El miedo cambió de bando, la vergüenza también
Por Marisol Escárcega* Gisèle Pelicot, quien durante nueve años fue violada por decenas de hombres contactados por internet por su esposo Dominique Pelicot, que filmaba las agresiones, ha marcado el rumbo de cómo tendrían que ser las investigaciones y los juicios ...
Por Marisol Escárcega*
Gisèle Pelicot, quien durante nueve años fue violada por decenas de hombres contactados por internet por su esposo Dominique Pelicot, que filmaba las agresiones, ha marcado el rumbo de cómo tendrían que ser las investigaciones y los juicios por violencia sexual.
Los ojos y las críticas de la sociedad deben ser para los agresores, no para las víctimas. No son las mujeres, como dijo Giselè, las que deben agachar la cabeza y esconderse como si hubieran hecho algo malo. La vergüenza debe cambiar de bando.
Desde siempre en las agresiones sexuales se hace responsable a las mujeres. Se afirma que su manera de vestir, su forma de comportarse, las salidas a un bar, a un antro, su manera de beber, bailar... son una invitación para que sean acosadas y/o violadas.
Bajo esta perspectiva, claramente machista, si una mujer es acosada y/o violada se sentirá culpable y avergonzada por lo que le pasó. Se castigará diciéndose que si no hubiera usado esa falda o si hubiera llevado tenis en vez de tacones, si no hubiera ido sola a ese bar o si no hubiera aceptado salir con ese chico que tanto le insistió... nada le hubiera sucedido.
Una mujer que ha sido acosada y/o violada siente tanta vergüenza que comienza a no sentirse a gusto con su propio cuerpo, incluso a odiar ciertas partes de él que empieza a ocultarlas. La relación con su cuerpo cambia y si tiene pareja, el contacto físico se vuelve insostenible.
Además, su dinámica diaria cambia. Si usaba cierto transporte, utiliza otro. Si antes caminaba cuatro calles, ahora prefiere caminar más con tal de no pasar por el lugar que le recuerda la agresión. No duerme bien o de plano no duerme. Siempre está alerta y, prácticamente desconfía de todo el mundo.
A esto hay que sumarle que la misma sociedad desestima y tacha de “exageradas” a las mujeres que son víctimas de acoso y/o violación. Les “recomiendan” que pasen de página y olviden lo que pasó, el asunto es que estos delitos dejan cicatrices que no se ven físicamente, pero que psicológicamente es difícil que desaparezcan y, sin duda, sí afectan la seguridad, la manera de sentir, de vestir y la relación que tienen con sus cuerpos.
Por otro lado, si las mujeres se atreven a denunciar se enfrentan a un sistema de ¿justicia? machista que, de facto pondrá en tela de juicio y en duda lo que dicen. Como siempre digo, las mujeres sólo contamos con nuestro testimonio.
Recuerdo que hace años cuando un hombre eyaculó encima de mí y lo denuncié fue un viacrucis. Primero, porque el policía de la estación del Metrobús donde ocurrió la agresión no quería ir conmigo al MP con el argumento de que sólo íbamos a perder el tiempo.
Luego, al llegar al MP tardé cuatro horas en que me tomaran la declaración, sólo para que el agente me llenara de preguntas sexistas: ¿Qué hacía a esa hora (7 de la noche) en el Metrobús?, si era casada, si tenía hij@s o ¿dónde trabajaba y a qué me dedicaba?, mientras que al agresor sólo le preguntaron si venía drogado o alcoholizado como para justificar lo que hizo. Al final, el agente dudó que la mancha que tenía en el pantalón fuera semen y dejó ir al hombre con la consigna de que se portara bien... y yo me quedé con mucha impotencia y sin justicia.
En México no existen aún las condiciones para que nosotras tengamos la confianza para denunciar un delito sexual, mucho menos la certeza de que no dudarán de nuestra palabra y que tendremos acceso a la justicia.
Así que el caso de Gisèle Pelicot sea un ejemplo para que nuestras autoridades hagan una verdadera reforma en las bases de la justicia, porque de poco sirve una reforma judicial, si el policía al que nos acercamos dudará de nosotras o el agente del MP le dará una palmadita en la espalda a nuestro agresor y lo dejará ir.
La vergüenza debe cambiar de dirección. La justicia debe estar de nuestro lado.
