Ponga la basura en su lugar
Decía Teresa del Conde que desde Duchamp (el artista que marcó un antes y un después en la cultura visual), cualquier pepenador es poeta. Pero al propio Duchamp nunca le interesó gran cosa el arte. Se inclinó por el ajedrez.
Esta semana, un técnico de elevadores hizo lo que cualquier ciudadano consciente hubiera hecho: encontró a su paso dos latas de cerveza vacías, por lo que las recogió y las puso en el bote de basura más cercano en el Museo LAM, de Países Bajos. Ambas piezas, rescatadas oportunamente, forman parte de una exposición en el mencionado recinto. Fueron pintadas a mano por el artista francés Alexandre Lavet, que vive y trabaja en Bruselas y es representado por la galería Dürst Britt & Mayhew, de La Haya.
La obra All the good times we spent together (Todos los buenos momentos que pasamos juntos) parece dos latas de cerveza vacías, y ya, “pero al observar más de cerca”, detalló el LAM en un comunicado, “puede verse que estas latas abolladas fueron pintadas meticulosamente a mano con acrílicos, replicando cada detalle con esmero”. No es la primera vez que algún empleado en un museo confunde arte con basura, pero en este caso el trampantojo del creador galo tiene ese mérito.
La mayoría de las ocasiones, apreciar el arte visual consiste en mirar lo dispuesto en un cubo blanco, no importa que se trate de un urinario (Marcel Duchamp), cajetillas y colillas de cigarro (Damien Hirst), un viejo colchón con una cubeta y otros objetos encima (Sarah Lucas) o una caja de zapatos vacía (Gabriel Orozco). Frente a ese escenario persisten dos preguntas: ¿qué es arte hoy en día y quién es artista? La explicación, en parte, radica en que en la actualidad el arte que se produce concentra su fuerza en las aporías que genera. En The Eclipse of Art (2003), el crítico Julian Spalding propone un breve y controvertido repaso por lo que sucedió al arte durante la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.
“Los expertos de arte contemporáneo comúnmente sostienen que un urinario, un cenicero o una cama destendida pueden legítimamente significar, al mirarlos, lo que uno quiera que signifiquen. Pero el público tiene derecho a preguntar dónde está el arte en eso”, refiere Spalding. “Los espectadores saben perfectamente que no cuentan con muchos elementos cuando miran esos ‘objetos encontrados’, porque es imposible saber, por el simple hecho de mirarlos, lo que el artista pretendió que pensáramos o sintiéramos, pues no han sido modificados en modo alguno. Todavía son un urinario, un cenicero o una cama destendida, no importa si están en una galería o no. La audiencia, lejos de ocuparse en un debate, está de hecho por completo abandonada en un océano”.
Decía Teresa del Conde que desde Duchamp (el artista que marcó un antes y un después en la cultura visual), cualquier pepenador es poeta. Pero al propio Duchamp nunca le interesó gran cosa el arte. Se inclinó por el ajedrez. En su día, escribió: “Me parece que soy un agnóstico en arte. Sucede que no creo en él con todos sus accesorios místicos. Como droga es probable que le sirva a algunas personas, pero como religión no es tan bueno como Dios”.
La moraleja es que hay arte que termina en la basura y alguien lo rescata. Le ocurrió a Mac Robertson, un electricista que vio a Francis Bacon depositar en la basura varios objetos, por lo que le pidió permiso para llevárselos. Había retratos del pintor, fotografías, diarios, un pasaporte, cartas, tarjetas, telegramas y cheques firmados por Bacon. Casi tres décadas después, en 2007, Robertson contactó a una casa de subastas y lo vendido a precio de martillo casi llegó al millón de libras esterlinas.
CAJA NEGRA
Ya que andamos en misiones estéticas, contaré una anécdota. Ocurrió el jueves, cuando cociné unos huevos rotos. Ya sabe usted: papas a la francesa, jamón serrano y un par de blanquillos estrellados, pues la yema funge como la salsa del platillo. Pero un gran amigo hizo el comentario puntual: “Huevos rotos los que dejó AMLO en la oposición durante seis años”.
