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Boris y Alito: ¿renuncias paralelas?

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Por supuesto que no tienen la misma trascendencia, pero lo sucedido con Boris Johnson y la forma en la que ha tenido que renunciar a su cargo de primer ministro británico debería generar enseñanzas a los priistas en relación con la renuncia de Alejandro Moreno, Alito, a la presidencia del tricolor.

Johnson fue el principal impulsor de una estrategia desastrosa que terminó con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el llamado Brexit, a través de un referéndum que el también conservador David Cameron, que se oponía al Brexit, aceptó realizar porque estaba seguro de ganar. Luego de cinco años de gobierno, en mayo de 2015, Cameron fue reelecto por otros cinco años y tenía mayoría propia en el Congreso. Había ganado desarrollando, dijo entonces, una “campaña positiva” para “salvaguardar la economía y crear empleo” y también para “planificar otros cinco años en el poder”. Concedió la consulta sobre el Brexit para consolidar su control sobre el Partido Conservador, deshacerse de Johnson y otros legisladores que lo impulsaban con un discurso claramente populista y terminar de consolidar su poder.

Se equivocó, un año después, la separación de Gran Bretaña de la Unión Europea, algo que nadie siquiera pensaba que fuera posible, terminó ganando por un estrecho margen en aquel referéndum, en medio de una campaña negra, llena de fake news y desinformación, muy similar en orígenes y contenido a la que meses después le permitió ganar la elección en Estados Unidos a Donald Trump, un personaje con cercanía política con Johnson.

A fines de junio de 2016, Cameron dejó el gobierno y asumió Theresa May, otra política conservadora que quería un Brexit suave, moderado. Johnson y su equipo hicieron todo para demolerla políticamente hasta que renunció y el propio Johnson logró ser designado primer ministro. Él mismo logró poner en marcha el Brexit. Y luego, sin adversarios internos, con un Partido Laborista que, con un candidato inviable como Jeremy Corbyn (que estuvo en México recientemente invitado por el presidente López Obrador), Johnson ganó sus elecciones por una muy amplia mayoría.

Pero entones comenzó la implementación del Brexit que, como predijeron todos los especialistas, ha sido un desastre económico y de todo tipo para Gran Bretaña; comenzó el covid, donde, luego de marchas y contramarchas, el sólido sistema de salud británico logró responder relativamente bien. Pero también comenzaron los escándalos de todo tipo en torno a Johnson: desde las fiestas en la casa de gobierno de Downing Street, durante el duro confinamiento que el propio gobierno había impuesto, hasta los conflictos entre su joven pareja y otros funcionarios, desavenencias en su gabinete y en su partido y, finalmente, la renuncia de 50 funcionarios de su gobierno por diferencias con el primer ministro. Ayer renunció y sólo está a la espera de que el Partido Conservador designe un nuevo líder para dejar el gobierno.

Líderes populistas como Trump o Johnson hay muchos, la diferencia en ambos casos es que hubo una suficiente resistencia institucional en sus países, Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, como para que, más allá de que hubieran llegado al poder explotando sentimientos atávicos en ambas naciones, no pudieran, finalmente, trascender por sus propios errores y limitaciones (espero no adelantarme en el caso de Trump). Lo que garantiza la continuidad del sistema, al final, son las instituciones democráticas y la división de poderes.

Trump no logró su cometido de imponer un golpe de Estado el 6 de enero de 2021 porque el vicepresidente Mike Pence, una parte del Congreso y los funcionarios estatales encargados de los temas electorales resistieron la presión presidencial. Johnson cayó porque los dirigentes del Partido Conservador, el Congreso e incluso parte de su gabinete le quitaron el apoyo. No sé si podríamos ver algo parecido en México.

Por lo pronto, no lo estamos viendo en el PRI. Más allá de que los audios y videos que cada martes difunde la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, con total impunidad, han sido grabados ilegalmente, lo cierto es que son demoledores para la imagen del presidente del PRI. Desde que alcanzó el liderazgo del PRI ha perdido todas sus elecciones, salvo la de Durango, con un candidato, Esteban Villegas, que definitivamente no era suyo. En su contra se han alzado los expresidentes del partido; ayer, doce exgobernadores; lo rechaza la bancada de senadores de su partido (la mayoría de los diputados son designación de Alito, allí no hay disidencia). Y a eso se suma los que vemos o escuchamos cada martes: el más reciente audio, entre Alito y José Murat, los descalificaría a ambos para cualquier futuro político, la forma de expresarse de ambos respecto a muchos de los principales empresarios del país, la avidez de dinero y hasta el vocabulario soez utilizado deberían, simplemente con eso, llevar a Alito a la renuncia. El contenido, el fondo, es peor.

La conclusión es sencilla: cuando las instituciones funcionan, los políticos que le han fallado al sistema se van (a su casa, no a pasear por Europa). Cuando éstas, el descrédito o la impopularidad no importan: la conservación del poder se impone. La clave está en mantener, simplemente y, aunque cada vez sirvan para menos, los propios espacios de poder. Boris, el hasta hace poco líder indiscutible de su partido, ya se fue; Alito debería aprender de esa lección y decir adiós.

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