Mario Iván Martínez: Diez años de explorar la locura
El actor lleva una década protagonizando el monólogo Diario de un loco, que vuelve al recinto donde debutó, el Teatro Helénico

En 2012, el actor Mario Iván Martínez estrenó la obra Diario de un loco, de Nikolái Gógol, en el Teatro Helénico, en homenaje al maestro Carlos Ancira (1929-1987), quien protagonizó dicha historia durante 25 años.
Entonces, el actor habló con pacientes esquizofrénicos para abordar a este personaje, quien se desdobla en varios más, y se rapó la cabeza para darle fuerza a las escenas donde la locura parece rebasarlo.
Hoy retoma la historia y a este personaje en una nueva temporada, todos los lunes, en el mismo recinto y a diez años de interpretarlo, restando aquellos que no logró darle vida debido a la pandemia por covid-19, 2020 y 2021.
¿Cómo se renueva un actor con un texto que ha abordado durante una década y cuáles son sus nuevos descubrimientos en él? Así respondió en entrevista con Excélsior.
Son múltiples, sobre todo cuando pensamos que el hecho teatral es un momento irrepetible y único en el tiempo, en donde el actor siempre tiene la oportunidad de hacerlo perfectible.
El maestro Julio Castillo nos decía: ‘la función de ayer no existió’. Con esa máxima nos empujaba a esa renovación constante. Una de las ventajas del acto teatral es ésa. La desventaja es que es fugaz por excelencia.
Las versiones del pasado, el cine, la televisión, el radio, incluso, son excesivamente definitorias para el actor; el camino para la eternidad. Por ejemplo, la película Como agua para chocolate ahí está y estará para siempre. Pero, al mismo tiempo, el actor se quedará con ganas de haberlo hecho distinto.
Es así que un texto como Diario de un loco, en donde Gógol observó con tanta meticulosidad a los pacientes psicóticos, ofrece incontables oportunidades para mejorarlo, siempre que la base sea verosímil y auténtica”, expresó Mario Iván Martínez.
El actor recordó que Carlos Ancira visitó el centro psiquiátrico La Castañeda para enriquecer su trabajo en el escenario, lo cual se narra en el libro del periodista Jesús Ibarra, El jardinero de fantasmas. En su caso, él también acudió a la realidad y la llevó, con su interpretación, a esta obra.
De igual manera yo, a través del trabajo del doctor Horacio Reza Garduño, tuve la oportunidad de entrevistarme con muchos pacientes psicóticos y el material que coseché, en ese momento, fue muy abundante. Por ello, en cada función, un paciente distinto prevalece en la mente de este personaje, para darle distintos matices.
A diez años de haberlo montado, seguimos encontrando sutilezas de un texto tan rico. La riqueza de esta propuesta artística es tal que brinda innumerables posibilidades interpretativas”, explicó el actor de 61 años de edad.
La mirada a este trabajo, que profundiza en el tema de la salud mental, es aún más poderosa luego de una pandemia y el confinamiento que vivió la humanidad, pues puso de manifiesto la necesidad de atender a esta materia.
Sobre todo, lo que Gógol nos presenta en su texto no es una fantasía únicamente, sino un testimonio análogo de la realidad que viven estos pacientes. Él mismo vivió muy de cerca los trastornos mentales y quemó, para nuestro infortunio, la segunda parte de su novela cumbre, Almas muertas.
En este caso, él pone sobre el escenario aspectos universales que trascienden el tiempo como el erotismo desbordado de estos pacientes, la frustración, la corrupción que prevalecía en su época y que tiene ecos dolorosos y vigentes en el México de hoy, que sigue luchando contra este lastre; la incomprensión, la intolerancia.
Cabe subrayar que Gógol se dio cuenta que no debía ser panfletario absolutamente, sino que tenía que señalar aquellos aspectos que podían darle mucho más matices a su obra, que tienen que ver con la sátira, la cual encontramos muy palpable en otros de sus cuentos como La nariz y El capote. Sabía que había que subrayar la parte humorística de estos personajes”, relató.
Martínez enfatizó que por ello era sumamente importante acercarse a los pacientes para no “hacerse el loquito”, sino que los personajes fueran verosímiles, incluso cuando la historia comienza a ser incongruente.
Se cruza una frontera y va ascendiendo a otros planos de locura. Hasta el último plano, cuando él se convierte en un gallo o en el rey de España, debe, para el espectador, ser absolutamente convincente y verosímil lo que le está ocurriendo, para no establecer entre el actor, una distancia con el personaje y que vean ‘mira, qué loquito está’. No.
Yo debo tener el arrojo y la valentía de asumirlo como verosímil. Naturalmente el actor siempre llegará a esa frontera con cuidado para no pasarse del otro lado, porque este personaje empuja y reta a los límites de un paciente sicótico”, explicó.
En una década, el montaje ha cambiado, como la corporalidad, las pausas y algunos sonidos. Todo con el fin de no afectar la esencia de la obra, sino, enriquecerla y afinarla.
En esta historia, un funcionario de la burocracia ucraniana del siglo XIX muestra, a través de las anotaciones de su diario íntimo, cómo en medio de su rutina de trabajo y las pequeñas humillaciones cotidianas surgen en su mente extrañas ideas que adoptan tintes de locura.
Hay que recordar que Diario de un loco no es una obra de teatro, sino un cuento. Así que se tiene que partir desde cero en ese sentido y llevarlo a un lenguaje escénico, para que entonces la escenografía enloquezca con el personaje, la música complemente su locura, el vestuario, la iluminación. Todo eso es responsabilidad de quienes nos atrevemos a tomar un texto de Gógol y llevarlo a escena.
Eso mismo hizo el maestro Ancira en complicidad con Jodorowsky y yo lo hago con mi prima hermana, la maestra Luly Rede”, concluyó.
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