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Sucesión y división interna

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

 

 

Si la semana pasada fue Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano el que hiciera una dura crítica a la administración López Obrador por la ausencia de logros reales en estos tres años de gobierno, ahora fue el otro fundador de la Corriente Democrática, Porfirio Muñoz Ledo (el hombre que le colocó la banda presidencial a López Obrador en 2018), quien enfatizó en un punto que también hemos destacado en este espacio: la progresiva soledad y aislamiento presidencial, en el inicio de la curva descendente de la administración federal.

“Yo creo, dijo Porfirio el domingo, que (el presidente López Obrador) está sintiendo el vacío del abandono del poder, sabiendo, además, que el nivel de concentración de poder que existe en México no es eterno, que, por fuerza de la política, de la economía, de la sociedad y de las ambiciones, este régimen tenderá a desgajarse en los próximos dos años”. Muñoz Ledo, en otro dato que no debería obviarse, habló en un evento de Movimiento Ciudadano, donde agregó que “la República es la casa de todos, la República invita al consenso, la República necesita serenidad, la República no puede estar sometida a vaivenes pasajeros ni a negocios políticos”.

Recordó que Benito Juárez gobernó en distintos momentos sin mayoría y que, cuando quiso hacer un plebiscito nacional, fue el ministro Miguel Lerdo de Tejada “quien le aconsejó no hacerlo, puesto que sería muy dudoso realizar una consulta popular para la que no hay recursos. Consejo que el mismo Lerdo de Tejada debería de salir de su tumba y darle a nuestro actual Presidente”.

El miércoles en la Feria Internacional del Libro, Cárdenas había dicho que “tenemos un crecimiento económico bajo, estamos por debajo de los objetivos que habíamos alcanzado en años anteriores. Si vemos, la violencia está presente en todo el país, tenemos un alto índice de desempleo, no hemos logrado recuperar incluso el empleo perdido por la pandemia, tenemos un sistema educativo con deficiencias, esto es lo que tenemos en estos tres años”.

Ni Cárdenas ni Muñoz Ledo pueden ser descalificados como neoliberales o conservadores. Son los hombres que encabezaron la Corriente Democrática y el PRD, Cuauhtémoc fue el primer jefe de Gobierno de izquierda en la ciudad de México; Porfirio, el primer senador electo; fueron los que desde 1987 le dieron origen y rumbo al movimiento de centroizquierda del que abrevó el presidente López Obrador para llegar a la Presidencia de la Repúbica.

Algo tiene que estar mal cuando ambos se han alejado del Presidente y de su gestión de gobierno. Como algo tiene que estar mal, muy mal, cuando son tan evidentes los golpes internos en el oficialismo. La lluvia de trascendidos, denuncias, acusaciones, demandas, procesos contra miembros y exmiembros del equipo, contra personas cercanas al propio Presidente y hasta contra miembros de su familia; no nos equivoquemos, no provienen de la oposición, sino de enfrentamientos internos, en un gobierno cuya indisciplina es notable, a pesar de que el presidente López Obrador ejerce un poder centralizador mayor que el de cualquier de sus predecesores contemporáneos.

Con un agravante, esa lluvia de denuncias vulnera la más preciada de las prendas que quiere lucir el Presidente: el de la honestidad y la lucha contra la corrupción de su gobierno. Y siguiendo lo dicho por Muñoz Ledo, pueden preanunciar el desgajamiento del mismo en los dos próximos años.

Buena parte de este deterioro tiene origen en algo impulsado desde el propio gobierno federal, los tiempos de la sucesión presidencial. Cuando comienza el proceso de sucesión, cuando se comienzan a poner nombres sobre la mesa y, sobre todo, cuando eso lo impulsa el propio Presidente de la República (el personaje a ser sucedido), ese desgajamiento resulta inevitable. Normalmente, los presidentes aprovechaban el cuarto año de gobierno para ocultar ese juego, mover nombres con discreción y lograr que ese cuarto año fuera el del cenit de su poder. Desde que los mandatarios se quedaron sin mayorías parlamentarias, sobre todo las calificadas, ese juego comenzó a desdibujarse, pero ninguno de los antecesores de López Obrador lo había abierto, como ahora ha ocurrido, antes de que concluyera su tercer año de gobierno.

Hoy, la sucesión está entre nosotros, el propio Presidente ha puesto al frente de ella a la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum; al canciller Marcelo Ebrard y al líder del Senado, Ricardo Monreal, ya han hecho explícita su voluntad de contender en 2024 y este fin de semana, el presidente de Morena, Mario Delgado, ya sumó a esa lista al secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Lo que no se comprende es quién puede ganar en un juego sucesorio tan adelantado, cuando tantas cosas pueden pasar en dos años o más, hasta que haya realmente una candidatura confirmada. Lo más probable es que todos terminen desgastados.

Paradójicamente, lo que se alimenta es la división, el fraccionamiento y la toma de posiciones individuales o de sector, en un gobierno donde parece existir una disciplina monolítica en el discurso, pero una división cada vez más profunda en los hechos. Se puede o no verlo así, pero Cárdenas y Muñoz Ledo ya lo detectaron con claridad.

 

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