Hablando de niños, niñas y adolescentes, sus derechos, sus dolencias
Por Ma. Patricia Herrera Gamboa En México, las niñas, niños y adolescentes cuentan con una ley general de protección desde diciembre de 2014, expedida para reformar diversas disposiciones de la Ley General de Prestación de Servicios para la Atención, Cuidado y ...
Por Ma. Patricia Herrera Gamboa
En México, las niñas, niños y adolescentes cuentan con una ley general de protección desde diciembre de 2014, expedida para reformar diversas disposiciones de la Ley General de Prestación de Servicios para la Atención, Cuidado y Desarrollo Integral Infantil que, si bien en su momento se consideró de gran relevancia para el fortalecimiento de un marco normativo que regule las políticas actuales para su protección, no ha sido del todo oportuna y expedita en su aplicación.
Esta ley los reconoce como titulares de sus derechos, con capacidad de goce de los mismos, de conformidad con los principios de universalidad e interdependencia; garantizando el pleno ejercicio, respeto, protección y promoción de sus derechos humanos en los términos que establece el artículo 1º. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos a efecto de que el Estado los cumpla, lamentablemente, esto muy pocas veces ocurre, tanto por el Estado, como por los tutores, incluso por ellos mismos, que, seguramente la mayoría los desconoce.
Según la ley, los niños se consideran hasta los 12 años y de los 12, hasta un día antes de cumplir los 18 años, son adolescentes. Si bien en México, aproximadamente 90% de sus derechos elementales son cubiertos por sus propias familias: contar con una vivienda, protección familiar, salud y educación, pero dejamos mucho que desear como sociedad en cuanto a sus derechos individuales, como decidir sobre su presente y su futuro, qué estudiar o si desean hacerlo, cómo vestirse y actuar, incluso en quién creer, según las costumbres y religiones familiares que, en muchos casos los obligan sistemáticamente a hacer y a pensar lo que sus padres o tutores, consideren correcto.
Y entonces, ¿qué estamos haciendo por ellos?, cuando los vemos en las calles haciendo malabares o limpiando parabrisas, arriesgando su vida en el tráfico o drogándose, fumando y delinquiendo casi en las narices de sus familias o bien viviendo en la calle, o los niños indígenas marginados, discriminados y menospreciados por sociedad y autoridades, o los que viven maltratados y acosados a veces por su propia familia, compañeros o autoridades educativas.
O cuando se nos hela el corazón al escuchar casos de pequeños que han asesinado a compañeros o maestros, que ejercen el bullying (como la niña que recién perdió la vida) o que alguno optó por el suicidio, duramente juzgados, sin preguntarnos si recibieron amor, si alguien se preocupó por sus problemas o por una tristeza infinita y tampoco se preguntó quién puso y por qué, un arma mortal en sus manos.
Como sociedad deberíamos tomar en cuenta la importante opinión de los menores, respecto a las decisiones que habrán de tener repercusiones directas sobre ellos, que opinen considerando su edad y grado de madurez y puedan manifestar sus preferencias con la oportunidad de ser escuchados y no sólo a quienes se encuentren legalmente a su cargo. Por ejemplo, en el ámbito de la salud, en su deseo o no de ser vacunados, en el seguimiento de tratamientos de enfermedades, su decisión de concepción o aborto, su protección de datos personales, así como a la educación, cuándo y cómo, incluso en algunos casos, a decidir con quién desean vivir, entre otros.
Lograr su autonomía, será trabajo de todos, familias, sociedad y gobierno, celebremos a nuestros niños, niñas y adolescentes, respetando sus derechos, alejándolos de la violencia, corrigiéndolos, guiándolos y cuidándolos, en la medida de nuestras posibilidades, humanas, económicas y sociales.
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