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Amazonia: hora final

Enrique Villarreal Ramos

Enrique Villarreal Ramos

Contrapunto político

Dos meses después del acuerdo histórico entre la Unión Europea y el Mercosur, por el cual se conforma un mercado de 780 consumidores y se establecen compromisos como el de atar a Brasil a los Acuerdos de París, los incendios masivos en la Amazonia producen una alerta ambiental planetaria, que derivó en una “crisis internacional”, particularmente por las fuertes fricciones entre Jair Bolsonaro y su homólogo francés, Emmanuel Macron. Pese a la gravedad de la situación amazónica, el presidente brasileño rechazó los 20 millones de dólares de ayuda inmediata del G-7 e inclusive le pidió una disculpa a su homólogo francés, quien respondió que “en esas condiciones se opone al acuerdo con el Mercosur tal como está”, pero insistiendo en su propuesta de un fondo global para consumir el fuego, proteger, reforestar y apoyar a las comunidades locales que habitan el bosque tropical más grande del mundo.

La selva amazónica, con siete millones de km2, se extiende por Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana, Guayana francesa y Surinam, y es atravesada por el río Amazonas, de 6,400 km de longitud, el segundo más largo, que contiene el 20% del agua dulce del orbe. Es un ecosistema con el 10% de la biodiversidad del planeta (al menos 265 especies en peligro de extinción), y presta invaluables servicios ambientales a Sudamérica y al planeta, por ejemplo, filtra el 14% del CO2 mundial, función indispensable para contrarrestar el calentamiento global (causante de que la jungla sea más inflamable). Es hogar de 33 millones de personas (un millón de indígenas) y, dado sus vastos recursos naturales, es un codiciado botín para una intensa actividad productiva que explota irracionalmente sus recursos, al grado de deforestar y provocar devastadores incendios para las actividades agropecuarias, forestales, mineras, de energía, etcétera.

Históricamente, la Amazonia ha sufrido grandes amenazas, como la fiebre del caucho (1879-1912, 1942-45), que tuvo gran importancia económica, pero a costa de expandir la frontera utilizable, lo que significó un genocidio indígena y una vasta destrucción selvática. Para buena suerte de esta jungla, el auge del caucho se trasladó a otros bosques tropicales de Asia y África, y la invención del caucho sintético ayudó a reducir la explotación natural. Sin embargo, la crisis ambiental global y la presión productiva contra la selva es creciente, la deforestación avanza sin cesar, las sequías se han prolongado y los fuegos son más extensos y frecuentes: de enero a agosto de este año se han producido más de 80 mil incendios en Brasil, más de la mitad en la región amazónica (83% más que en el mismo lapso del 2018), sólo en aquel país, 1.8 millones de has., incluyendo un número indeterminado de flora y fauna (con al menos 250 especies en peligro de extinción), destruyendo el hábitat de los pueblos originarios. Se estima que lo devastado tardará entre 100 y 200 años en recuperarse, además de que el fuego alcanzó amplias zonas amazónicas de Bolivia y Perú, y del bosque paraguayo, y el humo asfixió hasta oscurecer a diversas ciudades cariocas.

Ante la presión internacional y la indignación generalizada por la pasividad gubernamental, Bolsonaro anunció la movilización militar para sofocar los incendios, no sin dejar de criticar la injerencia externa, y de escudarse en la soberanía para ocultar que se siente dueño de la Amazonia y de Brasil, y que le importa poco si la selva cruza el punto de no retorno del ecocidio, y se convierta en la mayor sabana de la Tierra.

 

ENTRETELONES

La cumbre ambiental de Colombia, esperanza para la Amazonia.

 

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