Recuerdos del 11 de septiembre de 2001
Admirable la labor de mis colegas en el consulado
Por Salvador Beltrán del Río Madrid*
Ciudad de Nueva York, martes 11 de septiembre de 2001. Una mañana con un brillante cielo azul, de clima fresco después de un caluroso y húmedo verano. La ciudad vuelve a su rutina —back to business— luego del letargo vacacional.
Transcurre la segunda semana de clases y el tráfico resiente los efectos de lo que iba a ser la LVI Asamblea General de Naciones Unidas (ONU) programada del 19 al 25 de septiembre. Día de elecciones primarias: Michael Bloomberg se perfila como el favorito por los republicanos, mientras entre Mark Green y Fernando Ferrer son los demócratas punteros.
En mi agenda varias reuniones para ver los preparativos de las actividades que nos tocaba organizar con motivo de la visita a Nueva York del presidente Fox que tenía previsto asistir a la Asamblea General de la ONU, y que al consulado nos toca organizar: un evento académico en el campus del Lehman College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (que apoyaba a los mexicanos para obtener estudios de licenciatura), así como una reunión con la comunidad mexicana en el parque Harris, ambos programados para el sábado 22. Por la noche del martes 11 está previsto asistir a la presentación del ballet de Amalia Hernández en el Lincoln Center que el gobierno mexicano ofrece a los representantes permanentes de cientos de países acreditados ante Naciones Unidas.
Después de dejar a mis hijos en el colegio San Ignacio de Loyola me dirijo a las oficinas del consulado ubicadas en la calle 39. Escucho los primeros reportes de las elecciones primarias que transcurrían con toda normalidad. Ya en mi oficina enciendo la radio para seguir escuchando las noticias, el tema de cobertura cambia súbitamente a una explosión en una de las torres del World Trade Center (WTC), para después hablar de que una avioneta se había impactado en la torre norte. Enciendo la televisión que reporta la misma noticia aún sin imágenes, un par de minutos después veo las primeras escenas de la humeante torre, para luego ver las imágenes que todos hemos visto, la del segundo avión impactándose en la torre sur 2 WTC.
Hablo con mi esposa, quien acababa de dejar en el kínder a nuestra hija, se entera de lo ocurrido y de inmediato regresa a recoger a los niños. Le pido que se tranquilice. Por mi parte, me dirijo a la planta baja del consulado y explico a nuestros paisanos que están realizando algún trámite para obtener su pasaporte o la matrícula consular para identificarse que habíamos promovido a lo largo del verano y les informo de lo que acaba de ocurrir, por lo que debemos dejar de prestar servicios consulares para atender la situación de emergencia y las decenas de llamadas que ya estamos recibiendo, buscando a familiares y amigos en Nueva York.
Recibo llamadas de la Cancillería, del embajador en Washington, de padres de familia cuyos hijos estudiaban en alguna de las universidades neoyorquinas. Busco a varios amigos que trabajan en el WTC o viven muy cerca de ahí: Manuel Campos, trabajaba en la firma de abogados Thacher Proffitt, aún se encontraba en su departamento y ya se había enterado de lo ocurrido por una llamada de su mamá. Primavera Salvá, directora ejecutiva de la US Mexico Chamber of Commerce, a quién buscamos con desesperación y finalmente localizamos por la tarde; esa mañana había llevado a su hija al kínder, por lo que se demoró en llegar a su oficina… También por la tarde localizamos a Marcela Barrio y Luis Fernando Pérez Hurtado, que vivían frente a las Torres y trabajaban en una firma de abogados a unas calles del WTC, quienes, al ver lo que ocurría, de inmediato tomaron un ferri para cruzar el Hudson a Nueva Jersey y resguardarse en la casa de unos amigos.
Admirable la labor de mis colegas en el consulado, lo mismo atendiendo a paisanos nerviosos, a decenas de turistas mexicanos varados en NY, que respondiendo llamadas y haciendo enlaces telefónicos entre madres e hijos que tenían años de no saber unos de otros. Feliz reencuentro en medio de la tragedia.
Poco a poco vamos recibiendo nombres de mexicanos que posiblemente se encontraran en el WTC esa mañana del 11 de septiembre. Llamadas de sus familiares o amigos, de la Asociación Tepeyac, de Casa Puebla nos vamos enterando: los poblanos Antonio Javier Álvarez, Leobardo López Pascual, Antonio Meléndez; Martín Morales de Tlaxcala, y Juan Ortega Campos de Morelos. Cuatro de ellos trabajaban en el restaurante Windows on the World y otro era repartidor de comida de un restaurante cercano. Fueron los que contaron con elementos probatorios de que se encontraban en el sitio y por lo tanto sus deudos recibieron el apoyo e indemnización del Fondo de Compensación de Víctimas del 11 de Septiembre creado exprofeso para ello. El New York Times publicó una breve semblanza de cada uno de ellos en los Portraits of Grief.
Otros once mexicanos, de quienes no fue posible contar con los elementos convincentes de que estuvieran ahí por lo que las autoridades estadunidenses no los consideraron. Sus nombres: Alicia Acevedo Carranza, Arturo Alba Moreno, Margarito Casillas, Germán Castillo García, José Manuel Contreras Fernández, José Guevara González, Norberto Hernández, Fernando Jiménez Molina, Víctor Antonio Martínez Pastrana, Juan Romero Orozco y Jorge Octavio Santos Anaya.
A todos ellos los honramos en sentidas ceremonias organizadas por el gobierno de la Ciudad de Nueva York y por el gobierno de México.
A través de la Sociedad de Cónsules en Nueva York, que entonces me tocó presidir, fuimos conociendo casos similares de cientos de nacionales de más de 70 países. Llevamos a cabo reuniones con autoridades municipales y federales, la Cruz Roja, el FBI, el Fondo de Compensación de Víctimas presidido por el abogado Kenneth Feinberg, etc.
Al atardecer de aquel martes 11 salí unos momentos y me dirigí a la Iglesia de Nuestro Salvador, que se encontraba a unos pasos del consulado. El sacerdote daba palabras de aliento y ofrecía reposo al interior de la iglesia a los abatidos transeúntes que pasaban. Hacia el sur de Park Avenue se veía el espeso humo de la “Zona Cero”. Entonces reviví aquellas tardes en que paseábamos por el Battery Park, los juegos de nuestros hijos en el patio central entre las Torres Gemelas donde se encontraba la gran esfera de acero que sobrevivió a los ataques.
Martes 11 de septiembre de 2001, de luminoso y transparente cielo azul, presagiaba todo menos la tragedia que enlutó al mundo.
* Director de la Escuela de Gobierno y Economía de la Universidad Panamericana
Cónsul general de México en Nueva York de enero de 2001 a marzo de 2003
