Henry Kissinger: la guardia siempre arriba

Robert Evans, mítico productor de cine y directivo de Paramount, convenció a su amigo Henry Kissinger para asistir al estreno de El Padrino, en marzo de 1972. Kissinger, en ese entonces consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, se excusó, pues por ...

Robert Evans, mítico productor de cine y directivo de Paramount, convenció a su amigo Henry Kissinger para asistir al estreno de El Padrino, en marzo de 1972. Kissinger, en ese entonces consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, se excusó, pues por esas fechas debía estar en Moscú. Así lo plantea La oferta, la serie de 10 capítulos que da cuenta de las aventuras y los dolores de cabeza durante el desarrollo y la producción de la histórica película de la mafia italo-americana. Evans, siempre encantador y elocuente, remata: “Vamos, Henry. Madre Rusia no va a ir a ningún lado”.

La anécdota resulta desconcertante dado que esos viajes fueron clasificados como top secret, es decir, se trató de una (¿rara?) imprudencia de Kissinger, quien hoy celebra 100 años. ¿Cómo puede vivir tanto un hombre que se dedicó a provocar tantas muertes?

Hoy día es posible consultar, parcialmente, esas bitácoras secretas en el sitio de The Office of the Historian, entidad dependiente del Departamento de Estado y encargada del registro documental de la política exterior estadunidense. Semanas después del estreno de El Padrino, Henry Kissinger hizo ese viaje a la entonces Unión Soviética.

Un memorándum fechado en Washington el 19 de abril de 1972 reza lo siguiente: “El problema principal, la guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética y las crisis concretas en las que ambos nos implicamos (Berlín, Oriente Medio) […] Los soviéticos probablemente presionarán para obtener concesiones comerciales, pero si bien les damos un poco de aliento general, creo que no deberíamos ir más allá de eso durante unas semanas hasta que podamos ver cómo se comportan en Vietnam”.

Como secretario de Estado, la severa influencia de Henry Kissinger sobre la geopolítica marcó el siglo XX, pero también lo manchó de sangre. En América Latina, por ejemplo, las dictaduras militares contaron con su generoso patrocinio. Autor de varios libros, su figura asimismo protagoniza un buen número títulos. Se dirá que el hombre centenario tiene sus virtudes, pero por éstas, precisamente, algunos líderes de nuestros tiempos mantienen sus diferencias morales. Otros más, sin embargo, simpatizan con su pensamiento. El mundo ha cambiado, pero Henry Kissinger es omnipresente.

“Kissinger ha estado formalmente fuera de poder por casi 50 años, pero su presencia está en el realineamiento posVietnam del poder estadunidense, y las secuelas de los golpes de Estado en los que estaba involucrado en la región, realmente organizando golpes en Chile, Uruguay, Argentina y Bolivia, un país tras otro, entonces tal vez se debe marcar no tanto su aniversario 100 de su vida, sino el 50 aniversario de la última acción de golpe (en el que participó)”, establece el historiador Greg Grandin en una entrevista para La Jornada (26-V-2023).

“Mucho se puede decir de él, y seguro que hay una larga sombra, pero no me gusta la idea de un genio o una figura tipo Moriarty, pero su presencia ayuda a pensar cómo evolucionó (la política) estadunidense bajo gobiernos de ambos partidos”.

No obstante, en 1973, Kissinger recibió el premio Nobel de la Paz “por negociar conjuntamente el cese al fuego en Vietnam”. Como no le fue posible asistir a la ceremonia, el embajador de Estados Unidos en Noruega leyó su discurso, en el que apunta de manera transparente su intención de jamás bajar la guardia: “William Faulkner expresó su esperanza de que ‘el hombre no sólo perdure, sino que prevalezca’. Vivimos hoy en un mundo tan complejo que, incluso, para perdurar, el hombre debe prevalecer sobre una tecnología acelerada que amenaza con escapar a su control y sobre los hábitos de conflicto que han oscurecido su naturaleza pacífica”.

A la luz de los hechos, ese premio fue un error y Kissinger es un horror. Bien sabido es que lo que se da ya no se quita. Sin embargo, nada mal haría la academia sueca en retirarle a Henry Kissinger el Nobel de la Paz. Sería un buen regalo de cumpleaños para la humanidad.

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