Electrolitos orales vs refrescos: dos caminos opuestos para la salud
Mientras los primeros están regulados como medicamentos, los segundos aportan azúcar sin beneficio terapéutico

Cuando hace calor, después de ejercitarnos o en medio de un malestar estomacal, la primera reacción suele ser buscar agua o una bebida “energética”. Sin embargo, hidratarse no significa únicamente ingerir líquidos: el cuerpo necesita reponer electrolitos —sales y minerales— junto con glucosa para recuperar su equilibrio.
Ahí es donde entran los electrolitos orales, medicamentos diseñados para prevenir y tratar la deshidratación leve a moderada. Su fórmula incluye sodio, potasio, cloro, calcio, magnesio y lactato, combinados con glucosa para garantizar que el agua se absorba correctamente en el organismo. A diferencia de los productos comerciales, cuentan con registro sanitario ante COFEPRIS, lo que respalda su calidad, seguridad y eficacia.
Lo más interesante es su base científica: gracias al cotransportador sodio-glucosa (SGLT1), un mecanismo natural del intestino, logran que el agua se incorpore al torrente sanguíneo incluso durante episodios de vómito o diarrea, cuando la hidratación resulta más difícil. Por eso son recomendados tanto para niños como para adultos en casos de fiebre, calor extremo o ejercicio intenso.
Cada lote de electrolitos orales se somete a pruebas estrictas de calidad y seguridad, lo que garantiza que cumplan con su propósito terapéutico. Esta regulación los diferencia de las bebidas azucaradas o “deportivas”, que suelen posicionarse en el mercado como alternativas de hidratación, pero carecen de respaldo médico y pueden incluso contribuir a otros problemas de salud.
Más que una bebida, los electrolitos orales son un recurso médico accesible que puede marcar la diferencia entre una molestia pasajera y una complicación mayor. Tenerlos a la mano significa apostar por una recuperación rápida, segura y científicamente comprobada, en un país donde la deshidratación sigue siendo un riesgo recurrente.
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