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¿Sólo él? ¿Y los ciudadanos qué?

Ángel Verdugo

Ángel Verdugo

Tal cual

El jueves de la semana pasada, fue publicado un desplegado el cual, al margen de las filias y fobias que usted pudiere tener hacia algunos o hacia todos los que con su firma apoyaron dicho texto y hacia los que lo compartimos sin aparecer ahí, hay algo en el hecho mismo que no debe ser descartado, tampoco menospreciado.

La publicación de dicho texto es, por su defensa de la libertad de expresión, un parteaguas y el reconocimiento del nivel al que ha llegado el Presidente en sus relaciones con millones de mexicanos que no comulgan con sus posiciones y formas de gobernar, y/o tampoco con la forma de dirigirse y tratar a los que van más allá de las diferencias y practican la crítica a lo que juzgan equivocado lo cual, bien sabemos, está garantizado en su derecho a la libertad de expresión.

Éste —desde mi punto de vista—, pilar fundamental de toda democracia, es el que más escozor causa al actual Presidente. Él, junto con los que piensan y actúan de manera similar, temen a la libre expresión del ciudadano y su ejercicio libre y responsable; de ahí su intención de convertirlos en siervos o mantenerlos en esta condición mediante el uso tergiversado de recursos los cuales, sin duda alguna, deberían ser utilizados para fortalecer la democracia y la convivencia civilizada, no para detenerlas y/o hacerlas retroceder.

El Presidente suele repetir, una y otra vez sin freno alguno, que su pecho no es bodega por lo cual, dice lo que piensa y siente; sin entrar a discutir la justeza de dicha conducta en un jefe de Estado, la pregunta es inevitable: ¿Por qué entonces se molesta y se lanza en contra del que hace lo mismo? ¿Acaso ese falso derecho que invoca, no lo puede ejercer el ciudadano quien, él sí, está en su pleno derecho de hacerlo?

La conducta permanente y sistemática de los populistas autoritarios con intenciones dictatoriales, es arrogarse derechos que no tienen pues los gobernantes tienen obligaciones y funciones, no derechos; éstos son para los ciudadanos y, es obligación del gobernante crear las condiciones para que los ejerzamos sin cortapisa alguna; sin la interferencia de quien lejos de verse y actuar como gobernante, pretende hacerla de ciudadano rijoso y pendenciero para degradar así la investidura presidencial.

¿Es sano y benéfico para la democracia y la convivencia civilizada, así como para la concordia entre los habitantes de todo país, tener en la jefatura del Estado y el gobierno —como es nuestro caso—, a un gobernante que deja de lado su cualidad de gobernante para moverse —como si fuere uno más—, en el espacio integrado por millones de ciudadanos? ¿Es positivo para el país que fuere, que el gobernante permanentemente abandone sus obligaciones, para ser parte central en una pelea interminable con sus críticos?

¿Quién en su sano juicio podría validar y defender la conducta del actual Presidente que, además de jamás haber entendido a qué se comprometió cuando juró respetar la Constitución y las leyes que de ella emanen, se mantiene en la pelea eterna con miras a obtener votos cual si fuere líder de éste o aquel partido político?

Si bien lo anterior sería a todas luces condenable por múltiples razones de índole diversa, más lo es que pretenda amenazar e insultar, además de negar a los ciudadanos ejercer su derecho a la libertad de expresión; el gobernante, contrario a lo que piensa nuestro actual Presidente, tiene la obligación de garantizar que aquellos cuenten con un ambiente de respeto y libertad en vez de caer en las típicas conductas del bravero de cantina, que piensa que todo lo que se dice es en contra suya.

La gobernación de este Presidente, lo acerca al boxeador que vive eternamente haciendo rounds de sombra con millones de sparrings en preparación para un combate que, en los hechos, ve como una pelea a muerte. El papel de sparring del gobernante, no es del ciudadano; no en una democracia, por más imperfecta que ésta fuere.

Ante la tragedia que esta gobernación ha generado —quizás el único logro de este gobierno-— urge la rectificación. Ni el Jefe de Estado debe ser como el bravero de cantina, y el ciudadano —no el siervo—, jamás debe renunciar a ejercer a plenitud los derechos de expresión y manifestación.

De los cercanos al Presidente, ¿quién se atreverá a decirle que su conducta, equivocada y autoritaria, daña al país y a los mexicanos? ¿Ninguno? ¿Tan abyectos son?

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