Onomaturgo
La polarización es el opio del pueblo, y como aquella sustancia, causa adicción al tiempo de destruir a quien la consume.
Se dice del personaje que inventa, impone o crea el nombre de las cosas. Al palaciego residente le acomoda el término. Recientemente afirmó, con poco conocimiento de la historia, que no se puede derrotar a quien no se sabe rendir. Falso, la victoria no reside en el que sucumbe, sino en quien sabe ganarla. Los alemanes, en la Primera Guerra Mundial, fueron aplastados, después capitularon, lo que no significa que hayan aprendido a rendirse, tan es así, que la segunda parte de ese conflicto, conocido como la Segunda Guerra Mundial, sólo fue el intento de revancha de los nazis, los cuales, tampoco tuvieron que saber rendirse para ser devastados y perseguidos por todo el orbe.
Poco importa si sabe o no rendirse el Presidente, no retornará a los ochenta porcientos, permanecerá en el nivel que se encuentra, porque está soportado por quienes han vendido su apoyo a cambio de dádivas oficiales y no por quienes han recibido formación académica básica, ya encontró nivel.
El ejercicio de revocación de mandato es un desesperado intento de convocar a las fuerzas vivas de su movimiento, para lograr ese aplastante respaldo con el que hace tres años impulsó las barbaridades que llevó a la Constitución. Asume, erradamente, que la reforma eléctrica pasará como las deformaciones que hizo a la Carta fundamental para acosar, amagar y amedrentar a los poderosos de este país. Como dice la consigna española, no pasará.
Le guste a quien le guste, es el presidente de las televisoras, como lo fueron Fox, Calderón y Peña. Pero no goza del apoyo de los tradicionales factores del poder, ya que los pactos que alcanzara al recorrer el país se centraron en segmentos con añejos resentimientos y en sectores de la población que prefieren ver caer a los de arriba que dejar de ser pobres.
La polarización es el opio del pueblo, y como aquella sustancia, causa adicción al tiempo de destruir a quien la consume. Vencer a quien ha caído en ese vicio es complejo, pero la mitad de la derrota está en quien, bajo sus efectos, cree que es invencible.
La convicción flaquea, aunque la compra soterrada, con cargo a las arcas públicas, pareciera mantener eso que se confunde con el nivel de popularidad. A los que nos quieren hacer creer que se han volcado a las redes, sin recibir nada a cambio, para cantar loas al gobierno, ya les cansó la cantaleta de que algún día les harán justicia; a las Fuerzas Armadas, ya no hay más actividades del quehacer económico que entregarles, y a los políticos que buscan la candidatura les parece que la decisión ya está tomada.
Los signos de descomposición de lo que pretenciosamente se quiso llamar “transformación” saltan a la vista, dejando a la vista una débil y escuálida gestión que pasará a la historia por gris.
Las variables se descomponen, y la única que se presume, depende de aquellos que no son gobernados por el cansado caudillo. Las remesas nunca podrán contarse en el haber de la 4T, sino en el debe de la clase política mexicana.
El tigre, tarde o temprano, comprenderá que no se alimenta de saliva y que el no enmendar sus errores puede resultarle doloroso y fatídico.
Pírrica es la victoria de quien se piensa que no es corrupto porque él mismo define lo que debe entenderse como tal, como fugaz aquella que se sustenta en la capacidad de aplastar a quienes se debiera servir.
El fuerte impacto que el poder tiene en quien no supo prepararse para ejercerlo es brutal e irresistible. Al principio parece que infunde fuerza, pero, con el tiempo, se descubre que consume desde dentro, para cuando se somatiza ya es demasiado tarde.
