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Un gobierno negacionista del cambio climático

Cecilia Soto

Cecilia Soto

#YoDefiendoAlINE

 

La peor combinación en políticas públicas hacia el medio ambiente es aquella que reúne “buenas intenciones” con una monumental ignorancia, condición que satisface a plenitud el actual gobierno. Menos se corregirá la ignorancia con la desaparición del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) una decisión que confirma que, en los hechos, el actual gobierno niega la realidad del cambio climático y se compromete con políticas que lo aceleran.

Después del reparto agrario realizado por el gobierno de Lázaro Cárdenas, en el que se repartieron aproximadamente 18 millones de hectáreas, las dotaciones de tierra posteriores se hicieron repartiendo mayormente “tierras ociosas” o que así le parecían a los funcionarios. Para los desarrollistas de los años 60 y 70, eran tierras a ser intervenidas para ampliar las fronteras agrícola y ganadera en beneficio de los campesinos. Tal fue el caso de la deforestación masiva en Balancán, Tabasco, como resultado de los planes de “modernización” del trópico impulsadas de 1960 a 1982. Se repartieron terrenos nacionales con la consigna de poblar el trópico y con la bandera de la ganadería extensiva, como en el Plan Balancán–Tenosique. También en Chiapas, bajo el liderazgo de Jorge de la Vega Domínguez, tanto como gobernador y después como titular de la entonces Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, se desarrolló una política que dotaba de ganado a familias para que se asentaran en la selva lacandona. Y lo hicieron repitiendo el patrón de destrucción de las selvas en varios lugares del planeta: avance de la ganadería como punta de lanza del avance de la agricultura.

La palabra clave aquí es “poblar”, como si la selva tropical no estuviera poblada por miles de especies animales y vegetales. Una hectárea de selva tropical contiene hasta 160 especies de plantas vasculares y 7 mil árboles. Un árbol puede acoger hasta 70 especies de orquídeas y cientos de especies de escarabajos, hormigas, etcétera, a más de ser hogar de decenas de aves. Para los desarrollistas “poblar” sólo puede referirse a los humanos. Es el hubris que como “culminación de la Creación”, expresada en el mandato bíblico de hace 3 mil años: “Creced y multiplicaos, poblad la tierra y dominadla”. En esta visión antropocéntrica, la evolución se detiene al llegar a nosotros, fascinada con la maravilla que creó y a la que hace responsable de cuidar el jardín que se le ha dado para su goce. Ésta es la visión que permea la política de grandes obras del actual gobierno, basada en una idea no sustentable del progreso y, sobre todo, en el convencimiento de un hombre –el Presidente– de la pertinencia de tales obras. Que siga Dos Bocas aunque contribuya a la contaminación y a los gases de efecto invernadero. Que siga el Tren Maya, aunque amenace a la mayor red de ríos subterráneos del mundo y sea rechazada por las comunidades indígenas.

Desde la perspectiva desarrollista, el daño a la naturaleza se justifica por el progreso, medido en PIB, en número de empleos o de beneficiarios de programas sociales; el gobernante desarrollista impone su horizonte temporal –su periodo de gobierno– sobre los ciclos largos de la naturaleza; impone también el reflejo paternalista del “yo sé lo que conviene al país”.

La naturaleza no sabe de caprichos presidenciales. El cambio climático y el deterioro de regiones enteras prosigue cobrando un precio terrible en vidas humanas, como el de las muertes prematuras por contaminación atmosférica en el valle de México o efectos a largo plazo (desde el punto de vista humano) como el deterioro de la fauna en el mar de Cortés por la disminución de agua dulce que aportaban los ríos Colorado, Yaqui y otros. O la infiltración de los mantos freáticos con agua de mar por el exceso de bombeo. Y la lista de ejemplos es casi interminable. No incluyo la pandemia porque no comparto la idea de ésta como un castigo casi bíblico. La ciencia y el invaluable trabajo de campo que hacen miles de investigadores son los mejores insumos para elaborar políticas públicas compatibles con la sustentabilidad. De ahí el grave error de desmantelar al INECC y de ahogar presupuestalmente a las universidades y a los centros de investigación asociados con el Conacyt. En estos tiempos y en este país, hacer ciencia se ha convertido en algo disruptivo, revolucionario, una actividad que amenaza el viejo orden que se viste con falsos ropajes de renovación. Más ciencia, menos obediencia, como decían los machistas que defienden al CIDE.

 

* Tomaré dos semanas de descanso, quiero enviarles desde las generosas páginas de Excélsior mis mejores deseos para estas fiestas y para el próximo 2022. Mucha salud para ustedes y sus familias y no bajemos la guardia respecto a las medidas contra la pandemia: cuidémonos con responsabilidad y paciencia. Envío también mi solidaridad a quienes hayan perdido a algún ser querido en este difícil año que está por terminar. Les abrazo.

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