Mustang Shelby GT500 2020, veneno puro

A bordo de la cuarta generación del Shelby GT500 le rendimos tributo a una de las leyendas más grandes de los deportivos americanos

CIUDAD DE MÉXICO.

Son las dos de la tarde en el Centro Dinámico Pegaso, y aunque el cielo está nublado, hace calor, suponemos que el incremento de la temperatu­ra se debe más a la emoción por lo que estamos por expe­rimentar a bordo de la nueva generación del Ford Mustang Shelby Gt500, que al ambien­te de Toluca.

Tenemos a nuestra entera disposición todo el trazado de esta pista, la cual ofrece asfal­to libre de baches y un circuito perfectamente delimitado por conos naranjas. Y es que des­de su presentación en el auto show de Detroit de 2019 ya se nos antojaba encontrar fren­te a frente con esta auténtica y brutal máquina de acelera­ción en un escenario como ésta, de modo que no pode­mos darnos el lujo de perder más tiempo.

Estéticamente luce tan feroz como una bestia y un Mustang GT luce convencio­nal y hasta tierno a su lado, es por eso que nunca deben decirle al dueño de un Shelby que maneja un Mustang pues es una gran ofensa.

Una parte de nuestro ce­rebro quiere que brinquemos al asiento del conductor y co­mencemos con la experiencia de pisar el acelerador a fondo, mientras que la otra está de­masiado ocupada observando cada detalle, pieza y compo­nente de la carrocería a la que atraviesan las características franjas de carreras de extre­mo a extremo, toda ella car­gada de avanzadas soluciones de ingeniería.

Mientras caminamos alre­dedor del coche, es fácil notar su claro enfoque hacia los cir­cuitos, no sólo por la enorme parrilla que le permite engullir la mayor cantidad de aire para refrigerar el motor o por las dos entradas de aire ubicadas en los extremos inferiores de la fascia, las cuales, dicho sea de paso, canalizan el doble de aire que las del Shelby GT350 a sus respectivos radiadores, sino por todas las piezas clave que mejoran su aerodinámica.

Entre ellas encontramos los difusores frontales infe­riores, los faldones laterales, el difusor inferior trasero, que hace espacio para enormes salidas de escape dobles, y el alerón ubicado sobre la cajue­la, todo un sistema encargado de tratar con respeto al aire que fluye sobre él, mientras que sobre el cofre, la enorme respiración del motor, similar a las branquias de un tiburón, las cuales suman a su carácter depredador.

La cereza de este sucu­lento pastel lo aporta el jue­go de rines de aluminio de 20 pulgadas terminados en ne­gro brillante, montados sobre unos pegajosos neumáticos Michelin Pilot Sport 4, cuyos seis brazos dobles dejan ver los enormes disco ventilados de 420 milímetros al frente y 370 atrás, que son mordi­dos por cálipers firmados por Brembo de seis y cuatro pisto­nes, respectivamente. Apenas el antídoto perfecto para la capacidad de aceleración de esta máquina.

 

El Shelby GT500 2020 recurre a un motor V8 de 5.2 litros supercargado con bloque de aluminio, el cual incluye un cigüeñal reforzado para tolerar el torrente de potencia y torque que genera.

 

Es fácil ser cínico cuan­do tienes ante ti un Shelby GT500, así que sin ninguna inhibición abrimos la puerta izquierda para acomodarnos en el asiento del conductor, uno Recaro forrado en piel, nos colocamos el cinturón de seguridad y presionamos el botón de encendido. El motor V8 con bloque de aluminio, de 5.2 litros supercargado con 760 caballos de fuerza cobra vida, con un rugido ensorde­cedor que instantes después se estabiliza.

Es hora de poner en acción a esta belleza, no hay tercer pedal y para accionar la caja de velocidades accionamos una perilla pues la palanca de fue sustituida por un enorme botón que hay que girar para encontrar la marcha correc­ta, encontramos la D de Dri­ve e iniciamos la aventura. La primera vuelta es de reco­nocimiento, ubicar las zonas de aceleración y de frenadas fuertes, analizar las curvas lentas y rápidas y desde luego familiarizarnos con el tacto de la dirección, acelerador y fre­nos de esta bestia.

Entonces llega la segun­da vuelta al trazado, respira­mos profundo y damos rienda suelta a nuestro pie derecho. La aceleración es explosiva, instantánea, gracias a las 625 libras-pie de torque que lle­gan al eje trasero, y se man­tienen empujando de forma constante conforme la trans­misión automática de do­ble embrague inserta con rapidez una a una sus siete velocidades, todo aderezado con el sonido que el propulsor escupe por el sistema de es­cape, tan brutal y penetrante que podría deforestar un bos­que completo a su paso.

No hace falta recargarse con furia sobre el pedal del freno para que los 1,900 kilos de Shelby GT500 reduzcan su velocidad para enfrentar las curvas, ni tampoco se requie­re de un gran esfuerzo para trazar el giro, pues el nivel de adherencia es tan elevado que difícilmente podrás sacar de sus casillas a este deporti­vo, en parte gracias al arse­nal de asistencias electrónicas a nuestra disposición y a que tenemos una buena superficie de contacto con los neumáti­cos, lo que no pone en aprie­tos el esquema de suspensión con amortiguadores regula­bles, que son parte de un con­junto estable y equilibrado.

Estamos encantados por la forma en cómo llega toda la energía del motor al asfal­to permitiéndonos apuntar con certeza hacia la siguien­te recta, ayudados por una dosis extra de refuerzos en la carrocería que reducen al máximo la torsión porque, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Lo mejor de todo es que el motor no tiene una en­trega bruta que torture al eje trasero, como en el viejo Shelby sino más bien se perci­be progresiva, aunque intensa.

Por desgracia el veinte se acabó y odiamos al reloj más que nunca, es hora de entre­gar el juguete, descendemos del Shelby con la adrenalina al tope, tratando de regresar de un mundo paralelo en el que el tamaño y el peso son incongruentes. No pusimos atención ni el sistema de in­foentretenimiento ni en la pantalla táctil de ocho pulga­das, es más ni siquiera nos dio tiempo de encender el siste­ma de audio de doce bocinas firmado por B&O, y todo por culpa del motor, esa desco­munal máquina supercarga­da que desarrolló ese sistema de 2.65 litros para romper con todo lo establecido, tal y como lo esperas, responsable de ese carácter agresivo que provoca su torque, disponible en todo el rango de revoluciones.

Los frenos soportaron el castigo sin ningún reclamo, con un tacto consistente y un pedal de recorrido corto. A es­tas alturas ya debe ser obvio lo que pensamos del Shelby GT500. Es un coche que debe ser celebrado, no sólo por su­perar a sus antepasados, con la electrónica de un vehículo de primer nivel, sino porque es impresionante por sí mis­mo, con una embriagado­ra experiencia de manejo, un proyecto nacido de la pasión deportiva de Ford más que de una propuesta de mar­keting, en el que la diversión que ofrece es absolutamente auténtica.

 

 

El ambiente es de un coche de carreras, con una buena calidad en los materiales y ensambles.

 

 

LA HISTORIA DEL MUSTANG SHELBY

 

Con Ford totalmente involucrado en el mundo de las carreras de autos en los años 60, sobre todo enfocado en derrotar a Ferrari en las 24 Horas de Le Mans, Lee Iacocca, alto directivo de la firma del óvalo azul, quería que su nueva joya, el Mustang, fuera llevado a su máximo potencial.

Con la impresionante aceptación de los compradores, Iacocca sabía que tenía una joya en las manos, por ello aprovechó la estrecha relación que ya tenía la marca con Carroll Shelby, para encargarle este proyecto.

 

Fotos: Pablo Monroy y Ford

 

La leyenda cuenta que Shelby le respondió a Iacocca: ”Entonces, Lee, ¿quieres que haga un caballo de carreras con una mula?”.

Un año más tarde, esa mula ya era un purasangre llamado GT350, una máquina con un estilo más emocionante, 306 caballos de fuerza, una toma de aire funcional en el cofre, mejor dirección, nuevos neumáticos, que lo llevó a un nuevo nivel.

 

 

La versión de competencia de este modelo, el GT350R, desarrollada para competencia, tuvo 35 unidades de calle, para poder homologarla y que corriera en la SCCA, mismas que eran impulsadas por un V8 7.0L (428) de 360 hp.

Con el éxito comercial y en las pistas de este modelo, Shelby sabía que había más potecial para este muscle car, por ello, comenzó a desarrollar un vehículo que a la postre lo convertiría en un inmortal, el GT500 de 1967.

 

 

Para la cobra más venenosa de su garaje, que eliminó al caballo de la parrilla, Ford y Shelby trabajaron a fondo, en poner un motor más poderoso y muchas piezas derivadas del mundo de las carreras.

La toma de aire del cofre era más grande que la del GT350, se agregó una barra antivuelco en el habitáculo, también las ventanillas traseras se convirtieron en unas entradas de aire para el habitáculo y la suspensión, chasis y dirección fueron totalmente mejorados.

 

 

El motor 428 fue llevado hasta 355 caballos de fuerza y 420 libras-pie de torque, impulsando al eje trasero mediante una transmisión de tres velocidades.

Para 1968 se agregó el nombre Cobra y lanzaron el Shelby Cobra GT500 KR (King of the Road), que era un auto más enfocado en los puristas del manejo, mucho más crudo y directo, que también recibió un incremento en el torque a 440 lb.-pie extraídos del famoso motor Cobra Jet.

 

 

Tras su muerte en 1969, los Shelby tuvieron que esperar al nuevo milenio para reclamar su reinado como los Mustang alfa.

 

Fotos: Pablo Monroy y Ford

No te pierdas nuestras Galerías en Excélsior

TE RECOMENDAMOS:

La Oreja de Van Gogh, música entre la tormenta

Omisiones médicas matan a migrantes

Valeria Luiselli; la infancia, su preocupación

LECQ

 

 

Temas relacionados: 

COMPARTIR EN REDES SOCIALES

SÍGUENOS

Te recomendamos