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Reflexiones para Sábado Santo

Julio Faesler

Julio Faesler

 

En esta Semana Santa, la primera de este nuevo gobierno, ya hemos podido advertir las intenciones de gobernar y de fijarle rumbo al país que tiene el Presidente de la República. Al hacerlo, sin embargo, más ha dividido que unido a la opinión pública en torno a la bandera de la justicia y solidaridad.

Curar la falta de armonía requerirá una buena dosis de valentía personal en los altos funcionarios para resolver problemas donde esté de por medio el bien del país. Los dilemas pueden llegar a ser estrujantes.

A este respecto es alentador que, con motivo de la discusión actual sobre la política de educación, el Presidente haya instruido a tres de sus secretarios de Estado a desestimar una ley aprobada por el Congreso y revertir algunos de sus efectos ya ejecutados. El dilema entre lo legal y lo justo es el que el Presidente plantea a cada uno de los secretarios, a quienes dirigió su ya multicitado memorándum.

Se destapa así el problema que enfrenta un funcionario que advierta una contradicción entre la instrucción recibida y la ley, es decir, el dilema entre su obligación legal y su deber de conciencia.

Será oportuno que el servidor público dedique unos minutos del fin de esta Semana Santa a prever qué decisión tomará en caso de presentarse tal situación.

El asunto es importante. López Obrador lo resume nítidamente: la validez de desatender la ley que se estima inaceptable.

No hace muchos años que AMLO participaba con coraje en la lucha que nos reclutaba a todos por conquistar mejores condiciones electorales en nuestro país. Algunas de sus acciones eran ilegales, pero alineadas a su visión de justicia. Al paso del tiempo, fuimos aceptando que la mejor vía para transformar el gobierno y crear las instituciones que hoy existen era la electoral, no la de la manifestación callejera ni mucho menos la violencia.

Poco a poco se ajustaron las leyes a las demandas ciudadanas. Pero mientras siguieran injustas y antidemocráticas había que desatenderlas. No cabía duda.

A esas luces, es explicable que AMLO instruya a sus principales funcionarios a no aplicar la “mal llamada Reforma Educativa” e incluso, a actuar diametralmente en contra, e inclusive, llegar a la desobediencia. Pero hay que detenerse un momento antes de actuar. Al girar esa instrucción, Andrés Manuel se cercenó la posibilidad de institucionalizar su 4T, ya que en caso de lograrla, la expuso a la misma descalificación y rebeldía que ahora receta para una legislación que él y sus seguidores, deciden rechazar. Cualquiera entiende que el famoso memorándum que, por cierto, carece de legitimidad legal, nace de la frustración del Presidente de no lograr una Ley de Educación a su gusto. Pero para alcanzar esa meta hay que encontrarle el modo a la exigente señora democracia.

Todo lo anterior subraya tres temas de actualidad: En primer lugar, es necesario que el ciudadano Presidente de la República respete las fórmulas jurídicas que él mismo exigió en su momento, si quiere dotar a sus varias transformaciones la solidez que asegurará permanencia.

Segundo, el profundo dilema ley-justicia planteado desde hace más de dos mil años en los anales de la cultura occidental no se va a resolver con un intempestivo memorándum lanzado en el fragor de una batalla que acabará por resolverse si hay patriotismo y el sentido común que el mismo AMLO quiere encarnar.

En tercer lugar, urge que los jóvenes de todos los estratos sociales se interesen en las actividades políticas de su comunidad y que lo antes posible contribuyan con ideas actuales a las decisiones en las que son ellos los principales interesados.

La transformación que el presidente López Obrador quiere imprimir coincide con los cambios que están en plena marcha en países europeos, africanos y asiáticos. En Estados Unidos los precandidatos para las próximas elecciones anuncian nuevas soluciones para aminorar las profundas brechas económicas y sociales.

Por todo lo anterior, esta Semana Santa también debe ser de reflexión para el Presidente, quien se habrá dado cuenta que la energía que requieren sus planes de gobierno tiene que provenir del país en su conjunto y no sólo de la porción más manejable y ruidosa.

En Francia, el incendio de Notre Dame inspiró la unidad del pueblo en torno al propósito común de solidaridad. En México no necesitamos algo tan drástico para unirnos y alcanzar el progreso que todos queremos.

 

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