Legado de superación en Río

La trayectoria del artista brasileño Eduardo Kobra cambió tras conocer el trabajo de los muralistas mexicanos

thumb
Ver galería
thumb
Ver galería

CIUDAD DE MÉXICO.

El teléfono de Eduardo Kobra no deja de sonar. Son miles de notificaciones en sus redes sociales de personas y medios informativos de todo el mundo que comparten, mediante fotos y mensajes, su fascinación al pasar enfrente a su colorido mural de casi 3 mil metros, Todos Somos uno, ubicado en el boulevard Olímpico, en Río de Janeiro.

El grafitero paulistano está en boga, sus murales figuran en Nueva York, Miami, Chicago, Roma, Tokyo, Moscu, Dubai; además, tiene invitaciones a los Emiratos Árabes, Holanda y Estados Unidos. “Por cada mural que hago, significa que debo decir que no a otros dos; son tantas las propuestas”, dice Kobra, en portugués, en entrevista telefónica desde Cincinnati, Estados Unidos, donde finaliza un mural en homenaje al astronauta Neil Armstrong.

A sus 40 años, el artista autodidacta disfruta la consolidación de una carrera que empezó en la periferia del humilde barrio de Campo Limpo, Sao Paulo, transgrediendo la ley. Cuando era adolescente, grafiteaba en señal de protesta al entorno social: al cumplir 18, había sido detenido tres veces por la policía.

“Sufrí todo tipo de prejuicio, la gente me gritaba vándalo y vago. Me amenazaban. Hasta en mi casa lo sufrí. Lo único que quería era dejar mis dibujos en un muro. Nunca nadie me apoyó”, recuerda.

Su vida artística dio un giro cuando conoció a muralistas mexicanos como Orozco, Siqueiros y Rivera.

“Mi camino cambió de dirección cuando conocí a esos famosos muralistas. La única visión del arte que tenía hasta entonces era el grafiti. “Todo aquello (los murales de los mexicanos) me pareció tan interesante. La composición y estética me encantaron, principalmente la de Rivera”, dice el brasileño, quien acaba de ser padre hace dos meses.

Como consecuencia de la influencia de los muralistas, Kobra decidió dejar los grafitis clandestinos y renovar su propuesta artística.

“Para hacer murales necesitas tiempo. Ya no lo podía hacer corriendo, huyendo. Empecé a pedir permiso para pintar”.  

De manera legal, las obras de Eduardo Kobra empezaron a tomar relevancia a escala internacional por su sello distintivo: retratos de personajes históricos (Albert Einstein, Malala, Salvador Dalí o John Lennon) o de momentos icónicos (como el beso entre un marinero y una enfermera en Nueva York tras la guerra), representados de manera colorida y con formas geométricas. Su objetivo es transmitir mensajes de paz y protección al medio ambiente.

En México, Kobra ilustró  en 2014 la fachada del Hotel Matilda, en San Miguel de Allende, con un mariachi, obra que tituló MariArte.

Su talento lo ha llevado a dejar una marca en cada ciudad que visita. Este año pasó siete meses en el extranjero pintando murales; en Brasil, son más de 500 los que decoran el escenario urbano.

“Todavía salgo por la ciudad a ver mis trabajos y si noto que la tinta se está saliendo, voy y lo vuelvo a retocar”, confiesa.