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Niños migrantes (I)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Tuve la oportunidad de participar en un evento organizado por el reconocido doctor Jaime Sepúlveda Amor, ahora radicado en San Francisco, en un seminario que abordó el asunto migratorio sobre los efectos que tiene en la salud de los migrantes a partir de que deciden aventurarse a dejar sus hogares en un viaje pleno de incertidumbre, riesgos y esperanzas.

Uno de los muchos méritos de este evento fue abordar el tema migratorio con una óptica poco difundida y menos estudiada: el impacto en la salud física y mental que tiene todo migrante al verse obligado abandonar su entorno por su pobreza, huir de la violencia, salvar su vida y la de su familia y enfrentar los riesgos de contraer enfermedades infecciosas por las deplorables e insalubres condiciones en que viajan, por no decir las lesiones físicas que muchos de ellos sufren.

Según los datos oficiales de la Secretaría de Gobernación, en 2019 más de 70 mil menores de edad intentaron cruzar nuestro territorio sin estar acompañados de un adulto, es decir, viajaron solos desde sus lugares de origen con la idea de reunirse en Estados Unidos con su mamá, papá, o ambos. La inmensa mayoría son de Honduras, El Salvador y Guatemala. Sólo piense, estimado lector, ¿qué necesitaría pasar para que usted decidiera abandonar su casa, sus amigos, sus familiares para viajar a otro país, con una cultura, idioma, costumbres totalmente diferentes? Ahora, imagine lo que pasa por la mente de un niño o niña que decide emigrar solo o en compañía de sus amigos, hermanos o vecinos, todos ellos menores de edad.

Comparto una anécdota para ilustrar la ingenuidad, inocencia y valor que conlleva cada niño migrante: en 2012, hice una visita de trabajo a la estación migratoria llamada Siglo XXI, ubicada en Tapachula, Chiapas, platiqué con cuatro niños, el mayor no pasaba de 12 años y el más pequeño de ocho, los habían detenido los agentes del Instituto Nacional de Migración al cruzar el río Suchiate en una frágil balsa, eran de un pequeño poblado rural en Guatemala, iban a buscar a sus padres a Los Ángeles. Al preguntarles cómo pensaban localizarlos, uno de ellos me dijo: “traigo su teléfono donde no me lo pueden robar: en mi cabeza”. Pensaban ganar dinero a lo largo de la ruta bailando hip-hop en la calle, para lo cual traían una modesta grabadora, misma que activaron para bailar con la esperanza de convencerme y dejarlos seguir su camino…

El tema ha sido analizado y debatido en el marco de diversas organizaciones internacionales que han aprobado convenciones, acuerdos, protocolos que definen el llamado “interés superior del niño”; nuestra Constitución Política lo reconoce en su artículo 4º: “En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral. Este principio deberá guiar el diseño, ejecución, seguimiento y evaluación de las políticas públicas dirigidas a la niñez”.

La Ley de Migración tiene múltiples referencias al trato que se debe dar a los migrantes menores de edad, entre otros destacan: el que no se les debe separar de su madre, padre o acompañante, el DIF deberá recibir a los que viajan no acompañados para custodiarlos, en tanto se resuelve cada caso, notificar de inmediato al consulado de su país de origen a fin de coordinar el regreso ordenado y seguro con sus familiares, mientras se decide lo anterior, podrán recibir una “visa humanitaria” a fin de dotarlos de estancia legal mientras estén en México.

En las próximas entregas trataré de responder algunas preguntas relevantes: ¿Qué secuelas emocionales tiene la experiencia migratoria en los menores de edad?, ¿existe la posibilidad de tener algún tipo de apoyo profesional para atender los efectos postraumáticos que muchos de ellos sufren?, ¿qué tanto sabemos de lo que sucede con estas decenas de miles de migrantes infantiles?, ¿qué sucede cuando son deportados desde México o de Estados Unidos?, ¿no debería la Comisión Nacional de Derechos Humanos dar prioridad a este asunto?, ¿qué hacen las autoridades responsables de la política migratoria, de salud?, ¿qué pasa con los que son deportados desde Estados Unidos?

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