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Polarización, la tormenta perfecta

Max Cortázar

Max Cortázar

Estados Unidos contabiliza siete días de manifestaciones ciudadanas. El centro de la inconformidad es el homicidio por asfixia del afroamericano George Floyd, resultado de una detención con abuso de la fuerza por parte de un grupo de policías de Minneapolis, de acuerdo con las conclusiones de la autopsia dada a conocer ayer por el abogado familiar de la víctima. Sin embargo, la magnitud y extensión de las protestas muestran un agravio mucho más extendido: el de la discriminación racial que recorre los distintos ámbitos de la sociedad norteamericana.

De otra manera es difícil explicar el porqué de la embestida contra policías, incendio de vehículos, saqueo a comercios y la concentración multitudinaria en las distintas ciudades de ese país, que llevó no sólo al despliegue de las corporaciones locales para contener los disturbios, sino requirió del despliegue de 5 mil integrantes de la Guardia Nacional en 15 estados y Washington D.C. Ello sin dejar de lado que, al menos, en 40 zonas urbanas las autoridades determinaron imponer toques de queda, incluyendo ciudades que suelen ser más diversas en sus composiciones raciales, como es Nueva York.

La ola de protestas exhibió, de nuevo, la brutalidad de cuerpos de policías en los medios tradicionales y las redes sociales. Elementos de distintas corporaciones dispararon balas de goma a personas que observaban su tránsito dentro de propiedad privada, otros dieron marcha a sus patrullas sobre manifestantes concentrados frente a ellas, algunos más detuvieron periodistas y, como cereza del pastel, un par hicieron patente su racismo al detener a un agente afroamericano del FBI que, a pesar de identificarse plenamente, dudaban en quitarle las esposas. Las jornadas de movilización han marcado la falta de claridad en los alcances de los protocolos del uso de la fuerza, por ejemplo, el alcalde de Nueva York primero culpó a los manifestantes que recibieron la embestida de dos patrullas, mientras se expresaban frente a ellas, para después retractarse al señalar que ninguna situación ameritaba una acción como ésa. Sin duda, la amenaza constante que representan las policías a la vida de la comunidad afroamericana exige la más profunda revisión de sus protocolos de actuación. Al igual que otros agraviantes casos, no se justifica la brutalidad policial sobre un detenido con las esposas puestas y con la rodilla de un policía imponiendo presión en su cuello. Menos aún cuando, lejos de ser casos aislados, en términos agregados, un afroamericano tiene más del doble de probabilidad de morir baleado por un policía que la correspondiente a una persona de raza blanca, según concluyen diversos estudios de organizaciones especializadas y medios de comunicación.

Debe reconocerse, además, que la discriminación de los afroamericanos no se agota en sus interacciones con las corporaciones civiles. Ésta trasciende al resto de los eslabones del sistema de justicia y de bienestar social. Por un lado, la probabilidad de un afroamericano de ser ingresado a prisión es casi seis veces mayor que la de un blanco, de acuerdo con los datos publicados por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, ello a pesar de que la proporción de detenidos afroamericanos cayó 31% entre 2007 y 2017. Por el otro, casi tres veces más de estos últimos viven en zonas de pobreza, en comparación de la población blanca, de acuerdo con el Buró de Censos. Las consecuencias en las carencias de capacidades llevaron a los afroamericanos a representar en ciudades como Chicago el 72% de los fallecimientos registrados por covid, a pesar de constituir apenas el 30% de la población.

En aliviar la discriminación y la desigualdad al interior de la sociedad estadunidense de poco ayuda el discurso de la polarización sembrado por el presidente Donald Trump. Ayer se pronunció por desplegar el ejército en caso que las manifestaciones no cesen. Hace unos días, pedía cierto nivel de represión a autoridades locales para forzar al orden, como también se ha referido de manera denigrante en contra de mexicanos, mismos que están expuestos a un mayor número de crímenes de odio. Estados Unidos ofrece una lección para México. Erradicar la desigualdad será, de entrada, muy complejo si desde el poder público se alimenta el odio y la polarización entre los distintos segmentos sociales.

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