Gracias, pero no gracias

Esa frase la había escuchado antes en una película

Mi mujer y yo acabamos de tener un pleito que ha puesto en riesgo nuestra relación y todo ¿por qué? Porque me niego a disfrazarme (ya no tengo seis años) para jugar con ella a que no soy yo para mantener con vida nuestra vida sexual. ¿Sabes lo que me dijo?

-Mi amor, ¿qué te parece si jugamos a que no somos nosotros? Nos conocemos en el bar de un restaurante, te me acercas, empezamos a platicar, me invitas una copa, nos besamos, me llevas a un hotel y me haces el amor salvajemente. Pero acuérdate que tú no vas a ser tú y yo no voy a ser yo.

Y yo que soy un perverso, y me gusta cumplir siempre mis fantasías sexuales y probar nuevas tácticas, técnicas, lo último en juguetes sexuales y todas las posiciones del Kamasutra le contesté:

-¿Qué te pasa? ¿Estás loca?

No, ¡no me leas así! No me parece divertido que mi mujer empiece a hacer cosas con otro hombre que nunca ha hecho conmigo.

Finalmente acepté. Me puse una peluca, un bigote, unos lentes de contacto color azul y decidí llegar al restaurante dos horas antes de nuestra cita para comerme cinco docenas de ostiones. De ninguna manera me podía permitir que el personaje que iba a interpretar tuviera disfunción eréctil.

Antes de terminarme la última docena, se me acercó el dueño del restaurante para devolverme el bigote que se había quedado en una de las conchas de la primer docena y muy amablemente me dijo:

-Señor Gomís, aquí tiene su bigote, ya está lavado. ¿Gusta que le regale un postre y un digestivo? ¡Es una cortesía de la casa!

En ese momento me di cuenta de que mi disfraz era un fracaso y muy amablemente le contesté.

-Gracias, pero no gracias (esa frase la había escuchado antes en una película y no olvides que yo me estaba preparando para interpretar un personaje, por eso decidí tomar esta plática como un ensayo general).

Mire señor, cuando era niño, mis papás me tenían prohibido el alcohol y los postres. Todavía no puedo superar el trauma, pero, dígale a la casa que con mucho gusto, le acepto una docena de almejas vivas.

En ese momento dejó de ser amable conmigo y sin que yo se la pidiera, me mandó la cuenta.

¿Por qué en los restaurantes siempre te regalan alcohol, postres y jamás te regalan una ensalada, una sopa o una docena de almejas vivas? Si es una cortesía de la casa, pues por lo menos que la casa te dé gusto con lo que a ti te gusta y no con lo que a la casa se le pegue la gana.

La señora de la mesa de al lado me dijo:

__Ay, señor. Gomís, sólo por educación hubiera dicho que sí aceptaba el postre y la copita. (Pinche disfraz, no me sirvió de nada)

¿Sólo por educación?

¡Sólo por educación debería de preguntarme primero si me gustaría tapar mis venas y arterias con triglicéridos y colesterol con uno de sus postres!

¡Sólo por educación me hubiera preguntado si me gustaría matar las neuronas de mi cerebro con un trago de alcohol!

Las neuronas muertas del cerebro ya no se vuelven a regenerar, y el azúcar refinada miembro de la familia de los carbohidratos compuestos está matando a mucha gente en el mundo.

¿Sólo por educación?

Sólo por educación no lo demandé por intento de homicidio.

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