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Arnoldo Martínez Verdugo

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

El pasado martes, los restos del dirigente comunista Arnoldo Martínez Verdugo fueron depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres, donde se le rindieron honores militares, en una ceremonia encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, con la presencia, entre otros, de Claudia Sheinbaum, Alejandro Encinas, Pablo Gómez y el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha. 

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 Martha Recasens, su viuda, destacó el papel del homenajeado en el proceso de democratización del país, pues “mucho tuvo que ver la labor de Arnoldo para llegar a donde llegamos. Él allanó el camino. Su esfuerzo fue nutrido por la convicción inclaudicable de que era posible y necesario cambiar radicalmente la vida”. 

Martínez Verdugo era muy joven cuando llegó a la Ciudad de México, donde trabajó en la Fábrica de Papel San Rafael. Se inscribió en La Esmeralda para estudiar pintura e incluso fue ayudante del Chamaco Covarrubias en los murales del Hotel del Prado. 

 Incorporado a la militancia política, abandonó la pintura para convertirse en político profesional, siempre dentro de las limitaciones económicas que implicaba la participación en la izquierda antigobiernista. En aquellos años, los cuarenta, el Partido Comunista Mexicano (PCM), como los de todo el mundo, tenía como eje la política soviética. 

A fines de los cincuenta, él y otros líderes, como Gerardo Unzueta, Manuel Terrazas, Marcos Leonel Posadas y Encarnación Pérez Gaytán, obligaron a una renovación del PCM y, si bien mantuvieron sus lealtades hacia Moscú, a partir de entonces se fue gestando una línea crítica, muy a tono con el eurocomunismo que, para entonces, abanderaba la renovación del marxismo y se negaba a acatar el predominio soviético. 

Para los años sesenta, no sin retrocesos y zigzagueos, se fortaleció la convicción de que hacía falta democracia en los partidos comunistas y una mayor independencia de cada uno. La pugna chino-soviética incentivó las tendencias hacia una mayor independencia y en 1968, en pleno movimiento estudiantil, el PCM condenó, sin rodeos, la invasión soviética a Checoslovaquia. 

 La represión de 1968 redujo al PCM a su mínima expresión, pero en abril de 1970, todavía bajo el diazordazato, apareció la revista Oposición, proyecto impulsado y dirigido inicialmente por Arnoldo, que en aquellos años difíciles llevó al PCM a ampliar su influencia y militancia. 

Los setenta marcaron un notorio auge del comunismo mexicano, que al abandonar dogmas y sectarismo atrajo a incontables personajes de las letras y las artes, influyó decisivamente en el sindicalismo universitario y ganó presencia social gracias al Festival de Oposición. 

 En 1981, el PCM se fusionó con otros grupos de izquierda para formar el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) y, al año siguiente, cuando Martínez Verdugo era su candidato presidencial, fue secuestrado por un grupo de facinerosos que se decían herederos de la guerrilla de Lucio Cabañas. Una vez en libertad, dañado en su salud, Arnoldo viajó a Moscú, cuando se iniciaba la era de Gorbachov. A su regreso, conversamos y se mostró decepcionado de lo que ocurría en la URSS y dijo que eso no tenía futuro, en lo que acertó rotundamente. 

En 1988, ya con el PSUM convertido en Partido Socialista Mexicano, nuestro personaje impulsó la unidad con el contingente que encabezaba Cuauhtémoc Cárdenas, producto de la escisión priista del año anterior, lo que desembocó en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD). 

 Por razones de salud, el sinaloense ya no pudo tener un papel relevante en la fundación de Morena (AMV murió en mayo de 2013), pero sus ideas, su capacidad para unificar criterios y su ética formaron a numerosos cuadros que en 2018 llevaron al triunfo a Andrés Manuel López Obrador, quien hoy reconoce al sinaloense como pieza fundamental de nuestros avances democráticos. Muy merecidamente, por supuesto. 

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