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Autonomías y dilemas

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

En los últimos veinte años, se ha recurrido a la propuesta de que, para perfeccionar a algunas instituciones o para salvar a otras, es necesario dotarlas de autonomía.

Mucho se ha discutido si eso es bueno o malo. Yo soy de los que cree que no hay una verdad absoluta. Hay autonomías muy buenas y muy malas. Muy benéficas y muy maléficas. Muy necesarias y muy inútiles. Muy genuinas y muy falsas. Muy defendibles y muy indefendibles.

Una de las buenas, benéficas, necesarias, genuinas y muy defendibles es la del Banco de México. Desde su fundación, en 1925, inició su consolidación de profesionalismo, de estabilidad, de seriedad, de responsabilidad, de respetabilidad y hasta de majestad. Pero, en algunos momentos la política metió las manos, siempre para su mal. Lo mismo en la disposición de reservas que en la emisión de moneda que en las prácticas bancarias. El resultado de esto siempre fue el desastre. Por ello, en 1994, se le dotó de autonomía y, con ello, salvó sus virtudes y se salvó como institución.

Otro ejemplo muy positivo es la UNAM. Su excelencia se veía perturbada por los mandatos de la política. En 1929, se autonomizó y sus virtudes se salvaron. No omito mencionar que la autonomía universitaria es, incluso, más amplia que la bancaria. En la designación de sus altas autoridades no intervienen ni el Presidente ni el Congreso, sino tan sólo los quince miembros de su Junta de Gobierno.

Para que la autonomía funcione bien requiere de tres factores. El primero, es la independencia. Que la institución esté libre de mandos que sean ajenos a sus propios intereses. El segundo, es la profesionalización. Que sus mandos sean depositados en personas capacitadas, entrenadas y experimentadas, además de respetadas. La tercera, es la integración. Que, en la toma de las decisiones superiores, estén representadas las voces de aquellos cuya bienestar o protección inspiró el establecimiento de esa institución.

Además de éstos, hay institutos autónomos que deben serlo por decoro nacional y por legitimación política. Me refiero a los encargados de las elecciones y a los defensores de los derechos humanos. Pero estas autonomías siguen siendo mustias, toda vez que su designación corresponde a los poderes públicos. Por eso, hoy vemos que los partidos políticos se “parten el alma” por designar a los mandamáses de los órganos autónomos.

Hay otras autonomías que no surgieron por desconfianza ciudadana, sino por ineficiencia gubernamental. Porque no funcionaban donde estaban y creyeron o quisieron hacernos creer que, cambiando de escenario, mejorarían los actores.

Por último, hay algunas que nacieron para comodidad del gobierno. Para deshacerse de algo que ni les interesaba, ni les redituaba ni les convenía. A éstas pertenecen las fiscalías de investigación criminal.

Muy parecido a lo anterior, por las mismas razones, hoy confieso que, alguna vez, le propuse al, en ese tiempo, Presidente de la República, que se autonomizara la anticorrupción y estuvimos casi a un tris de hacerlo. No nos movía el resultado, sino la comodidad de no cargar con injustas acusaciones de alcahuetería. Añado, en descargo de mi cinismo, que al entonces Presidente y a mí, ni no nos interesaba quién cayera ni, mucho menos, que se solapara a corrupto alguno.

Pero, por todo esto, surgen mis dudas. ¿Queremos autonomías o no las queremos? ¿Queremos violar la ley o respetarla? ¿Queremos simular o franquear? ¿Queremos que sean reales las autonomías, la división de Poderes, el federalismo, el municipalismo y la ciudadanía?

No es malo jugar y simular. Es mejor el tiro al blanco de la kermesse que los disparos reales de los criminales o de los depredadores. Lo malo es no distinguir la realidad de la simulación.

Hace años, escuché a una pobre anciana jurar que había tres Pedros Infantes y que ella los había visto en la película de los huastecos. Más tarde, la vida me enseñó que, en la película de la política, muchos creyeron que teníamos constitucionalismo, federalismo, republicanismo, liberalismo y hasta una pizca de patriotismo.

 

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