrentan dificultades que ya preocupan a los investigadores.

Un aspecto es el incremento de la temperatura en la región, de casi dos grados centígrados en los últimos 13 años, impactando en la estabilidad de las estructuras arqueológicas y en sus decorados, en especial en la zona de Kohunlich, donde intervinieron sus mascarones en 2023.

Lo que ocurrió fue que, luego de la intervención, “los mascarones se encontraban prácticamente estabilizados, pero en la primavera de este año, que fue particularmente seca, de un día para otro presentaron inestabilidad, escamación, disgregación de los procedimientos que habíamos aplicado en los resanes y esto fue muy alarmante”.

Dicho deterioro, explicó Mejía, ocurrió en todos los mascarones, aunque la mayor afectación se ubicó en el No. 3, fenómeno que ya se había notado en 2018 y 2019. Y aseguró que a este panorama se deben agregar otros factores: incendios forestales recurrentes, el creciente número de tormentas y huracanes, que impactaron en estructuras y decorados, y un dato que ahora parece lejano, pero es agobiante: se prevé que el nivel del mar aumente tres metros de altura en los próximos 100 años, lo que pondrá en riesgo a Tulum.

Por cierto, Mejía, junto con la restauradora Patricia Meehan, también cuestionaron la falta de mantenimiento estructural (no preventivo) en la zona maya, así como la sostenibilidad del programa Promeza para el próximo sexenio, dado que aún se desconoce su continuidad, el monto programado y la periodicidad con que llegarán los recursos a partir de 2025.

En este punto, el INAH, que aún dirige Diego Prieto, tendría que informar cuándo se elaborará un informe exhaustivo sobre cómo el calentamiento global ha impactado en todas las zonas arqueológicas del país, no sólo en Teotihuacan y en el área maya, así como las estrategias que seguirá para evadir el desmoronamiento de nuestra memoria. Ojalá que quien encabece el instituto el próximo sexenio sea más cauto y no se decante por afirmar que nunca serán suficientes los recursos para atender las necesidades. ¿En serio?

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