¡Huevos!
Cuando se trataba de alimentarnos sanamente, nuestros papás caían constantemente en una gran contradicción.
¡Fue muy fácil darme cuenta que fui un niño no deseado! Los fines de semana mis papás me obligaban a jugar ruleta rusa y cuando cumplí diez años me regalaron una cobra de mascota.
El primer recuerdo que tengo de mi infancia es con mi mamá. Tengo cinco años y los dos estamos sentados en la mesa de la cocina. Pongo mucha atención porque ella me está enseñando a hacer la tarea que me dejaron en el kínder. Con mucho cuidado toma unas tijeras y recorta las letras del periódico. Algunas son las mayúsculas, otras son las minúsculas y con ellas forma palabras que después pega con resistol en mi cuaderno. Cada vez que me dejaban tarea, ella la hacía por mí. Yo sólo iba por las tijeras, por el resistol y me sentaba a su lado… y cuando mi mamá no estaba, yo lo único que hacía era oler el resistol.
Estoy seguro de que el resistol fue el culpable de que yo alucinara regaños y frases como estas:
• ¿Qué crees que el dinero a mí me lo regalan?
— ¡El dinero no se da en macetas!
• ¿No te das cuenta del esfuerzo que estoy haciendo para darte lo que yo nunca tuve?… Y el sacrificio que estamos haciendo para mandarte a una escuela como a la que vas.
Mira hijito, a tu edad, si yo le hubiera pedido dinero a tu abuelo, me hubiera cruzado la jeta de una bofetada y hubiera tenido que recoger mis dientes uno por uno. Por más que he querido darte una educación distinta a la que yo tuve, tú me estás obligando a ser como todos los demás padres.
Cuando se trataba de alimentarnos sanamente, nuestros papás caían constantemente en una gran contradicción. Si se trataba de la hora de la comida, siempre nos obligaban a comer:
— ¡Acábate el guisado! Habiendo tantos niños en el mundo que no tienen ni qué comer y tú desperdiciando la comida que con tanto esfuerzo pone tu padre sobre la mesa. ¡Malagradecido! No te levantas hasta que vea que tu plato está vacío. Y cuidadito y se la das al perro porque lo regalo inmediatamente. Hay una cola de vecinos allá afuera que lo quieren comprar.
— ¿No me acabas de decir que lo vas a regalar?
— ¿Tú compraste el perro? ¿Eh? ¡Contéstame! Ahora resulta que un escuincle de ocho años me va a venir a enseñar lo que puedo o no puedo hacer con el perro que le compré. Si lo regalo o lo vendo no es asunto tuyo. ¡Tienes diez minutos para dejar tu plato vacío!
Ah, pero si se trataba de la hora de la cena, a tu mamá no le importaba que formaras parte de los millones de niños que se estaban muriendo de hambre en el mundo.
• Te vas a tu cuarto sin cenar y cuidadito y dejas la luz de tu baño encendida. ¿Me entendiste? ¿Qué crees que somos socios de la Compañía de Luz? Entonces ¡Apaga la luz!
Desafortunadamente para nosotros es a la hora de la comida cuando nos dan cosas asquerosas, como las endivias, berenjenas, pimientos, vísceras de animales, hígados encebollados, sesos, lengua, etc.
Yo esperaba con ansias la hora de la cena porque podía pedir lo que quisiera, pero casi siempre me mandaban a mi cuarto sin podérmelo comer. Digamos que durante toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia, a mí me obligaron a seguir una dieta balanceada de no leche, no carne y huevos. Sí, me pintaban huevos y mandaban a mi cuarto sin cenar.
