El nuevo sentido del trabajo en México
La reducción de la jornada laboral expone la transición generacional, territorial y cultural del empleo en el México contemporáneo
La reforma para reducir la jornada laboral a 40 horas llega en un momento en el que el país ya atraviesa un cambio cultural profundo: el trabajo ha dejado de significar lo mismo que hace dos décadas. La transformación no sólo es legal o económica, sino generacional, territorial y de expectativas vitales.

Los datos lo muestran con claridad. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, la permanencia promedio de un joven en un empleo es hoy de 1.6 años, cuando en 2005 superaba los tres. La idea de “un solo trabajo para toda la vida” dejó de ser aspiración y se convirtió en excepción. Las nuevas prioridades —tiempo, flexibilidad, ingresos múltiples y bienestar— desdibujan la antigua frontera entre empleo y vida personal.

El mercado laboral ya refleja esta transición. El autoempleo representa 23.3% de la ocupación total y el trabajo independiente entre jóvenes crece a ritmos cercanos al 8% anual. Sectores emergentes como las plataformas digitales —de transporte, reparto, servicios o contenido— han crecido entre 18% y 25% anual, según el IMCO y estudios del Banco Interamericano de Desarrollo. Para una parte creciente de la población, el tiempo ya no pertenece a una sola empresa.

Este cambio cultural convive con una economía profundamente desigual. La informalidad, que ronda el 54.8% a nivel nacional, determina el impacto territorial de cualquier reforma. Mientras el norte del país registra niveles cercanos al 39%, el sur alcanza 68%, lo que anticipa una adaptación mucho más rápida en las regiones industriales y un rezago persistente en zonas donde la economía opera sin contratos ni jornadas legales. La reforma de las 40 horas, en ese sentido, transformará primero al México formal antes que al México real.

El debate también ha destapado varios mitos laborales. La Ley Federal del Trabajo aún marca un máximo de 48 horas semanales y no contempla la figura del “viernes de medio día”. Tampoco existen horas extra obligatorias: la ley establece que son voluntarias y limitadas. Estos malentendidos revelan cuánto se ha normalizado una cultura del presentismo que ya no representa a la mayoría de los trabajadores.

Mientras las preferencias laborales cambian, también lo hacen los patrones de gasto de las nuevas generaciones. Sólo 16% de los jóvenes de 25 a 34 años posee vivienda propia —frente al 34% que lo hacía en el año 2000—, según la Encuesta Nacional de Vivienda. La renta, la movilidad y las experiencias absorben una proporción creciente de sus ingresos, lo que refuerza la búsqueda de flexibilidad y múltiples fuentes de trabajo.

Pero incluso en un país que migra hacia nuevas formas de empleo, existen actividades que no pueden apagarse: salud, transporte, construcción, manufactura continua. Para estos sectores, la reforma implicará rediseñar turnos, automatizar procesos y coordinar equipos sin interrumpir operaciones. El reto no es menor: el territorio laboral mexicano es tan diverso como desigual.

En el trasfondo, la reforma de las 40 horas no sólo reorganiza el tiempo de trabajo: redefine el modelo de vida. México ya no discute únicamente cuánto trabaja, sino qué quiere ser como país en un mundo donde la productividad, la tecnología y el bienestar pesan tanto como el horario.
El cambio cultural está en marcha. La ley apenas empieza a alcanzarlo.
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