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La democracia directa en Suiza, fruto de una larga historia

Columnista invitado Global

Columnista invitado Global

 

Por Eric Mayoraz

 

La democracia representativa contemporánea atraviesa por tiempos difíciles: las poblaciones de muchas naciones se dicen insatisfechas de sus élites, desconfían de sus instituciones y reivindican más participación, transparencia y rendición de cuentas en la vida política. La brecha creciente que denuncian con sus gobernantes es un desafío, de allí un interés renovado por mecanismos de democracia directa. Y por experiencias como la de Suiza.

La democracia directa es una peculiaridad de mi país. Ha sido su principal fuerza a lo largo de su historia reciente, y el cimiento de su identidad como nación, pero eso no significa que no haya pasado por periodos de auge y recesión. La Suiza moderna se ha formado en el contexto del gran movimiento de libertad europeo de finales del siglo XVIII; en los siglos previos a la Revolución Francesa, como en las décadas posteriores, se ha enfrentado una y otra vez con fuertes turbulencias caracterizadas por discrepancias políticas, socioculturales y religiosas.

Es que Suiza es un país, profundamente diverso. Pero a lo largo de su historia, ha encontrado la manera de establecer un modelo que alcance consensos y que considere al pueblo, a sus diferentes componentes y minorías en las decisiones del gobierno, que los involucre y los haga participar. Es así que los derechos políticos se han ido ampliando, refinando y modernizando gradualmente en los últimos 150 años. Se basan en una cultura del diálogo, la búsqueda del consenso, la negociación política y el compromiso muy fuerte y arraigado a la identidad de mis conciudadanos.

El sistema suizo combina modalidades de democracia representativa con otras de democracia directa: como en México, los ciudadanos eligen a sus representantes para los diversos consejos en sus comunas, cantones y para la Confederación (lo que en México se traduciría en nivel local, estatal y federal), pero además tienen voz y voto, a través del referéndum, para aprobar (o no) los textos elaborados por estos consejos; y pueden proponer cambios constitucionales por medio de iniciativas populares. Además, toda modificación a la Constitución, entre otros casos, es sometida en automático al voto del pueblo.

Con ello no se quiere decir que nuestro sistema político sea la panacea para resolver los problemas de la democracia representativa o la fórmula secreta para todos los países; ¡no se puede exportar tan fácilmente como relojes o chocolate! El modelo suizo se basa en un andamiaje de equilibrios institucionales complejos. Así, no podría funcionar si no tuviera coaliciones amplias a nivel de gobierno que abarquen la mayor parte del espectro político-ideológico de la sociedad y busquen siempre soluciones negociadas a los problemas. Es un modelo además muy demandante para la ciudadanía, que tiene que opinar sobre decenas de temas cada año. Por otro lado, la democracia directa tampoco está exenta de críticas y retos. Pero a pesar de las dudas o controversias, Suiza sigue apostando por este modelo que en lo general le ha funcionado muy bien y sigue siendo altamente popular.

En México también parece abrirse una tendencia a la celebración de diversos ejercicios de democracia participativa, y eso fue el punto de partida de las “Mesas de diálogo México-Suiza. Democracia directa y participación ciudadana: experiencias y reflexiones compartidas” organizadas el lunes pasado en colaboración con el INE, la UNAM y el CIDE. Ahí se insistió mucho en que los ejercicios de democracia directa son exigentes con la ciudadanía, la cual tiene que tomar una postura activa y abierta en el debate público; un debate público favorecido por condiciones institucionales adecuadas, que garanticen imparcialidad, neutralidad, transparencia y equidad, así como el acceso a una información plural. Y que se necesita tiempo para construir estas condiciones. En el caso de mi país, supuso un proceso de muy larga duración que ha moldeado a profundidad nuestra cultura política. Y como lo dijo el experto suizo Bruno Kaufmann en esta ocasión, “Suiza no creó la democracia directa, la democracia directa creó a Suiza.” Pero la democracia directa y la democracia representativa no son términos antagónicos o contradictorios; la primera es un instrumento para complementar a la segunda, con la finalidad de empoderar a los ciudadanos.

Embajador de Suiza en México

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