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Salud mental: nuevo reto

Raúl Contreras Bustamante

Raúl Contreras Bustamante

Corolario

 

El medio de la academia ha estado muy atento a las redes sociales debido al lamentable caso del suicidio de Fernanda, una estudiante del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Hasta el momento se ha dicho que la causa aparente de este triste hecho fue la presión sicológica que padeció por la intensa carga académica que enfrentaba por sus labores para finalizar el año.

Eventos como éste han venido sucediendo no sólo en el ITAM, sino también en la UNAM y en otras instituciones de educación superior, al grado que el tema de la salud mental está pasando a ocupar un lugar importante en las preocupaciones de directivos y maestros. Se trata de una problemática poco entendida —y menos atendida— en nuestra realidad, no sólo nacional, sino también mundial.

Según la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es un estado de bienestar en donde el individuo debe estar consciente de sus propias capacidades, afrontar las tensiones de la vida diaria, ser productivo y, además, contribuir con su comunidad.

Es decir, la salud mental es un estado de equilibrio entre las personas y el entorno sociocultural que les rodea; esto implica el bienestar emocional, síquico y social. Dichos elementos influyen en la forma en que pensamos, sentimos y actuamos ante situaciones de estrés.

Los problemas de depresión, ansiedad, trastornos de déficit de atención, conducta alimentaria y suicidios no son privativos de las instituciones de educación superior. Según cifras de la Secretaría de Salud, se estima que en México unos 15 millones de personas padecen algún trastorno mental, siendo la mayoría adultos jóvenes en edad productiva.

En el ámbito internacional, la OMS calcula que para el año 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad a nivel mundial.

Las instituciones de educación superior y universidades de excelencia están frente a un grave reto ocasionado por esta problemática social y de salud, ya que están recibiendo a muchos jóvenes víctimas de disfunción o desintegración familiar; y en otros casos, con una educación deficiente —producto de las debilidades y fracasos del sistema educativo nacional—, que cuando son objeto de mayores exigencias, colocan a algunos en situaciones extremas de estrés y presión.

Si a lo anterior le agregamos que las redes sociales y el estilo de vida actual de los jóvenes les generan ansiedad, aislamiento, mayor exigencia y presión social debido a la carga de información excesiva —y a veces negativa—, lo que hace que se agudicen los serios padecimientos que les aquejan.

Conviene advertir que la raíz de los orígenes del estrés al que son sometidos los estudiantes universitarios comienza a gestarse desde edades más tempranas, incluso en los núcleos primarios de socialización. Según datos ofrecidos por la Evaluación PISA, los estudiantes de 15 años en México registran niveles de ansiedad escolar por encima de la media de los países que integran a la OCDE.

Atender la salud mental de los mexicanos no es un tema de buena voluntad de los gobiernos, sino una obligación. En días pasados, la Suprema Corte determinó que el Estado mexicano está obligado a proteger, con la misma intensidad y bajo las mismas condiciones, el derecho a la salud de personas con padecimientos mentales.

Significa un gran desafío para las instituciones de educación superior y universidades establecer políticas y prácticas que les permitan estar atentas y advertir las situaciones que aquejen a sus estudiantes, para forjar profesionistas de excelencia, pero equilibradamente sanos.

Como Corolario, la frase de William Shakespeare: “Las heridas que no se ven son las más profundas”.

 

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