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Santa Lucía: “decisión sabia”

Columnista Invitado Nacional

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Por Armando Ríos Ruiz

Al presidente López Obrador le ganó el prurito de inaugurar algo. Aunque sea una plancha de concreto remozada, que existe desde hace casi 60 años, después de dos en el poder sin posibilidades de hacerlo siquiera con un puente colgante, como el de El Anonito, Guerrero, o la carretera La Maroma, de Jalisco, en donde un descuidado puede hacer una o esperar que se le aparezca el diablo si la transita de noche.

Lo que lleva el sexenio no ha sido para vanagloriarse de nada en materia de construcción (ni en ninguna otra área). Esto es punto muerto. Un ejercicio abandonado que se ha circunscrito exclusivamente a tres obras que la actual administración considera magnas. El sello de este gobierno: la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto de Santa Lucía.

El 24 de noviembre de 1952, el presidente Miguel Alemán inauguró el mismo aeródromo de Santa Lucía. Aunque, siete años después, en 1959, las aeronaves que operaban en Balbuena se mudaron a ese lugar. De manera que otro mandatario se anticipó, con casi 60 años, a la inauguración, que tuvo lugar nuevamente, con mucha presunción, la semana pasada.

El Presidente afirmó que se trata del aeropuerto más importante que se construye en el mundo. Lo que hace pensar que, entonces, no conoce siquiera el campo Carlos Rovirosa Pérez, de su estado natal, Tabasco. Menos el de la Ciudad de México y mucho menos los de otros países, como Estados Unidos, sin ir muy lejos. O el de Dubái. El de Singapur. Muchos de China y más.

En nuestro continente también hay para presumir. Están El Dorado, de Colombia. El Mariscal Sucre, de Quito. El Jorge Chávez, de Lima. El Tocumen, de Panamá, y varios que son mucho más que una plancha de concreto. Debería darse una vuelta por allá, para no errar.

No necesitamos el diccionario. Cualquiera imagina que inaugurar consiste en echar a andar en una ceremonia algo nuevo. Ya concluido. Una obra musical. La puesta en marcha de una cancha deportiva. O bien, el inicio de un evento importante. Como los Juegos Olímpicos, por ejemplo. En este caso, se inaugura algo inconcluso. Que es una pista de aterrizaje, porque nos dicen que lo es.

A manera de burla, alguien hizo circular en las redes sociales un anticipo de lo que será el Duty Free de la obra del sexenio. Una de las más importantes del mundo. Se trata de la fotografía de un tianguis en el que menudean puestos de ropa, de comida, de abarrotes y de otros productos, amontonados y con un número tal de personas, que difícilmente librarían los estragos de la pandemia.

El de Texcoco hubiera costado 300 mil millones de pesos y éste costará 75 mil millones. Habrá un ahorro de 225 mil millones. ¿Y lo invertido en la cancelación del primero? Javier Jiménez Espriú dijo que costaría 71 mil millones. El Consejo Coordinador Empresarial opinó, en el mejor momento, que costó entre 100 mil y 120 mil millones de pesos. Costó, además, la pérdida de 40 mil empleos y tirar a la basura lo ya invertido. De todos modos, con esa comparación, podemos entonces imaginar la diferencia entre una obra y otra.

“Alabanza en boca propia es vituperio”, reza el refrán. Presumió que cancelar y reconstruir “fue una decisión sabia”.

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