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Expresiones

Abigael Bohórquez, obra en orfandad crítica

El sonorense es considerado uno de los escritores más importantes de la segunda mitad del siglo XX: “Era el más grande poeta que había dado el norte”

Bruno Ríos/Especial | 30-11-2014

CIUDAD DE MÉXICO, 30 de noviembre.-  “Prefiero ser poeta anónimo del siglo XX, que será valorado en el próximo siglo XXI, que estar en la boca de nadie que no sabe leer. Y mucho menos esto. Si yo no fuera pobre como soy, me compraría puras cosas efímeras”, confesó Abigael Bohórquez a una de sus alumnas de Milpa Alta en una entrevista que nunca vio la luz. La frase resume muy bien a Abigael, un tipo irreverente y consciente de su valor poético, de su situación y postura ante el mundo.

El 28 de noviembre (aunque algunos digan que fue el 26) se cumplieron 19 años de la muerte de uno de los poetas mexicanos más importantes del siglo XX, y que, como él decía, no llegó a ver el siglo XXI. Abigael se murió, como dice Carlos Sánchez, como se tienen que morir los poetas: de un infarto fulminante en su pequeño departamento en Hermosillo.

Lo conocí siendo niño todavía, en esos pocos años que fueron sus últimos, que volvió de su exilio autoimpuesto en Milpa Alta y el Distrito Federal a sobrevivir entre el olvido institucional y la condena social de ser irreverente y abiertamente homosexual en tierra de vaqueros. De Caborca, su pueblo natal, en Sonora, lo corrieron por incómodo, lo desterraron a la fuerza por ser ese hijo bastardo en un pueblo lleno de saliva, como dice él en uno de sus poemas. Todavía, a veces, lo puedo ver sentado en una silla en la oficina de mi madre en El Colegio de Sonora, poco antes de que falleciera. Me decía, creo, que yo tenía unas pestañas largas y bonitas. Y yo ni en cuenta quién era ese viejito maltrecho que visitaba a mi madre algunos días.

Autor de por lo menos 12 libros de poesía, y una amplia dramaturgia que apenas hoy ve la luz con una edición que realizó Gerardo Bustamante en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México este mismo año, Abigael sostuvo siempre una relación ambivalente con su tiempo, con el mundo que por un lado lo llenaba de tanto goce y tanta dicha, y por otro le escupía en la cara y lo relegaba al ostracismo, al olvido impuesto. Desde la década de los cincuenta, Bohórquez comienza a publicar sus libros con Ensayos poéticos (1955) en una modestísima edición de autor, y luego Poesía i teatro, en 1957, y que se consolidará en el 60 con Fe de bautismo.

Podría decir que la obra de Bohórquez, desde un punto de vista crítico y no cronológico, en tres diferentes temas, que atraviesan su producción. Por un lado, existen poemas que son  íntimos, anecdóticos, que exploran la humanidad más esencial de estar vivo, o como decía él mismo, de ser, nada más. Mucha de su primera producción cae dentro de estos temas, como los poemarios Fe de bautismo (1960), Acta de confirmación (1966), Memoria en la Alta Milpa (1976), Desierto mayor (1980) y algunos otros poemas dentro de otros libros.

Por otro lado, Bohórquez fue un poeta social incansable, un escritor de protesta y de compromiso civil, algo que seguimos necesitando de manera urgente en México con las situaciones que vivimos todos los días. Lo social, el tema de la protesta y de la irreverencia civil, el del abuso y la denuncia, están presentes en muchos de sus libros como Canción y muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles (1967), y su libro quizá más conocido por haber gozado ya de tres ediciones, Poesida (1996), ese desgarrador y terrible testimonio-denuncia del horror que provocó el sida en los años ochenta, ganador del Premio Internacional Conasida de la Organización Panamericana de la Salud, organizado por la UNAM en 1992, y que no fue publicado por las organizaciones convocantes ni se le otorgó el monto del galardón por ser “demasiado fuerte”.

Finalmente, y esto puede ser un beneficio o una condena, el tema gay en Bohórquez es fundamental. Se ha dicho que Abigael es, antes que otra cosa, un poeta homosexual, tanto que ha caído en la casilla que se le impone, hasta cierto punto. Y es verdad: fue un poeta de  homoerótico, pero no sólo eso. Sus libros Digo lo que amo (1976), Navegación en Yoremito (1993), Poesía en limpio (1991) y partes de Poesida (1996), tratan el tema homosexual de manera directa, pero también, son libros de poesía amorosa.

Ante esta radiografía general, podríamos pensar que Abigael Bohórquez fue un poeta y dramaturgo que dejó un amplio legado. La ambivalencia de estar y no estar en el desierto está presente en toda su obra. Ser exiliado de la tierra más pura, de una patria pequeña que fue el desierto, su casa natal, fue un lastre que llevó con él a todos lados, como lo dice él en “Canto”, del poemario Desierto mayor:

Oh, Desierto,

ya todo lo recuerdo;

camino por mi nombre,

me paro a conversar con nuestras cosas,

y dulcemente, después de haber estado

sobre el fuego y el ala de la tierra,

no me importa quedarme, mano para volver,

recomenzando

tu corazón y el mío

 

Efraín Huerta dijo que Abigael “era el más grande poeta que había dado el norte de México”. ¿Entonces dónde quedó su obra, dónde en las antologías? Abigael no le tuvo miedo a la palabra, a esa palabra iracunda que lo llevó a decir en uno de sus poemas más poderosos, “Duelo”:

Pero está bien;

en este mundo todo está bien:

el hambre, la sequía, las moscas,

el appartheid, la guerra santa, el sida,

mientras no se nos toque a Él;

Ese no cuenta,

simplemente está Allá,

loco de risa,

próspero de la muerte,

agusto.

Antes de morir, Bohórquez se desempeñó durante muchos años como tallerista y promotor de la cultura. Fue promotor de cultura para el IMSS en el Distrito Federal y en Hermosillo. Antes fue profesor en Milpa Alta. Y se murió pobre, y solo, por no poder atenderse. En su pequeño cuarto tenía libreros hechos a mano por él mismo con cajas de verduras. Toda la colección de libros que tenía, que juntó durante su vida, está en la colección que lleva su nombre en el acervo de la biblioteca de El Colegio de Sonora. Ahí están sus lecturas de César Vallejo o Juan Ramón Jiménez. Ahí están sus libros de los poetas amorosos de los siglos de oro españoles como Quevedo y Lope de Vega.

Quizá no es tan negativo que haya quedado olvidado. Si se hubiera hecho fiesta y carnaval entonces, tal vez no tendríamos esta urgencia de recuperarlo ahora, de recordarlo y ponerlo en el mapa. El próximo año se cumplen 20 años de su muerte y esperamos se reediten algunos de sus libros ante la indiferencia institucional, ante la imposibilidad de que su obra completa sea reunida.

A su vez, Abigael tiene una profunda orfandad crítica, poquísimos críticos tienen en mente su producción poética y dramática para generar estudios críticos serios, crítica periodística e incluso, representaciones teatrales. Hay una deuda pendiente con Bohórquez, y hay que cumplirla. Sigamos con su condena hacia la poesía, su eterna condena aún vigente, todavía. Leamos su obra, pensémosla seriamente, revalorémosla y dejémonos llevar por ella, como bien él lo decía:

Oh, Poesía, condúceme,

desgástame, desquíciame,

procede,

de donde estés, ordena,

y ponme a caminar.

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