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De López Obrador a Petro: abrazos y balazos

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Gustavo Petro, el flamante presidente de Colombia, un hombre que militó en el M-19 y que se ha convertido en el primer mandatario surgido de la izquierda en la historia de Colombia, anunció también su propio proceso de pacificación en ese país, su versión de los “abrazos y no balazos”, en los que incluye tanto a los grupos guerrilleros que no se incorporaron al proceso de paz establecido durante el gobierno de Juan Manuel Santos, como a los grupos del narcotráfico, que muchas veces terminan siendo lo mismo, incluyendo un amplio espectro de autodefensas que oscilan entre la ultraizquierda y la ultraderecha y siempre terminan de la mano con en el crimen organizado.

Desde hace años se hace un paralelismo entre México y Colombia en temas de seguridad y narcotráfico y evidentemente existen razones para ello, aunque, como siempre en América Latina, las diferencias entre las naciones terminan siendo mayores de lo que se cree. Pero en términos de narcotráfico, en la forma de operar de los grupos, en los desafíos que se presentan, en la actuación institucional, sus aciertos, corrupciones y deficiencias, esos paralelismos, o enseñanzas comunes, sí existen y es válido analizarlas.

Dicen en Colombia, ayer se hace eco de ello El Universal en México, que la propuesta de pacificación de Petro podría dejar sin abasto de cocaína a los cárteles mexicanos. En el papel sería una posibilidad, pero en la realidad no será así. Primero, porque quién sabe hasta dónde podrá llegar la propuesta de paz. Nada puede ser más profundo que lo realizado en el gobierno de Santos con las FARC y otros grupos, y finalmente ese proceso sí llevó a una pacificación importante incluyendo la desmovilización de la mayoría de las FARC, pero otros han seguido operando, así como el ELN, básicamente por lo mismo: tras la radicalización ideológica se esconde la decisión de seguir en el negocio del narcotráfico.

Lo mismo sucedió, antes, con la desarticulación de los cárteles de Medellín y Cali. Nunca faltó, en términos reales, cocaína en el mercado. Pudo haber bajado en algún momento la oferta, pero nunca hubo un desabasto de esa droga que tenía y tiene un mercado muy amplio en buena parte del mundo y que sólo se puede producir en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.

Segundo, porque los propios cárteles mexicanos ya están produciendo su droga en Colombia, en Ecuador y en Perú, y tienen buenas relaciones en Bolivia. El proceso de pacificación de Petro no les aporta nada. La prensa colombiana ha insistido desde hace meses en la presencia cada día mayor del cártel Jalisco y del de Sinaloa en el país, ya no sólo como compradores, sino también como productores y operadores, junto con organizaciones colombianas asociadas. Lo mismo sucede en Perú y, en mayor medida aún, en Ecuador, donde los cárteles realmente dominantes son el CJNG y el de Sinaloa, no los locales, según han reconocido las propias autoridades.

Tercero, porque más allá de los ofrecimientos de reanudar relaciones entre Colombia y Venezuela, lo cierto es que buena parte del narcotráfico colombiano opera a través de Venezuela, donde esas organizaciones son manejadas por políticos y militares, que son los que sostienen a su vez a los disidentes de las FARC, al ELN y participan activamente en el tráfico de cocaína a través de lo que se denomina el Cártel de los Soles. La más que porosa frontera entre Colombia y Venezuela en el este, y con Ecuador en el sur, permite una movilidad muy amplia en toda la región y si bien, si mejoraran las relaciones entre los gobiernos de Petro y Maduro, podría atenuarse algo de esa realidad, lo cierto es que el narcotráfico es una de las principales fuentes de recursos del régimen venezolano y no tienen con qué suplantarlo. La misma lógica se aplica a grupos guerrilleros y políticos a ambos lados de la frontera entre los dos países. Un buen ejemplo es el llamado Clan del Golfo, que encabezaba un narcotraficante que estuvo con las autodefensas de extrema derecha, con las guerrillas de izquierda y que ahora tiene una organización llamada autodefensas gaytanistas, apodado Otoniel, detenido hace unos meses y extraditado a Estados Unidos, que desde la prisión dice que declaró un “alto al fuego” con el Estado colombiano. Pero ese hombre ya no controla desde una cárcel de máxima seguridad en la Unión Americana a sus grupos y operadores en el territorio.

Cuarto, no sé si eso perdura, me imagino que sí, pero cuando hace años hice un largo recorrido por Colombia, militares de ese país y de EU (que estaban allí para la implementación del plan Colombia), me mostraban en toda la región este una zona montañosa donde me aseguraban que existían enormes reservas de cocaína escondida para seguir traficando después de los golpes tan duros que habían recibido los jefes de los cárteles de Medellín y Cali. En esa zona había cuevas y caletas, donde se guardaban desde cocaína hasta dólares y armas como una previsión para el futuro. No creo que eso haya cambiado.

México y Colombia a veces han tenido estrecha colaboración en el tema del narcotráfico y, a veces, han tenido distancias. Petro y López Obrador tendrían que tener coincidencias ideológicas suficientes como para trabajar juntos. Es una exigencia ineludible de los dos países. Lo que no sé es si están realmente decididos, juntos o por separado, a combatir a fondo el narcotráfico, escapando de las trampas ideológicas y las tercas realidades de ambos países.

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