Aplausos (Sesiones 2)
Es increíble lo que puede generar el sonido de nuestras manos al chocar una con otra. Desde pequeños nos enseñan a aplaudir, y este gesto siempre va aunado a la muestra de felicidad por algo. No recuerdo cuándo fue la primera vez que aplaudí, ni por qué lo hice. Debe ...
Es increíble lo que puede generar el sonido de nuestras manos al chocar una con otra. Desde pequeños nos enseñan a aplaudir, y este gesto siempre va aunado a la muestra de felicidad por algo. No recuerdo cuándo fue la primera vez que aplaudí, ni por qué lo hice. Debe ser un acto llevado a cabo en los primeros años de mi vida, enterrado en mi memoria junto con tantas otras cosas. Supongo que uno va aprendiendo a aplaudir conforme pasa el tiempo y lo vas perfeccionando. Alguna vez, ya hace mucho, me puse a revisar bien el acto de aplaudir y cómo generar un sonido más seco, o más agudo o más grave, encontrar diferentes tipos de aplausos. En esta investigación ociosa traté de aplaudir pegando con la izquierda sobre la derecha en vez de al contrario, como lo hago naturalmente. Cuesta más trabajo pero sólo es cosa de acostumbrarse.
Algunas veces el aplauso es la única manera que tenemos como audiencia de decirle a esos artistas que están en el escenario que su actuación nos gustó. Hay ocasiones en que un aplauso se nos hace poco y tenemos que gritar algo o chiflar. Siguiendo este código, los artistas esperamos que la gente aplauda a lo que uno está presentando.
Pero para todo hay modas, y hasta los aplausos son mal vistos en ciertos lugares. Me he encontrado en tocadas de grupos muy nuevos en donde la audiencia no aplaude. No porque no les guste lo que escuchan, sino porque sus códigos parecen ser diferentes. ¿Porqué no aplauden? No lo sé. Pero la primera vez que me pasó hasta me espanté, al escuchar mis palmas, entrenadas para demostrar mi satisfacción, sonar solitarias entre el rumor de la gente. Pensé que no aplaudían porque tenían las manos ocupadas con su trago, pero no. Había quienes bien podían aplaudir pero mantenían las manos metidas en sus pantalones o donde quiera que las tuvieran. Creo que la primera vez que me pasó fue con los emos. Tiempo después me sucedió con una audiencia hipster, así que la única conclusión es que son gente más joven que yo, ¿se estará perdiendo la costumbre de mostrar aceptación por medio del batir de palmas?
En las sesiones que Café Tacvba dio en Argentina acabo de constatar lo importante que es para mí que me aplaudan.
Gustavo Santaolalla fue quien dio la bienvenida al público a este experimento que estamos haciendo. Al hacerlo, les dio las reglas del juego: guardar silencio mientras estemos tocando una canción, no hablar ni moverse de su asiento, y si tienen que ir al baño, que lo hagan entre rola y rola. Los celulares ya se los habían quitado a la entrada, para que no sonaran y no hicieran ese ruido extraño que provocan en la bocinas y amplis al momento que va a entrar una llamada o un mensaje. Todos estos requisitos son obvios; el más raro fue que les pidió que no aplaudieran hasta que él diera la señal de que ya no se estaba grabando.
Hay que explicar que cuando un músico está en un estudio debe acostumbrarse a quedarse quieto por lo menos 30 segundos (a veces más) cuando suena la última nota de la canción que está grabando. Ha sucedido que una toma se echa a perder al pasar por alto esta regla. El músico se pone a tocar otra cosa (alguna escala imposible en su guitarra) o a despotricar de lo mal que le salió la toma (aunque le haya salido bien).
Es extraño tocar una canción frente a un público, terminarla y no saber si les gustó o no porque tienen que guardar silencio. Pero una vez que Gustavo decía: “¡buenísimo!” o “son grosos” o “¡aguante cafeta!”, para avisar que ya no estaba grabando, la gente aplaudía y demostraba qué tanto le había gustado la canción. El aplausómetro marcaba distintos niveles con cada una, así que esta forma de grabar, además de aprovechar la energía que nos da tener público presente, nos permite ir midiendo qué canción puede llegar a ser un sencillo.
Pero esos segundos que hay entre terminar una rola y los aplausos, son eternos. El silencio que se le pide al público es anormal. Yo no me enteré que les había gustado tanto el disco que estábamos grabando hasta que al final de la sesión la gente se puso de pie, aplaudiendo durante varios minutos.
Con aplausos así, espero que nunca pase de moda demostrar que algo nos gusta batiendo las palmas.
No sólo de aplausos vive el músico, pero qué falta hacen.
