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Misioneros pierden la batalla contra el ébola

Manuel García Viejo se convirtió ayer en la segunda víctima española que muere a consecuencia del ébola; el pasado 12 de agosto falleció Miguel Pajares

José David Pérez/ Especial | 26-09-2014

MADRID, 26 de septiembre.– Luchadores, bondadosos y entregados son las palabras con las que muchas voces describieron a dos hombres, anónimos hasta hace poco tiempo: Manuel García Viejo y Miguel Pajares, los misioneros, y únicos españoles, que han fallecido a causa de la epidemia del ébola.

La causa de su muerte no es lo único que comparten, detalles como que nacieran en pueblos muy pequeños, pasando porque pertenecían a la misma orden, hasta llegar a que la última década de su vida la pasaron luchando en África son datos biográficos comunes en ambos.

García Viejo, de casi 70 años de edad, quien falleció ayer en la tarde en el mismo hospital y en la misma planta donde lo hiciera Pajares a causa del ébola, provenía de un pueblo del noroeste español, Folgoso de la Ribera. Este municipio cuenta con menos de mil 500 habitantes y donde, según los vecinos, no era posible encontrar a “nadie que pudiera decir nada contra el misionero”.

Por su parte, Pajares, de 75 años, nació en Iglesuela, ubicado cerca del centro de España, que cuenta con poco más de 600 habitantes, lo que hace que “aquí todos nos conozcamos”, como comentó una vecina de la localidad.

Ella misma recuerda a Pajares como un niño “tranquilo y pacífico, al que a pesar de no conocer mucho, por su pronta partida a un colegio de frailes, se le tenía un gran cariño por su cordialidad y atención con todos”.

A pesar de su distanciamiento durante décadas de esos pueblos y de que sus visitas fueran cortas, aún se les recuerda. Un vecino del propio Pajares en Iglesuela explicó cómo fue su última despedida, cuando le dijo “ Miguel, ¿cuándo vas a dejar de ir por ahí, por esos terrenos que son muy malos?”, quien no pudo contener el pesar al evocar su respuesta, cuando asegura que –el ya difunto Pajares– le dijo “para el próximo septiembre a lo mejor”.

En el pueblo de García Viejo se recuerda a un hombre que “no venía todos los años y que cuando lo hacía no salía demasiado”, según el concejal local Tomás Vega. Sin embargo, una mesera local que lo conoció desde niño recuerda a un “Manuel curioso por naturaleza, a la mejor persona que te puedes encontrar, a alguien que llegaba con las maletas vacías y se las llevaba llenas para dar todo lo que pudiera a los demás”.

Ambos nombres, de orígenes diferentes, pertenecían a la misma congregación: La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, presente en alrededor de 50 países. Desde ella Manuel García Viejo, médico y especialista en enfermedades tropicales, y Miguel Pajares, en su rol de enfermero, viajaron por el mundo ayudando y concluyeron esa entrega en África. En ese continente, la orden cuenta con presencia en 13 países y 22 dispositivos asistenciales en marcha.

García Viejo dedicó 52 años de su vida a esta orden, con la que viajó 30 años por África. Monrovia fue su primer destino africano , más tarde fue a Ghana, y de allí a Sierra Leona, donde dedicó 12 años al Hospital San Juan de Dios en Lunsar.

Trabajar en zonas como esta última significa luchar contra un mal endémico como la malaria, ser testigo de las heridas de niños soldados e infinidad de enfermedades sexuales”, según destacó Médicos Sin Fronteras.

Su contagio y muerte por ébola hacen más fuertes las palabras que su compañero, el también misionero José Luis Garayoa, le dedicó a García Viejo el pasado 20 de septiembre: “La vida duele hoy más que nunca. Duele por la muerte evitable de mi pueblo. Duele por el contagio con el virus del ébola de mi amigo, de mi hermano del alma, Manuel Viejo”.

Garayoa, uno de los más de diez misioneros españoles en zonas afectadas de forma grave por el ébola, fue más lejos e inspirándose en la enfermedad que costó la vida a Viejo escribió:

“Tengo unas ganas locas de salir corriendo de este infierno, pero me quedo clavado con los ojos húmedos y la esperanza de que esto también pasará. Poquito a poco, sólo nos queda eso, la esperanza”.

La dureza de África también es conocida para el antecesor   de Miguel Pajares al frente del hospital San José de Monrovia, José Antonio Soria, quien recuerda a Excélsior que “África fue el escenario de muchas de mis primeras experiencias, allí vi morir a un niño por primera vez en mi vida y le siguieron muchos. Supuso mi primer contacto con la malaria, con la tuberculosis, con el sida, con el hambre, con la guerra, con el miedo, con la miseria...”

Sobre el trabajo de Pajares hablan dos colaboradoras del mismo en Liberia. Se trata de las doctoras de la orden Irene Jara y Mónica Chaves. Allí conocieron condiciones “muy pobres y muy difíciles”, como el propio Pajares explicaba cuando ya había contraído la enfermedad por carta.

“Primero estuvimos en Ghana, haciendo una colaboración en el hospital de allí. Conocimos al hermano Patrick, tristemente fallecido a consecuencia del ébola, y fue él quien en 2012 nos solicitó nuevamente colaboración, esta vez para el hospital de Liberia”, recuerda Jara.

Chaves también evoca a Miguel Pajares como alguien a quien “sólo había que mirarle a los ojos para saber que derrochaba bondad, humanidad”. Las dos coinciden al apuntar que “Pajares era feliz dándose a los demás” y que “todos los días visitaba a las personas que estaban ingresadas, y se preocupaba por su estado de salud, por sus circunstancias”, aclararon.

Quien fuera su compañera de hospital y en el último viaje, Juliana Bonoha, lo recordó como “un ángel” que llegó a Liberia para ayudarles, apoyarles y a quien nunca podría estar lo suficientemente agradecida.

Su llegada a España, por medios públicos fue criticada, y para muchos el gobierno “promovió asistir a la crónica de una muerte anunciada”. Sin embargo, columnistas como Rafael Latorre en ZoomNews aprovecharon las circunstancias para reconocer que alardeaba con coquetería de ser ateo, de su materialismo, pero que le dura hasta que descubre que hay personas como Miguel Pajares que se dejan la vida en Liberia, “que están allí mientras yo estoy aquí”.

Sin embargo, si algo queda claro tras hablar con vecinos, compañeros, conocidos o de leer lo que la prensa española ha vertido sobre Miguel Pajares y Manuel García Viejo es su humildad. Como recuerda el concejal de Folgoso de la Ribera, ese pueblo que vio nacer a García Viejo, era “humilde aunque era un héroe, son héroes anónimos”.

Esa humildad les llevó a un último gesto: negar los partes médicos, negarse a que su salud alimentara las informaciones. No faltaron reporteros a la puerta del Hospital Carlos III, el cual los acogió, que se tomó ese gesto como una ofensa. Una vecina de Pajares contó con una voz cargada de añoranza que eso era “típico de él”.

Para ella, que no firmó grandes columnas en la prensa ni fue imagen editorializante, ese gesto de ambos padres fue una alarma para que la prensa española e internacional no se centrara sólo en ellos. A que vieran que ellos habían dado su vida, décadas de su vida y de su esfuerzo por quienes nadie solía mirar.

Así, la muerte de estos hermanos de orden, al menos, se resuelve como una llamada de atención, un ejemplo del sacrificio que algunos pueden hacer y la muestra de cómo su muerte ha copado más espacio que su propia vida.

Son ellos, estos héroes humildes, los que hoy representan y personifican a la epidemia del ébola. Son el rostro de casi seis mil personas infectadas por este virus, según la Organización Mundial de la Salud, son difuntos con nombres entre los más de dos mil que ya se han contabilizado.

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