Refinería chatarra

Es cierto que el cortinazo pondría al gobierno contra las cuerdas, pero el impacto que tendrá en el presupuesto es de pronóstico reservado.

Shell salió a rifar un tigre y su socio compró todos los boletos. De plano hay que ser muy ingenuo para creer que dicha operación es motivo de júbilo. Se trata de una forzada transacción que sólo traerá dolores de cabeza a las finanzas públicas. Sorprende que haya quien afirme que la aprobación para que el gigante petrolero reciba 600 millones de dólares, a cambio de fierros en vías de ser chatarra, entraña algún tipo de reconocimiento o que destaca buena relación entre los gobiernos.

Entender la operación precisa alejarse de la fantasiosa narrativa hecha por el caudillo, así es, hay que poner los pies en la tierra. Primero, debe advertirse que Shell no vende su posición por rentable, sino que ya hacía tiempo venía echando dinero bueno al malo, siendo la necesaria inversión que demanda en el corto plazo el moribundo proyecto conocido como Deer Park, la gota que derramó el vaso.

La intención de cierre prendió focos rojos no en la torre de Pemex, sino en Hacienda, ya que la empresa no sólo refina petróleo, sino cuantiosas operaciones financieras off shore, que sólo entienden los que tienen acceso a la contabilidad complementaria del gobierno, por no decir paralela. Es cierto que esa refinería procesa una parte significativa de nuestro crudo pesado, pero también lo es que el valor que tiene para el gobierno rebasa, por mucho, el industrial.

La decisión, por su necio cortoplacismo, representa un severo quebranto para el Estado mexicano, ya que, una vez embolsada la cantidad por parte de Shell, el gobierno del vecino país va a dejar en claro al incorruptible que, para mantener en funcionamiento el obsoleto desplante industrial, se tiene que invertir una cantidad igual o mayor a la que pagaran por los fierros viejos. En el peor momento, el proceso de refinación demandará recursos extraordinarios, cuya fuente no se tiene identificada. Lo han hecho mal, pero a la carrera.

Muchos opositores a la transacción estuvieron cerca de lograr que ésta no se autorizara, sin embargo, fue la vendedora la que hizo valer su peso mediante un costoso cabildeo, el cual pregonara que, una vez vendida y liquidados importantes adeudos adquiridos en el vecino país, nada impedirá operar la lenta muerte de la planta, lo que se hará imponiendo elevados estándares operativos, particularmente en materia ambiental.

No todas las calificadoras han dimensionado la envergadura del sapo que se acaba de tragar la 4T, de lo contrario, ya habrían dado consecuencia a ese lastre en las calificaciones de Pemex, sin hacer caso de la coyuntural estrategia para dar salida en esta administración al chapopote. Es cierto que el cortinazo pondría al gobierno contra las cuerdas, pero el impacto que tendrá en el presupuesto es de pronóstico reservado.

Por si el tamaño de ese boquete no fuera suficiente, hay que tener presente, además, que está por dar señales de vida el Frankenstein que construyen en un pantano, allá, en Tabasco. Salió como lumbre de caro y aún no se sabe si la naturaleza le permitirá operar regularmente. Se pretende refinar en México mucho más de lo que se puede vender localmente, sin que el presupuesto federal perciba los que otrora fueron los más importantes ingresos del país. Ello demuestra que la 4T siempre podrá hacer de una mala idea, una peor.

Pero los más ingenuos son aquellos que piensan que en el proceso la SEC y el Departamento del Tesoro no advirtieron las muy extrañas operaciones financieras que se registran en los libros de la refinería chatarra. Ahora sí, éstas, tarde o temprano, verán la luz.

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