Crimen y dolor, el legado de Pablo Escobar
Hoy se cumplen 20 años de la muerte del narcotraficante, que se estima mandó asesinar a unas 10 mil personas
CIUDAD DE MÉXICO, 2 de diciembre.- A 20 años de su muerte, el legado de terror y altruismo que dejó el narcotraficante colombiano Pablo Escobar sigue vivo. Mientras en Medellín, sede de su cártel, su tumba se llena de flores en estos días, el resto del mundo asocia su nombre con el crimen y el dolor.
Más de 10 mil homicidios y una fortuna de tres mil millones de dólares, la mayor de Colombia en 1987, según la revista Forbes, llevan la firma de Escobar.
El colombiano también fue capaz de convertir la palabra magnicidio, asesinato de una figura pública, en un término de uso cotidiano en los diarios.
Entre las decenas de magnicidios que se le imputaron destaca el del ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara, quien frustró la carrera política de Escobar, o la del director del diario El Espectador, Guillermo Cano.
CONTROL. El narcotraficante Pablo Escobar llegó a controlar 40 por ciento del tráfico de cocaína en Colombia.
La otra faceta era un Escobar que se recogía en su familia y sus caprichos en su lujosa mansión, Hacienda Nápoles, donde tenía hasta su propio zoológico, con hipopótamos, rinocerontes y hasta un unicornio (un caballo con un cuerno injertado).
Hijo de una maestra rural y de un ganadero, Escobar nació en una familia acomodada, aunque siempre reivindicó su miseria infantil. Sin embargo, el contexto de la guerra le hizo carecer de la estabilidad que su auténtica clase social le debió proporcionar.
Durante su niñez y juventud, fue “un niño llorón y consentido”, afirmó su madre Hermilda Gaviria, que tenía una suerte de fascinación por un grupo de proscritos, que luchaban por sobrevivir en la guerra y eran héroes populares. Con su madre llegó a tener una suerte de adoración mutua. Prueban esto los esfuerzos de Gaviria para mantener la faceta altruista de su hijo por encima de todo.
Con estos referentes, un joven Pablo Escobar comenzó en trabajos humildes, incluso emuló a su padre como ganadero.
Tuvo capacidad de liderazgo, pues ya en el colegio otorgaba préstamos a sus compañeros o ganaba lealtades por comida, que conseguía con el crédito familiar en el colegio.
De las travesuras escolares, Escobar pasó a los primeros crímenes en los 70, como robos de coches, en los que mataba a sangre fría a los testigos, o los encargos de El Padrino de Colombia, el contrabandista Alfredo Gómez.
Al avanzar la década, Escobar comenzó con el tráfico de mariguana y más tarde descubrió la mina de oro, que su antiguo patrón Alfredo Gómez ya había explotado: la cocaína, la nueva
adicción de Estados Unidos.
Un negocio que llevó a Escobar a ser el Zar de la Cocaína al controlar 40% del tráfico de la droga en Colombia y generando alrededor del Cártel de Medellín una auténtica fuerza militar.
También sedujo a la vida pública: llegó a ser teniente de alcalde de Medellín y diputado suplente, algo que se frustró cuando se conoció la fuente de su riqueza.
Un fracaso que no le impidió dejar huella en la gente de Medellín con unidades deportivas, comida o la construcción del Barrio de Pablo Escobar, donde cada mes se le rinde un homenaje.
Del otro lado estaban actos como el atentado contra un avión de Avianca, en el que murieron 100 personas, o cuando decidió que “era hora de darles viajecito a las palomas” y asesinó a 49 chicas que fueron sus
amantes.
Para capturarlo se creó el Bloque de Búsqueda, un grupo de élite organizado por el gobierno de Colombia y apoyado por Estados Unidos.
Para evitar su detención y deportación a Estados Unidos, secuestró a herederos de las grandes familias de Colombia.
En 1991, logró un acuerdo con el gobierno, pero se dio a la fuga de la lujosa cárcel en la que fue instalado. Fue tras su 44 cumpleaños, en 1993, cuando Escobar, preso del único afecto sincero que sentía, llamó a su familia y el Bloque de Búsqueda lo capturó y acabó con su vida.
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