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Tres pistas

Clara Scherer

Clara Scherer

Las mexicanas tenemos frente a nosotras, tres pistas para intentar guiarnos en este laberinto. Una, la de las funcionarias y servidoras públicas; otra, la del movimiento, en el que confluyen muchas y muy variados; la última, las mujeres del pueblo, sean de la clase que sean, pero que, por muchas razones y más sin razones diversas, han decidido no participar y ocuparse de su pequeño mundo, rogando que ni a ellas ni a su familia les pase algo.

En la primera, vistosa, amplia, sanitizada, muchos discursos, bla bla bla, hacen “proyectitos”, pues no tienen presupuesto y el programa de igualdad está detenido en Hacienda. Se la pasan dando maromas y cuanta pirueta se pueda uno imaginar para desviar la atención a su incapacidad para, efectivamente, apoyar a quienes lo requieren. Nos dicen que ya se han reunido con más de 40 instituciones, como si no supieran que reunirse no es persuadir y que las barreras prejuiciosas requieren mucho más que sólo reuniones. Por eso, había una unidad de género en cada Secretaría, pero desde el inicio, las borraron todas. Ahora, sólo ha quedado afirmar que se tienen recursos dispersos por todos lados para las mujeres y las niñas. Eso mismito nos diría Plutarco Elías Calles si le reclamáramos más atención y claridad para entender las desventajas que en México significa ser mujer.

En la segunda, las víctimas del horror del machismo y de la impunidad, sin tener más en la vida que una causa: justicia. Pero son mujeres, y al decir de muchos, alguien las manipula. Ellas, pobres seres de segunda, no merecen ni ser escuchadas. Han clamado por apoyo y lo han encontrado sólo en otras mujeres. Caminan, corren y brincan en la cuerda floja todas juntas, feministas y mujeres violentadas, pero son expertas en el arte de deslumbrar, ganar apoyo, hacerse escuchar. Tienen como maestras a tantísimas antecesoras y hermanas, que hacer performance, escraches, escándalos, se les da con facilidad. Así como las chilenas Las Tesis y lo hacen cantando Sin miedo.

En la tercera, aquellas que compran palomitas para ver el espectáculo y muchas escuchan y reflexionan, se mueven en su sillón y sienten inquietud. Lo que dicen las malabaristas les hace sentido, les habla a lo profundo. Un día deciden que hay razón, pero al siguiente, lo han olvidado. Otras, sólo miran y acostumbradas a juzgar a las otras como enemigas, siguen puntuales las palabras de su Juan. No saben, por esas ganas de no complicarse, ni siquiera que tienen sólo una vida y que pasarla calladitas no es la mejor forma.

Todas enfrentando la pandemia y la crisis económica. Las primeras, hasta festejan con colegas, algunas se contagian de covid, pero tienen todos los medios a su alcance para no sufrir en un hospital público el destino de la mayoría. Toman remedios, tienen capacidad para hacer teletrabajo, salas y televisores para cada una de sus hijas/os. Un fastidio no poder seguir con la rutina y tener que guardar sana distancia y eso de usar cubrebocas, una horrible incomodidad, no pueden ni pintar sus labios. En fin, la pasan “medianamente” bien.

Las segundas, con la vida hecha un enredo monumental. La causa, la igualdad, la justicia, las colectivas que no tienen ni para comer, las que tienen que asistir día con día a su trabajo; si hay menores, buscar cómo pueden asistir a clases, organizarse con vecinas, con amigas, con las tías, primas y hermanas, que son las que sí ayudan. Un verdadero calvario y saber que cada día hay más mujeres asesinadas, violentadas, que no hay quien tenga un minuto para escuchar desde sus reclamos hasta sus propuestas. Han encontrado la vía para romper el silencio.

Las terceras, muchas con la vida hecha a pedazos, son amas de casa, madres, cocineras, afanadoras, enfermeras, maestras de ciclos varios, en algunos casos, con el horror de vivir con el enemigo, sin atreverse a alzar la voz, todo al mismo tiempo y en la misma persona. Algunas más, con las comodidades de siempre, con la frivolidad acostumbrada y con el fastidio de quedarse en casa hasta los fines de semana. Susurrando en contra de las que hacen ruido. Tres pistas que no se tocan, que no se miran, donde cada una está en lo que está y en donde apostarle al movimiento es la mejor opción.

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