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Jugaron con la seguridad

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Cuando parecía que el oficialismo tendría los votos suficientes para sacar adelante la reforma que prolongaría hasta 2028 el periodo de participación de las Fuerzas Amadas en las tareas de seguridad pública, el bloque de contención en el Senado de la República sorprendió al mantenerse incólume.

Quizá haya sido un pecado de soberbia el que arrebató al presidente Andrés Manuel López Obrador la posibilidad de presumir, en la mañanera de este jueves, la derrota del “conservadurismo”. Lo cierto es que, hoy por hoy, los equilibrios políticos se mantienen y, gracias a eso, nadie puede imponer su punto de vista a los demás. Al menos, no en la Constitución.

Quién sabe quién sea realmente el ganador de esta partida. Dudo mucho que el pueblo de México, que sufre la arremetida del crimen organizado mientras los partidos juegan a las vencidas. Total, los políticos ven los toros desde la barrera, protegidos por sus camionetas blindadas, sus guaruras y los gruesos muros de sus oficinas y sus casas.

El gobierno del presidente López Obrador creyó que había encontrado la fórmula para quebrar a la alianza opositora.

Uno por uno, los senadores que no son parte de la coalición de gobierno fueron escaneados para ver qué tan capaces eran de resistir un embate contra sus debilidades reales o fabricadas, con el propósito de quebrar su resistencia y obligarlos a votar a favor de una minuta que había sido pergeñada, ante todo, para quebrar los ánimos de la oposición.

La noche del martes, los operadores de la autodenominada Cuarta Transformación celebraban prematuramente la obtención de un número suficiente de votos en la Cámara alta para aprobar la reforma, confiados en que no hay político cuya voluntad no tenga precio. Para probar el talante implacable de su estrategia, hicieron pública la deserción del senador panista Raúl Paz, quien anunció su incorporación a la bancada de Morena.

En ese momento, todo parecía perdido para la oposición. Sin embargo, el dique senatorial resistió y el oficialismo se vio obligado a retirar el dictamen, consciente de que someterlo a votación auguraba su derrota. Los trucos que obligaron a los priistas a entregar la plaza en la Cámara de Diputados chocaron contra pared en el Senado. Como Mehmed ante los muros de Constantinopla, el oficialismo debió retirarse para preparar un nuevo embate.

A estas alturas, nadie puede presumir que sabe cómo terminará esta historia. Los expedientes para presionar a los senadores de la oposición pueden ser tan profundos como un abismo, lo mismo que la bolsa para recompensar a los traidores.

La batalla de ayer la ganaron los adversarios del gobierno, pero el verdadero derrotado fue el pueblo de México, pues a los criminales que lo mantienen como rehén poco debe importarles que los soldados y los marinos se mantengan en las calles por dos o seis años más, ya que aún no ha aparecido una estrategia gubernamental que logre meterlos en cintura.

La seguridad de los mexicanos fue sujeta nuevamente a los intereses políticos de quienes se reparten el poder. Aquellos que antes defendían la presencia de los militares en las calles hoy piensan lo contrario, y viceversa. Al gobierno sólo le interesa ver de qué manera puede doblar y humillar a la oposición, mientras que lo más importante para ésta es que el Presidente no se salga con la suya.

Sosteniendo la sartén por el mango, el gobierno usó este debate para quebrar a la alianza opositora, y, al hacerlo, se dio permiso de bajar hasta las cloacas de la política, echando mano de las peores artes, como el espionaje.

Qué pena que un tema fundamental para los mexicanos haya sido usado como moneda de cambio. Qué vergüenza que la tribuna más alta del país, que es el Congreso de la Unión, no haya podido ser escenario de un debate serio, sino de una pelea vulgar, en la que la simulación y la hipocresía salieron a relucir.

Personalmente, celebro que la militarización no se haya impuesto como estrategia de seguridad pública y que aún tengamos un Senado que sirva de contrapeso a las ansias de poder irrestricto, pero lamento profundamente la incapacidad de la clase política de diseñar una respuesta coherente ante la arremetida del crimen organizado que nos está ahogando.

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