¡Qué vida tan perra!
Mateo, ¡hazme caso! Te estoy hablando. Cuando te sirvo tus croquetas, es para que te las comas.
Me estoy convirtiendo en mi mamá. A manera de consuelo, quiero pensar que tarde o temprano todos terminamos copiando los mismos patrones de conducta de nuestra progenitora… pero nunca me imaginé que esos patrones (de los que tanto me burlé) los iba a terminar repitiendo con mi perro.
•Mateo, ¡hazme caso! Te estoy hablando. Cuando te sirvo tus croquetas, es para que te las comas, no para que andes corriendo como loco por toda la casa, así es que a partir de hoy si no te comportas como la gente y metes el hocico a tu plato y te terminas tus croquetas, no vamos al parque. ¿Quieres ir a olerle la cola a otros perros? Entonces termínate las croquetas que te acabo de servir. Aquí el que manda soy yo y de ninguna manera voy a permitir que te me subas a las barbas.
Una vez que Mateo mete su hocico al plato y empieza a comerse sus croquetas, yo me voy a mi recámara hablando conmigo mismo exactamente de la misma manera que lo hacía mi mamá cuando terminaba de regañarme.
•Nada más eso me faltaba, que a mi edad un cachorro se crea que puede cambiar las reglas de mi casa y hacer lo que le venga en gana.
Justo en ese momento levanto la voz para que mi perro me oiga.
•¡¿Oíste lo que acabo de decir?! Aquí el que manda soy yo porque esta es mi casa y mientras vivas en esta casa, se hace lo que yo diga. ¡Te quedó claro, Mateo!
Y claro, el perro al oír su nombre llega corriendo a mi recámara y deja de hacer lo que claramente le dije que hiciera.
•¿Qué haces aquí? ¿Qué te estoy hablando en chino o por qué demonios no me entiendes? ¿No te dije que te quedaras en la cocina y te acabaras las croquetas que te compré con el sudor de mi frente? Vamos a la cocina y de ahí no me voy a mover hasta ver ese plato vacío.
¡Me estoy volviendo loco! No sólo repito patrones a la hora de la comida, ya empecé a cambiarle el nombre por el de mi hija Ximena y claro, menos me hace caso.
•Ximena, ven acá, ven acá, ven acá. No Ximena las plantas de la maceta no son para que te las comas.
He llegado a preguntarle a mi mujer:
•Oye, mi amor, ¿no has visto a Ximena?
•¿Ximena? A Ximena le toca venir hasta el próximo fin de semana.
•¡Estás loca! Si la acabo de ver con “mis propios ojos”. Hace cinco minutos estaba jugando con su hueso en el pasillo.
El acabose (siempre había querido escribir esta palabra) llegó la semana pasada cuando en el parque un niño le jaló la cola a Mateo y para defenderse, Mateo le ladró e hizo la finta de que lo iba a morder. El niño asustado se fue llorando a buscar a su mamá y aunque no lo creas, de mi boca salió el siguiente sermón.
•¿Acaso yo te he enseñado a que te comportes como un salvaje? ¿Esa es la educación que te he enseñado? En este instante nos vamos a la casa. Ah, y si los padres de ese niño nos quieren poner una demanda, yo les voy a decir que tú no eres mi perro, les voy a decir que eres adoptado, que eres recogido y que por lo tanto yo no me voy a hacer responsable de tus barbaridades.
A mí, mi mamá me corrió de la casa cuando tenía 18 años... ay y nada más por hacer en mi cuarto lo que ella dejó de hacer en el suyo.
